La actualidad de las hermanas Brontë

<P>Son clásicas, góticas y se vuelve una y otra vez a ellas. Hasta la saga <I>Crepúsculo</I> se basa en <I>Cumbres borrascosas</I>. Charlotte, Emily y Anne -tres chicas de campo- crearon, en el siglo XIX, el drama juvenil novelesco. Dos nuevas ediciones rescatan su legado.</P>




Si los lectores de los libracos de Stephanie Meyer, tan ampulosos y ficticios, recurrieran a una de las fuentes de su autora, se encontrarán con una novela implacablemente apasionada y oscura, con personajes de una brutalidad e histeria tan realistas que tendrían miedo de verdad, no de vampiros fantásticos sino del poder del deseo y la destrucción humanos. Emily Brontë, su célebre autora, vivió en un ambiente parecido, aunque opuesto al de su novela Cumbres borrascosas: aburrido y opresivo, vacío y angustiante, sin una historia de amor como la de sus terribles héroes, Catherine y Heathcliff, y murió casi desconocida a los 30 años de tuberculosis, en la casa de su padre, en el gélido y yermo campo de Yorkshire. Recién había enterrado a su hermano Branwell, tan joven como ella, artista frustrado que se aniquiló con alcohol y opio en las calles del lejano Londres. Un año después caería la más chica, Anne. Sólo Charlotte vivió un poco más y pudo imaginar la fama eterna que tendrían estas tristes hermanas.

Emily fue la más talentosa y densa de las hermanas Brontë, apellido inventado por su padre, un clérigo de pueblo que cambió el suyo, Brunty, demasiado irlandés y poco distinguido, por ese otro que hacía eco del héroe nacional, Nelson, duque de Brontë, y que en griego tenía un significado mítico: la voz del trueno. Originalmente eran cinco hijos, pero las dos mayores, Mary y Elizabeth, murieron cuando eran niñas a causa de la tuberculosis que incubaron bajo los rigores del horroroso internado donde se educaban, Lowood. Tras esa tragedia llevaron a las tres niñas chicas a criarse a su casa, pero le tocó el turno de desaparecer a la madre. A pesar de tanta penuria, y alentados por su rígido aunque imaginativo padre, los hermanos Brontë crearon países imaginarios, con reinos, mapas e historia ancestral incluida.

A los 20 años, y viendo que el único destino posible para no desfallecer en el campo ni casarse a la fuerza era convertirse en profesoras de colegio, las hermanas mayores viajaron a Bélgica para mejorar su francés. Pero las cosas no resultaron: Emily volvió a la casa para cuidar al anciano padre, mientras Charlotte y Agnes se emplearon como institutrices en casas de ricos.

Noches de novela

En esas largas noches de campos, en los hoy gracias a ellas famosos páramos de Yorkshire, cada una de las hijas escribió sus novelas, que se publicaron puntualmente en 1847: Charlotte es autora de Jane Eyre, recién reeditada por Mondadori, la historia de amor de una institutriz con su patrón, conflictuada porque la mujer de él está loca de atar y vive encerrada en el ático de la mansión; Emily, de la sobresaliente Cumbres borrascosas, el romance imposible entre los eternos Catherine y Heathcliff, que por orgullo y estupidez social nunca estarán juntos, y Anne, Agnes Grey, relanzada por DeBolsillo, la historia de la hija de un clérigo que quiere ser institutriz y se encuentra con todas las maldades del estrecho mundo, aunque logra un poco de felicidad.

La persistencia de la muerte, el ideal de amor y bondad a pesar de la feroz conciencia del mal real, además de una escritura magistral tanto en la descripción de ambientes sórdidos como del interior de los personajes, marcan estas tres novelas ejemplares del melodrama. Sus jóvenes autoras usaron sus duras experiencias e hicieron algo demasiado nuevo entonces: marcar con voz femenina, apasionada y minuciosa, una realidad aciaga que se ilumina tristemente y que se interna en la oscuridad como el espacio natural para que una suerte de fuerza psíquica choque y retumbe. Esa es la herencia que dejaron a la literatura contemporánea y que las mantiene por siempre vigentes. Sin más vampiros ni monstruos que los reales.

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