La Alpujarra, el último refugio moro
<P>Junto con guardar un episodio épico de la historia de España, la tranquilidad y la belleza de sus pueblos y paisajes han sido fuente de inspiración de artistas como García Lorca y Manuel de Falla. Hoy, son cientos de turistas quienes suben a conocer esta región que cobija las más arraigadas tradiciones moro andaluzas.</P>
"No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre". La célebre frase, aunque para muchos no más que una leyenda, es atribuida a la sultana Aixa, madre de Boabdil, último rey de Granada, quien el 2 de enero de 1492 entregó las llaves del último bastión del reino árabe en la península Ibérica a Isabel la Católica, en símbolo de rendición.
Ese mismo día, desde lo alto de una colina, Boabdil posó una última mirada en lo que había sido la capital del reino de Granada. Fue entonces cuando una lágrima corrió por sus mejillas y, tras un último suspiro, volvió su cabeza, y precediendo a la caravana que le secundaba, se adentró en su exilio por la ladera sur de la Sierra Nevada que se le venía encima. Era la Alpujarra.
Una región única de Andalucía dada su ubicación entre altas montañas, donde Boabdil, su madre y su séquito instalaron el último refugio moro en estas tierras antes de partir definitivamente de regreso a Africa.
Pero el legado árabe en la Alpujarra se quedó. Y ha permanecido hasta ahora en pueblos insertos a distintas alturas de la sierra. Muchos de ellos destacan por costumbres agrícolas como cultivos en terraza y cualidades urbanísticas típicas del Magreb, como son sus casas teñidas de blanco y sus angostas calles.
A ello se le suma una artesanía de raíces moriscas, que se combina con una gastronomía característica de la cultura española, que comenzó a expandirse por estas altitudes gradualmente con los siglos, a partir de la conquista de los reyes católicos.
Además de su riqueza histórica y cultural, la Alpujarra es también un tesoro de la naturaleza. No por nada sus montañas nevadas, verdes colinas, tradicionales viñedos y centenarios olivos fueron declarados Reserva de la Biosfera por la Unesco y Parque Nacional de España. Un escenario ideal para ser apreciado desde alguno de sus tantos miradores que se vuelven cada vez más impresionantes a medida que se va ascendiendo.
Miradores y balcones
Muy temprano en la mañana, el terminal de autobuses de Granada estaría totalmente vacío si no fuera porque un considerable grupo de turistas esperan el bus que va hacia la Alpujarra. Destino que ha dejado de ser un lugar para visitar por el día, sobre todo ahora en primavera (cuando disminuye la nieve y se elevan las temperaturas) y se está abriendo como un panorama de dos, tres e incluso cuatro días, dándole un respiro a otros tantos atractivos turísticos de Granada.
Esa es la idea de la mayoría de quienes esperan la salida del autobús que tras efímeros 20 minutos de viaje, cruzando campos interminables de olivos, comienza a ascender por la Alpujarra Granadina.
Por si no lo sabe, la Alpujarra se divide en tres grandes sectores: el que abarca territorios de la provincia de Almería, el Mediterráneo y la Granadina. Esta última, para muchos, es la más hermosa en cuanto a paisajes y donde la cultura alpujarrense aparece en su plenitud.
La gracia de visitar la Alpujarra en bus es que existe un sistema de locomoción que va y viene cada hora desde Granada a la sierra, pudiendo bajarse con toda tranquilidad en los principales pueblos, para luego seguir el rumbo.
Lanjarón es la puerta de entrada a la Alpujarra Granadina. Este pueblo, como todos por aquí, se orienta al sur por dos razones: para aprovechar el buen clima mediterráneo y para tener, desde cualquiera de sus miradores, vistas privilegiadas de una sierra que se pierde en el horizonte.
Si se baja en Lanjarón no deje de visitar el Castillo Arabe, la iglesia mudéjar de la Encarnación y la Ermita de San Sebastián. Y si va por Semana Santa, tenga presente que en este pueblo por esa fecha se celebra una de las mayores romerías de toda la provincia de Granada.
La próxima parada del bus es en Orgiva, pueblo que da inicio a la Alpujarra Media. Sus monumentos resultan el mejor ejemplo de lo que se ha conseguido entre el estilo morisco que los vio nacer hace 500 años y el señorial carácter andaluz que lo sucedió. Ello queda fielmente reflejado en el Castillo Palacio de los Condes de Vástago, el Molino Benizalte y la Iglesia Parroquial.
Iniciando el ascenso, entre curvas, barrancos y naturaleza, por donde se mire, surgen los primeros asentamientos blancos de la Alpujarra. Cañar, Soportújar y Carataunas son pequeñas villas que destacan por sus angostas calles que esconden las típicas casas de barro pintadas enteramente de blanco, con balcones tapizados de jazmines y diversas cerámicas de greda, como azulejos, cántaros y fuentes. Objetos pintados generalmente de azul y verde, utilizando comúnmente la granada como adorno, tal cual lo hacían antiguamente los moros durante su estadía en la península. Hoy, esta artesanía puede ser adquirida en tiendas dedicadas al rubro.
Encima de las casas, el diseño original de chimeneas resalta, mientras un elemento arquitectónico tradicional alpujarreño crea arcos o pasadizos, tanto en las entradas a las casas como para darle continuidad a una calle que pasa bajo alguna edificación. Son los tinaos que aparecen a partir de esta zona llamada el Balcón de la Alpujarra.
Espíritu alpujarreño
Llegando a la Alpujarra Alta, se suceden tres pueblos ubicados encima del famoso e imponente barranco de Poqueira, a los pies del Mulhacén, la segunda montaña más alta de España, con 3.482 metros de altura.
Son Pampaneira, Bubión y Capileira. Los pueblos con mayor identidad de la Alpujarra, pues viven en un tiempo pasado, donde aún es posible toparse con típicos personajes andaluces, como el vendedor de aceite de oliva, que va anunciando su producto junto a su mula cargada de botellas.
Lo más probable es que este hombre o el vendedor de jazmines sean las únicas personas que se le aparecerán a eso del mediodía, rompiendo la profunda calma que existe a esa hora, ya que los vecinos sólo se aparecen en la mañana o por la tarde, cuando el sol afloja. Por ello, resulta un placer para los turistas que llegan hasta aquí perderse por sus barrios, llegando a descubrir capillas por montones y plazoletas rodeadas de pequeños restaurantes que invitan a degustar tapas y platos alpujarreños, otra fuerte tradición, que se hace sentir especialmente en estos tres pueblos.
Y es que, por aquí, abundan pucheros, guisos y tortillas, que mezclan carnes y embutidos con verduras cultivadas en la misma zona. La repostería también se hace presente, en gran variedad de postres basados en huevos, harina, miel y almendras, ingredientes que mantienen vigente una fina tradición morisca.
El zigzagueante camino parece no querer terminar, sino hasta tocar las pocas nubes que aparecen en un cielo azulado.
Dejando atrás pequeños poblados, se llega a Trevélez, el pueblo más alto de toda España (1.460 metros de altura) y que ostenta las mejores truchas de los ríos que descienden por estas montañas, así como el jamón curado más famoso de toda la Alpujarra.
Por último: piérdase por sus laberínticas calles, hasta desembocar en alguno de sus miradores. Desde ellos apreciará el paisaje majestuoso de esta sierra salpicada con el blanco de pueblos que por siglos han cobijado las más antiguas tradiciones de España, muchas de ellas olvidadas por las grandes ciudades que corren allá abajo.
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