La batalla por la herencia de Albert C. Barnes, el mecenas del arte impresionista

<P>A principios de siglo XX, el millonario norteamericano compró cuadros de Degas, Monet y Renoir a precio de liquidación. Sus pares los tildaron de "basura" y él decidió restringir las visitas a su colección. Ahora, se planifica el traslado de las obras a una nueva y más accesible galería, aunque ello transgreda los últimos deseos de su fundador.</P>




La primera y única exhibición pública de la colección Barnes fue un escándalo. En 1923, el millonario empresario farmacéutico había concedido exponer algunas de sus recientes adquisiciones parisinas en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania. Entre ellas, varias firmadas por artistas impresionistas, que en la ciudad de Filadelfia eran completamente desconocidos. Su catálogo también incluía a otros artistas de vanguardia, como Picasso, Modigliani, De Chirico y Matisse, quienes fueron calificados por un crítico de la época como "desagradables para contemplar". Y agregó: "Es difícil entender por qué la Academia auspiciaría este tipo de basura". Las otras visitas tuvieron opiniones parecidas: las palabras "mórbido", "enfermo" y "degenerado" fueron recurrentes.

Albert C. Barnes se enfureció. Y juró que sería la última vez que los miembros de la elite y de la Academia artística accederían a su colección. Construyó la Fundación Barnes, un edificio de estilo neoclásico que instaló en un suburbio de la ciudad y en el que estaba especialmente bienvenida la "gente común" (obreros y estudiantes). Estableció, además, un régimen de visitas "por invitación", el cual le permitía controlar quién ingresaba y quién no.

Fue el comienzo de una larga pelea con los poderosos de la ciudad que continuó hasta su muerte, en 1951, por un accidente automovilístico. El coleccionista, claro está, había dejado todo listo en caso de su fallecimiento: en su testamento dejaba la fundación a cargo de la Universidad Lincoln y estipulaba que las obras de su propiedad no debían ser movidas de su edificio original. Hoy, eso está a punto de ser transgredido: acaba de ser aprobado el proyecto arquitectónico para la construcción, en 2010, de un nuevo y moderno edificio que albergará la colección Barnes en pleno centro, al lado del museo de arte al que Barnes en vida se refería como "la casa de la prostitución artística e intelectual". Y en pleno circuito turístico, cercano a la elite que él tanto evitó.

El arte del robo

En medio de la controversia que generó este anuncio, en el Festival de Cine de Nueva York se estrenó el documental The art of steal, que relata cómo la colección ha sido ultrajada, desde el fallecimiento de Barnes, por aquellos que él siempre vio como "enemigos" y que ahora, paradójicamente, tienen el control de la fundación.

Barnes tenía poco en común con ellos. Nació dentro de una familia de escasos recursos en Filadelfia e ingresó a la universidad a estudiar medicina gracias a su buen desempeño escolar. Pronto se dio cuenta de que su interés era otro: anhelaba ser empresario.

Combinó ambas cosas cuando junto a un socio inventó el Argyrol, un antibiótico oftalmológico de rápida y barata fabricación, que tuvo gran éxito. Con la ganancia, a partir de 1910, Barnes comenzó a comprar obras de arte. Fue especialmente exitoso durante la crisis económica: negoció con galeristas en apuros y artistas desesperados (algunos lo odiaban, otros lo consideraban su amigo) y adquirió cuadros a precio reducido. Su primer Picasso costó menos de 100 dólares.

En 1925, Barnes construyó el edificio que hoy cobija su colección. Siempre se opuso a convertirlo en museo: "La apreciación del arte no puede ser absorbida a través del deambular sin rumbo de las galerías, así como la cirugía no puede ser aprendida de visitas casuales al hospital", solía decir. Su intención era más bien educativa. Por ello, ordenó los cuadros de forma que dialogaran entre ellos, mezclando distintas épocas, autores y lugares geográficos. El lugar le gustó tanto a Matisse que lo llamó "el único espacio sano en EEUU donde es posible tener una experiencia estética" y realizó un mural in situ. Fue una de las 60 obras del artista que Barnes adquirió en el período de entreguerras, además de 81 pinturas de Renoir, 69 de Cézanne, 46 de Picasso, 18 de Rousseau y otras de Modigliani, Degas, Van Gogh, Seurat y Monet.

Hoy, el valor de la colección asciende a 6.000 millones de dólares. Razón suficiente para que las autoridades del Estado de Pensilvania deseen sacarla de los suburbios, terminar con las restricciones de su fundador e instalarla en medio de la ciudad. Aunque con ello pasen por encima de los últimos deseos de quien resguardó algunos de los cuadros más hermosos del impresionismo.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.