La bicicletería más antigua cumple 72 años en Estación Central
<P>Origan continúa en el mismo local en que nació, <B>en 1939</B>, pero sus dueños planean abrir una sucursal en Las Condes. </P>
Tres generaciones unidas por el amor a las bicicletas. Primero Aníbal Ormeño padre, el creador de la bicicletería Origan en 1939. Semejante en apariencia al abuelito de la película de Disney, Up, atiende siempre afable y cordial. Luego su hijo, del mismo nombre, que llegó a ayudarle por un día, en los 70, y no se fue más. Y su nieta Sandra, que añade orden a la tienda y organiza la página web y se vincula a través de las redes sociales.
Hoy, la tienda es reconocida por hacer bicicletas personalizadas y armadas en forma manual, y por restaurar modelos clásicos. Según sus dueños, pronto abrirá una sucursal en Las Condes.
"Alguien dijo la bicicleta es el único invento del hombre que no se ha vuelto contra él. Esta bicicletería y mi papá encarnan esta frase". Aníbal hijo atribuye la vigencia del negocio y la buena salud de su padre, de 95 años, a las virtudes de este medio de transporte: no contamina, hace bien para la salud, es económico y rápido.
El local ostenta el récord como la bicicletería más antigua de Santiago. Nació hace 72 años bajo el nombre de Automoto -marca francesa de bicicletas, de moda por esos años- en el mismo lugar de Estación Central (Alameda 3559) que ocupa hoy.
Aníbal padre es oriundo de Mulchén y llegó a la capital a estudiar a la Escuela Experimental Salvador Sanfuentes. Ahí sus profesores, recién llegados de Europa, le enseñaron física, matemáticas y oficios como la mecánica y la carpintería. Entendió que lo suyo era la reparación, y a los 14 años comenzó a trabajar en un local de arreglo de vitrolas en San Diego. Ahí conoció el mundo de las bicicletas en talleres que en esa época sólo se emplazaban en la primera cuadra de la calle.
De cine en cine
Luego de años adquirió su propio local y formó su familia al alero de las bicicletas, sus repuestos y el gusto por el pedaleo. "Por esos años mis mejores clientes eran los combinadores, personajes que iban de cine en cine a bordo de sus bicicletas transportando las películas para que fueran proyectadas a tiempo", recuerda.
Su taller se fue especializando, y con la ayuda de un torno llegó la mejor época, en los 60, cuando fabricaba ahí mismo los repuestos para reparar y armar bicicletas. Hacía más de 120 tipos de piezas y abastecía a todo Chile. "Fabricaba, por ejemplo, 3.000 campanillas al mes para las muy de moda mini de CIC. Llegué a tener 12 operarios a mi cargo".
Reconoce que nunca fue amigo de los números. Se considera más un artista y lo ejemplifica: "Una vez me trajeron un cajón enorme con más de mil bicicletas que se cayeron y se transformaron en un lío de fierros. Las arreglé todas. Hasta las repinté, las reconstruí, pero como no sabía cobrar, les pedí una miseria". Lo mismo le pasó cuando le pidieron rebajar 50 bicicletas de mujer que venían de Holanda, donde la altura promedio femenina es bastante más alta.
Ha ayudado a armar las bicicletas de sus 6 hijos, 12 nietos y 6 bisnietos. Para sí mismo se hizo cuatro joyas a medida. Hasta los 50 años se movilizaba sólo pedaleando y organizaba largos viajes a Viña del Mar.
Pero don Aníbal no sólo vive de recuerdos. Va frecuentemente a la tienda y alimenta su alma creativa diseñando, por ejemplo, los ganchos que permiten colgar las mallas de croché que van en las ruedas y permiten a las mujeres pedalear con falda o vestido. Con propiedad afirma que las bicicletas van a durar por siempre. Y si tuviera que recomendar un modelo, no duda: "Uno simple y urbano, sin tanto cambio ni componentes pesados, para que sea liviano y cómodo en una ciudad más bien plana".
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