La bitácora de Francisco Labbé
<P>Pasó por San Javier, Linares y Santiago. De venir de un hogar sin profesionales y sin redes, pudo llegar a estudiar a la Universidad de Chicago, codearse con parte de una elite académica, dirigir facultades y, finalmente, a encabezar el INE. El censo de 2012 iba a ser el último logro en el currículo de Francisco Labbé. Pero se ha convertido en una mancha que, al menos ahora, lo tiene más solo. </P>
Ya dijo casi todo lo que tenía que decir, pero varios lo siguen calificando de soberbio, porque sigue defendiendo ese censo que obligó al Presidente a pedir disculpas y decir que éste, el que sería el mejor de la historia, tuvo "errores en la planificación y en la ejecución". Pero Francisco Labbé (68), que estuvo a cargo de ese censo como director del INE y que renunció el 26 de abril, está en su departamento tomando el café que le preparó Rossana, su mujer, recordando algo que aprendió de niño, que aún retiene en la memoria y que ahora le hace sentido mientras cae la tarde.
-Macchiavello escribió "pobre de aquel príncipe innovador que quiera innovar, porque va a tener el tibio apoyo de los beneficiados y el violento rechazo de los perjudicados". Eso le pasó a O'Higgins, que fue un fundador, el hombre que dice armemos un país y terminó exiliado. Después al hombre que crea la república, que es Diego Portales, lo matan. A ambos les va mal como a todos los grandes modernizadores.
Después de decir eso, hace una pausa y ríe. Dice: "Yo no soy ninguno de esos".
Para entender el discurso de Francisco Labbé, la seguridad con la que defiende el instrumento que él mismo implementó, hay que entender que el punto de partida de su historia no lo ubica cerca de los lugares hasta donde finalmente llegó. Porque Francisco o Javier, que es su segundo nombre y como lo llama su familia, fue el menor de los dos hijos de Félix Labbé, un ex carabinero que se retiró prematuramente para trabajar en la caja agraria del Banco del Estado, y de Dora Opazo, una dueña de casa que no tuvo más que su sexto básico para arreglárselas cuando su marido murió sin dar aviso.
Labbé no lo recuerda, porque tenía dos años, pero la historia que Dora contaba era que Félix tenía un problema al corazón y que los médicos de San Javier, VII Región, que era donde vivían, lo dieron de alta. Sólo faltaba una última inyección. Labbé padre llegó a la consulta, recibió la jeringa y se desplomó.
Hasta entonces, los cálculos habían tenido un tono anecdótico y casi divertido en la breve vida de Francisco Labbé. Como que, por ejemplo, el 5 de octubre de 1944, el día en que nació, encontró a su madre paseando por Quillota y no en San Javier, que era donde el parto debió haber sucedido.
Sin el padre, él y Carlos, su hermano mayor por cuatro años y medio, quedaron huérfanos y sin nada. Sin los sueldos de su marido, Dora ya no podía pagar la casa en la esquina de la plaza de San Javier. Dos años más tarde se tuvieron que cambiar a Linares, a la casa de Marta, la gemela de Dora, que vivía frente a la catedral con su marido, que administraba el Club de la Unión local. Ahí, como allegados, Labbé recibió una instrucción materna que de cierta forma lo definiría:
-Javierito, tienes que ser profesional. Es lo único que importa.
Y Labbé, cuenta, hizo eso. En el Colegio Marianista Instituto Linares, dice, estudió lo suficiente para graduarse con un promedio 6,8. En ese momento, su hermano Carlos ya estudiaba para convertirse en profesor de matemáticas de la Universidad de Chile. Dice Labbé: "Cuando termino sexto de humanidades, el cuarto medio de hoy día, no teníamos recursos. Mi madre estaba tratando de que yo entrara a trabajar a un banco. Se entera el rector y le dice que 'Javier no puede quedarse sin estudiar'. El le explica que la universidad es gratuita y mi madre le cuenta que ni siquiera tiene para pagar la matrícula. El le dice 'no se preocupe, yo se la pago'".
Con un puntaje en el bachillerato que le permitía entrar a Ingeniería Civil donde quisiera, a Labbé sólo le faltaba elegir dónde. Justo ese año, el 61, el campeonato de fútbol lo definieron la Universidad de Chile y la Universidad Católica. La UC ganó el partido decisivo 3-2, con gol de Tito Fouillioux. Labbé lo escuchaba por radio. Dice que llegó a saltar de la cama y que se dijo, "ah, soy de la Católica".
-Es muy tonto -dice-, pero esa fue la razón de que entrara a la UC.
Hay una historia que a Francisco Labbé le gusta contar. Sucede en sus primeros años de universidad, en una clase de Cálculo. En ese tiempo vivía en la casa de unos familiares en Arturo Prat, casi en la esquina con Ñuble. Labbé dice que caminaba hasta Vicuña Mackenna y ahí hacía dedo hasta el campus de San Joaquín. También agrega que todas las tardes hacía clases de matemáticas y física en un liceo en La Granja y, después, en un instituto del centro, que ofrecía completar tres cursos en un año.
Labbé estaba en clases cuando el profesor llamó a un compañero a resolver un ejercicio al pizarrón. Y ese compañero, que venía de una familia conocida, que Labbé no quiere recordar, no pudo hacerlo.
-El profesor trató pésimo a mi compañero -recuerda Labbé-. Le dice que no va a ser nadie en la vida, que sólo tiene apellidos vinosos. Y dice, "siéntese" y pregunta, "a ver, ¿quién otro? Usted, Labbé. Pase adelante". Yo voy a la pizarra y lo resuelvo. "¿Ve?", le dice. "Este señor sí que va a ser importante en la vida. El sabe porque es estudioso y preparado".
El siguiente momento definitorio en su vida tiene un poco de esa historia, de sentir que la vida le guardaba cosas importantes. Después de graduarse, en 1968, de votar por Allende, de trabajar en el Departamento de Industria de la Corfo durante los gobiernos de Frei, Allende y los dos primeros años de Pinochet, de comprarse una casa en La Florida y una citroneta, Labbé tomó cuatro cursos de Economía en la UC. Siguiendo la sugerencia del profesor Ernesto Fontaine, se fue a estudiar afuera: ganó una beca Presidente de la República para hacer una maestría en Economía en la Universidad de Chicago, entre 1979 y 1981. Labbé se instaló en Illinois con su mujer, Mirta Cid, con la que se casó en 1967 y de quien se separaría después, y sus tres hijos: Javier y Michèle (ambos ingenieros comerciales) y Carolina (siquiatra). Sus hijas recuerdan que su madre trabajaba como niñera -de ellas y de niños ajenos- y que vivían en un edificio con otros estudiantes chilenos. Los dos años de Labbé en Chicago le permitieron generar redes con personas como Cristián Larroulet, Juan Andrés Fontaine, Hernán Cheyre y Jorge Selume, entre otros. A ese mundo, Labbé no llegó en igualdad de condiciones. Su nivel de inglés no era lo suficientemente bueno para darse a entender: cuando tenía dudas en clases debía pedirles a sus compañeros que le tradujeran sus preguntas al profesor.
-Me hacían todas las bromas del mundo. Me decían que en vez de pedir un queque, yo pedía un what-what. Pero tenía buenos compañeros, como Hernán Cheyre, por ejemplo. Competíamos por las mejores notas, pero era una competencia cariñosa. El sacaba excelentes apuntes y yo los fotocopiaba, porque no podía tomar apuntes. Mi inglés era pésimo.
Consultado por El Semanal, Hernán Cheyre, vicepresidente ejecutivo de Corfo, no quiso comentar su relación con Francisco Labbé. Cercanos a la familia aseguran que nadie del gobierno se ha acercado a hablar con Labbé y su familia. Hernán Burdiles, gerente de finanzas corporativas de Pizarreño y profesor de Economía de la Unab y de la Universidad de Chile, sí habla sobre Labbé, con quien coincidió en Chicago. Dice: "Ambos somos de Linares y estudiamos en el mismo colegio. Pero yo no lo conocía porque soy ocho años menor. A pesar de eso, me fue a buscar al aeropuerto a las 3 de la mañana en Chicago. Sólo porque venía del mismo lugar que él. Eso lo retrata. Yo no dudo de su inocencia en el tema INE".
Labbé habla de su pasado, rodeado de los documentos, recortes de diarios e informes con los que está preparando su defensa. La escena contrasta con los tiempos en que era un profesional en ascenso. Después de completar su maestría, Labbé dice que "le cambió el pelo". Trabajó con Miguel Kast en Odeplan por dos años y comenzó una vida académica que, dice, lo llevaría a conocer a Joaquín Lavín y que lo paseó como profesor y director en la escuela de Ingeniería Comercial de la Universidad de Chile, y luego, como decano de las facultades de Economía y Negocios de la Gabriela Mistral y la Andrés Bello, donde estuvo 11 años. También participó en varios directorios, como el de Gener, entre 1986 y 1998, donde conoció a Laurence Golborne. El efecto de eso fue que amplió su casa en La Florida, construyéndole una piscina, para luego cambiarse a un departamento en Las Condes. Y que Carolina, la hija menor, entró a estudiar a las Monjas Francesas. No como Michèle, que salió del Liceo 7 en Providencia, y Javier, que se graduó del Instituto Miguel León Prado en San Miguel.
En la Unab, donde trabajó hasta antes de irse al INE, describen a Francisco Labbé como un decano cercano, simple en su manera de ser, abierto a la hora de debatir. Sus dos áreas de mayor interés académico eran la organización de mercados y la asignación de recursos, ambas con fuertes componentes matemáticos. Inventaba juegos de empresas, con dinero falso, para jugar con los alumnos y la facultad. Eran eventos a los que llegaban cerca de 50 personas. Lo otro que recuerdan es que le gustaba el rodeo. En la época de Fiestas Patrias llegaba vestido de huaso al campus de La Casona de Las Condes y organizaba la "fonda Labbé", a la que asistían académicos y alumnos. Una funcionaria que trabajó con él remarca que el Labbé vehemente que retratan algunos funcionarios del INE, es una imagen que poco le calza.
En esa universidad también recuerdan su legado. Cuando tomó el decanato de la Facultad de Economía y Negocios, Ingeniería Comercial, la principal carrera, funcionaba en una sola sede, con 450 alumnos. Cuando la dejó, a fines de 2010, la escuela funcionaba en cinco sedes con 3.800 alumnos. "La hizo crecer siete veces", cuenta Kamel Lahsen, actual director de la escuela de Ingeniería Comercial. José Manuel Edwards fue uno de los profesores de la Unab que más sintonía tuvo con él. "No tengo una opinión sobre cómo lo ha hecho en lo comunicacional en estos momentos de crisis", dice. "Pero de que Labbé es un hombre serio, honorable, lo es. Su nominación como director del INE tenía mucho sentido, era el profesional indicado".
El que sí tiene una opinión sobre cómo se ha comunicado Labbé, es Lahsen.
-He trabajado con dos personas muy especiales: una es Hernán Büchi y otra es Francisco Labbé. Ambos pertenecen a la categoría del 2% más brillante de la población, que están un par de metros más adelante, lo que es parte del problema. No hay manera de alcanzarlos porque no te da el chasís. No los puedes entender, a menos que ellos hagan la bajada. Pero a veces no tienen el lenguaje para hacer esa bajada. Eso es lo que le pasó a Francisco ahora.
Ya había salido el reportaje de Ciper que hablaba sobre manipulación de datos y errores metodológicos del censo y ya había salido, en el mismo medio, la entrevista a Mariana Alcérreca, su asesora en el INE, que explicaba cómo se habría llegado a la cifra de 16 millones 600 mil personas censadas, en vez de 15 millones 800 mil. Era la tarde del 26 de abril de este año y Francisco Labbé, dice, había decidido renunciar en el avión de vuelta, que lo traía a Santiago desde Pucón, donde fue el anfitrión de la reunión anual de estadísticas de las Américas. Ya de noche, la policía y el fiscal José Morales entraban a su oficina en el Paseo Bulnes, a incautar material para la investigación, incluso su celular, que en ese minuto usaba para dar una entrevista. Cuando eso sucedió, Labbé le pidió a Morales si podía anotar los teléfonos de sus amigos que tenía ahí. El fiscal le dijo que sí y Labbé los anotó con lápiz pasta sobre un par de hojas blancas, que ahora guarda sobre su comedor, mientras pensaba: "Esto no puede estar pasando".
Al INE había llegado en octubre de 2010, después de un ofrecimiento de Juan Andrés Fontaine, entonces ministro de Economía. Labbé se demoró una semana en responder que sí. Tiempo atrás, en 2007, cuenta que estuvo tres meses hospitalizado en la Clínica Las Condes, por un tumor al páncreas que terminó siendo benigno. Sus hijas dicen que casi se muere y él, después de su enfermedad, sintió que quería hacer algo importante. El INE, que veía como un cargo técnico y de gestión, parecía la posibilidad perfecta. Labbé dice que lo pasó bien. Que censó su propio edificio en calle Noruega y que sólo al final notó ciertas molestias en su equipo por, según él: "Tener un estilo demasiado horizontal. Todos somos iguales". Justamente lo contrario de lo que indica la comisión de expertos en su informe, que describe una conducción jerárquica.
Después vino lo que salió en las noticias. Las acusaciones, las disculpas del Presidente y los meses de preparación de su defensa que trabaja con el abogado Jorge Martínez, la periodista Ximena Marré y Rossana Fiorentino, una académica de la UC que es su mujer hace 15 años. A esa tarea dedica todos los días, escapando semana por medio a las cerca de 60 hectáreas que mantiene en San Javier, en un campo que compró hace dos décadas.
Su familia ha extrañado ciertos apoyos. Michèle dice: "Da mucha impotencia que gente de gobierno no salga a defender lo que debería haber defendido". Y Carolina, que nota su desgaste y cuida una posible depresión de su padre, piensa que todo esto sucedió porque "él es un hombre de campo que viene de un mundo donde la palabra vale".
Cuando ya está oscuro, Francisco Labbé dirá que se arrepiente de haber tomado el INE, que Juan Andrés Fontaine lo llamó para pedirle disculpas "por el cacho en el que lo había metido" y que espera volver a la Unab. Pero después volverá a citar a Macchiavello y eso del lugar que la historia le guarda a los modernizadores.
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