La broma infinita de Raúl Ruiz

<P>Llega a librerías <I>El espíritu de la escalera</I>, libro protagonizado por un fantasma, en el París del siglo XIX, que el cineasta fallecido hace cinco años escribió al borde de la muerte. </P>




Una historia de fantasmas y de espíritus. No cualquiera. Estos seres, con un pie acá y otro en el más allá, son especialistas.

"Una broma es algo que se prepara minuciosamente", dice Flanders, el belga fabricante de bromas. Profesión llamada como Agatopeda. "Fabricamos bromas. Bromas a largo plazo. Una broma es como una bomba con retardador. Necesita tiempo", explica Karl August Flanders, llamado "el Belga", el protagonista, más bien un fantasma, que habita el París del siglo XIX, en la novela El espíritu de la escalera.

El libro fue uno de los últimos trabajos que desarrolló el cineasta nacional Raúl Ruiz, fallecido en agosto de 2011, a los 70 años, en el Hospital Saint Antoine de París. Un año y medio antes había recibido un trasplante de hígado debido a un cáncer hepático. Mientras se recuperaba, el autor de largometrajes como Tres tristes tigres y Misterios de Lisboa recibió una particular invitación de la editorial francesa Fayard para su colección Alter Ego: crear una autobiografía ficticia.

"Ruiz, sabiéndose enfermo, se reinventa como fantasma, pone el pasado en el lugar del futuro, la vida en el de la muerte...", apunta el escritor Mauricio Electorat a cargo del prólogo y la traducción de El espíritu de la escalera. El volumen, que esta semana llega a librerías, se publica por Ediciones UDP.

La relación de Ruiz con la literatura era evidente en sus conversaciones, entrevistas, y claro está en su territorio, el cine. Desde cintas como La colonia penal, basada en un cuento de Kafka, pasando por la versión de la obra cumbre de Proust en El tiempo recobrado, hasta La noche de enfrente inspirada en tres relatos de Hernán del Solar.

El horizonte, sin embargo, de Ruiz era más amplio y sumaba, por ejemplo, la física y la filosofía. Sabía por igual de mitos árabes como de leyendas chilotas. En una misma frase podía citar a Pascal y a Thomas Pynchon, y luego a Blest Gana y Robert Musil. Un creador que exploraba el conocimiento, sin temor a citar referencias de la academia o de la calle. Sin miedo en convertir su espíritu en alter ego.

"Tómese un tiempo para reflexionar. Le damos todo el tiempo que necesite", le señalan a Flanders, quien se comunica a través de una médium en El espíritu de la escalera. "-¿Y qué gano con todo esto?", se pregunta el fantasmático protagonista. "-Ganará una vida", le dicen... "Ganará el privilegio de vivir 'de verdad' lo que va a imaginar".

En la región flamenca de Gante, Bélgica, nació Flanders, el 18 de septiembre de 1810. Una fecha muy chilena de la que no hay referencias en la novela. Una broma probablemente de parte Ruiz, quien hace del día en que se conformó la primera junta de Gobierno, el nacimiento de un espectro.

"Usted sabe, ¿no?, que los fantasmas viajan como las aves migratorias", dice Flanders, quien a los 15 años -como Ruiz a esa misma edad llegando desde el sur a Santiago- se instala en París, Francia, para asistir a la Escuela de las Tinieblas, donde será parte de los 14 miembros de la cofradía de los Agatopedas. Todos desean alcanzar "la broma trascendental".

"Floto y me disperso en la grisura parisina (...) En este más allá, tristón, opaco, que es el mío, no existe sino el francés. Es la lengua de ultratumba", se lee en la novela protagonizada por un narrador en penumbras, quien dice haber encontrado "mi domicilio bajo la escalera".

En el libro, dividido en Siete Veladas, el grupo de los 14 se reúne con la espiritista y su ouija en el Café de Valois de París. "El objetivo de nuestra empresa era la elaboración, la articulación de una teoría laica del diálogo con los muertos", asegura uno de sus integrantes. Hay días en que los fantasmas ingresan en el cuerpo de la médium. En un ambiente donde a veces llegan los poetas de la época, Gérard de Nerval y Théophile Gautier.

En un momento, la médium invita a Flanders a volver a su infancia transcurrida en el puerto belga de Ostende. La vuelta al origen.

"Es tiempo de que vayas a visitar a tu padre. Es necesario que te quede algo de infancia cuando estés frente a él", le dice la dueña de la ouija sin nombre, antes de vagar por el tiempo, de reflexionar sobre la imaginación y los recuerdos, de volver a caminar con su padre bajo la lluvia.

Una imagen del pasado que regresa: el padre de viaje. Un día parte a Suiza a una convención de relojeros. "Debía dictar una conferencia sobre el tema: 'Los relojes blandos, ¿un futuro?'... Hay algo de locura detrás de todo esto. (...) El sólo vive para sus máquinas. Y sus máquinas tienen un único objetivo: nuestra felicidad...", anota Ruiz en El espíritu de la escalera como si en un tiempo paralelo pudiese volver a su infancia, en Puerto Montt y Chiloé, o en cualquier otro puerto, junto a su padre marinero.

Pero el espectro es sensato. Sabe que se acerca el final. "¿Cómo hacer para evitar ese duelo que todo el mundo espera?", dice el narrador, quien ve una salida en la medida que el libro se acaba. Un tiempo extra. "Su vida póstuma será interminable, como la misma novela". Y luego se dice que "Un tal Coulage", "un joven lleno de energía", escribe una novela de casi mil páginas sobre la historia del fantasma Flanders.

Luego, más cavilaciones sobre el tiempo. "Vivimos en el futuro y pasamos nuestras vidas viajando hacia un pasado que estamos obligados a inventar... De tal manera que vivimos dos veces, una vez cuando viajamos hacia el pasado y otra cuando retornamos de él. ¿Me sigue?". Más tarde en el siglo XX, entre los escombros de la Sociedad de Espiritistas Científicos, alguien encontrará el manuscrito de un texto llamado El espíritu de la escalera.

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