La ciencia de vencer el miedo

<P>Drogas, enzimas y modificaciones de la conducta son algunas de las vías que la ciencia explora para aminorar o eliminar los efectos del miedo y de aquellos recuerdos angustiantes. Los recuerdos, dicen los investigadores, son moldeables, por lo que se pueden modificar. </P>




EXISTE UN antiguo proverbio alemán que retrata la reacción que suelen tener los humanos ante situaciones, incluso personas, que les causan temor: "El miedo hace que el lobo se vea más grande de lo que es". Una foto, un video o una simple conversación ligada a algún evento trágico, ya sea de un accidente como el choque múltiple ocurrido hace unos días en la carretera a Valparaíso o la caída del avión en Juan Fernández, pueden bastar para activar en nosotros una fuerte aprensión de viajar, volar o discutir el tema.

Una reacción que, en muchos casos, se da aun cuando el evento que originó el recelo -aquel "gran lobo"- no representa una amenaza real. De hecho, investigaciones realizadas por especialistas en EE.UU., como Frank Ochberg, uno de los pioneros de la sicotraumatología moderna, indican que en los cuadros más severos de estrés postraumático -que se dan tras sucesos como la muerte trágica de un pariente o alguna gran catástrofe que abarca a toda una sociedad- los síntomas pueden llegar a extenderse por más de cinco años.

Durante los últimos años diversos grupos científicos investigan drogas, enzimas y terapias cognitivas que sean capaces de modificar nuestros recuerdos más atemorizantes, con el fin de que éstos terminen neutralizados o, literalmente, olvidados. Algo similar a lo que mostró la cinta Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, donde la relación de Joel (Jim Carrey) y Clementine (Kate Winslet) termina tan mal que eligen borrar sus memorias mediante un ficticio procedimiento no quirúrgico llamado "eliminación dirigida de memoria".

En la vida real, lo que buscan los expertos es que, por ejemplo, aquel fuerte retumbar que recorre nuestras casas cada vez que hay una réplica de un terremoto ya no reviva en el cerebro de forma tan feroz y automática el instinto de escapar. Hay dos razones básicas tras estos estudios: los recuerdos han demostrado ser altamente moldeables, pero la terapia sicológica tradicional (en la que la persona revive los recuerdos dolorosos en ambientes protegidos y aprende a enfocarse en algún sonido o estímulo visual que distrae su mente) no los elimina, sino que los entierra, generando una especie de bomba de tiempo en el cerebro. En cualquier instante el miedo a subirse a un avión puede volver con incluso mayor fuerza.

Un atisbo de lo que se puede lograr en este campo surgió durante un estudio de la U. de Amsterdam (Holanda), cuyos expertos demostraron en 60 individuos que la droga propranolol -empleada habitualmente en el tratamiento de la hipertensión y la ansiedad- bloquea receptores químicos esenciales para la formación en la amígdala de recuerdos ligados, en este caso, a un temor inducido hacia las arañas. El efecto es clave, ya que es en esa área cerebral donde radican muchas respuestas propias del miedo, como la inmovilidad, el ritmo cardíaco acelerado, la respiración acentuada y la liberación de hormonas del estrés.

¿El resultado? "Hoy existen muchas terapias para desórdenes como la ansiedad, pero vemos muchos casos de recaídas. En nuestro experimento no podemos decir que el recuerdo desapareció, pero al menos se debilitó a tal punto, que resultó indetectable", señaló Merel Kindt, sicóloga clínica y líder del estudio, a New Scientist. En cuanto a los efectos protectores que ejerce la droga, la experta señala a La Tercera que éstos se sostuvieron por, al menos, un mes.

Droga contra recuerdos dolorosos

La investigación holandesa consistió en mostrar a los voluntarios imágenes de dos arañas diferentes. Una de las fotos iba a acompañada de un ligero shock eléctrico, lo que hizo que eventualmente las personas exhibieran una reacción de alarma aun cuando los científicos no activaban el estímulo doloroso. Es decir, la ansiedad ante el arácnido había sido adquirida exitosamente.

Sin embargo, en los días siguientes los investigadores alteraron el test: antes de exhibir la imagen de la araña, y que se reactivara la memoria del miedo, a una parte del grupo se le administró propranolol. No sólo se eliminó en ellos la respuesta angustiosa, sino que fue imposible reentrenarlos para que sintieran temor ante la imagen. En cambio, quienes recibieron un placebo respondieron con el mismo nivel de temor que antes del test.

Según explica Kindt a La Tercera, las hormonas del estrés, como la norepinefrina, activan receptores en la amígdala que tiene un rol clave en el asentamiento de los miedos en la memoria a largo plazo. En pruebas anteriores con ratas, ya se había probado que esta droga evita que las hormonas del estrés activen este proceso en el cerebro.

Hasta ahora, el tratamiento ha mostrado no tener efectos secundarios en otras áreas de la memoria o en la capacidad de aprendizaje. Por este motivo, la experta cree que el tratamiento es una alternativa viable para millones de personas que sufren trastornos emocionales, producto de experiencias trágicas e, incluso, serviría para casos más graves de estrés postraumático, aunque esto último necesita corroborarse en nuevas pruebas clínicas.

Un resultado similar obtuvieron recientemente investigadores de la U. de Montreal (Canadá), quienes descubrieron que una droga llamada metyrapone reduce significativamente la capacidad del cerebro de almacenar recuerdos ligados con el temor o el dolor. Una manera de evitar que los eventos negativos vuelvan a revivirse.

En total, 33 hombres participaron en el estudio, que consistió en aprender una historia compuesta por eventos negativos y neutrales. Tres días después fueron separados en tres grupos; el primero recibió una única dosis de metyrapone y el segundo obtuvo dos. El tercero recibió un placebo.

Marie-France Marin, estudiante de doctorado en Ciencias Neurológicas y autora del reporte, explica a La Tercera que la droga funciona como un inhibidor del cortisol, hormona del estrés y que funciona de forma muy similar a la norepinefrina. "Su administración reduce significativamente los niveles de cortisol, un compuesto que tiene la capacidad de afectar varias zonas del cerebro, especialmente la amígdala y el hipocampo, donde se consolidan la memoria a corto y largo plazo", indica. Cuatro días después de administrar la droga los individuos fueron sometidos a exámenes de memoria. El resultado fue evidente: quienes recibieron dos dosis tenían serios problemas para recordar los elementos negativos, un efecto totalmente contrario al que generaban los pasajes neutrales de la historia.

Según la autora, los recuerdos pueden ser manipulados, porque éstos funcionan en el cerebro como si estuvieran hechos de vidrio: cuando son creados, existen primero en un estado semilíquido, para luego volverse sólidos. Cuando el recuerdo se reactiva, sin embargo, vuelve a "derretirse" y se ve expuesto a nueva información, por lo que puede ser moldeado antes de que logre asentarse otra vez.

Marin señala que metyrapone ya no se produce comercialmente, pero agrega que otras drogas que tienen un efecto similar en el cortisol -como la dexametasona- podrían tener resultados igual de potentes. "Los resultados obtenidos, pese a que se consiguieron con pacientes sanos, son muy promisorios. Por eso creemos que el estudio podría tener aplicaciones clínicas para víctimas de trauma y, tal vez, en aquellas personas que sufren fobias", asegura.

Una enzima preventiva

Existe otra alternativa que, de cierta forma, actúa de forma preventiva antes que los recuerdos negativos se asienten por completo. Se trata de una enzima que destruye una red que resguarda la formación de recuerdos dolorosos en el cerebro.

Mediante pruebas realizadas con ratones, investigadores de la U. de Harvard (EE.UU.) establecieron que gran parte de las células de la amígdala están recubiertas por un tramado de proteínas creada por el propio cerebro a medida que envejece y que evita que las memorias más maleables cambien.

En pruebas iniciales con ratones, estos recibieron un ligero shock eléctrico al escuchar un sonido, lo que rápidamente logró que los animales se paralizaran de miedo con sólo oírlo. No obstante, en un test posterior los expertos administraron la enzima antes de realizar la prueba, logrando que la barrera de proteínas se desintegrara.

Nadine Gogolla, bióloga y autora del estudio, explicó a La Tercera que la enzima opera como un par de tijeras que recorta esta red hasta eliminarla: sin su presencia, la reacción de pavor inicial se difuminó fácilmente, al exponer repetidamente a los ratones a los sonidos, pero sin el shock eléctrico asociado.

La experta recalca que, por alguna razón que aún está en estudio, la enzima funciona sólo si se administra antes que el evento traumático se asiente por completo y no cuando ha pasado mucho tiempo. Por eso serviría, por ejemplo, para personas que recién inician un divorcio que a larga se avizora como doloroso o en soldados antes de ser enviados a una guerra o a cumplir tareas conflictivas como el rescate de cuerpos en terremotos y desastres aéreos.

"Hay que recalcar que aún queda mucho tiempo para lograr un tratamiento de este tipo en humanos. Aún necesitamos entender mucho más sobre este proceso antes de tratar personas, además de definir varios aspectos técnicos", dice Gogolla.

Modificar conductas también sirve

Los estudios de instituciones como la U. de Nueva York (EE.UU.) muestran que cuando un recuerdo se instala en la memoria a largo plazo se genera un proceso llamado consolidación, en el que los patrones neuronales del hipocampo se ven reforzados para almacenar la nueva información.

Sin embargo, cada vez que recordamos un evento trágico, ese recuerdo debe volver a ser consolidado para permanecer en la memoria. Eso le da al cerebro la oportunidad de procesarlo y actualizarlo con nueva información. Por eso, al hablar con alguien sobre un evento traumático que nos ocurrió o que presenciamos, todos los nuevos datos que recibimos durante ese diálogo se evalúan para formar un nuevo recuerdo que reemplaza al original.

Durante sus investigaciones, los expertos de la U. de Nueva York determinaron que en las experiencias traumáticas esta reconsolidación ocurre en un plazo no mayor a seis horas, una ventana en que los recuerdos dolorosos pueden ser potencialmente suprimidos.

En el estudio, a los voluntarios se les conectaron electrodos que emitían shocks eléctricos cada vez que se les mostraban imágenes de cuadrados de colores en una pantalla. Esto generó una respuesta de miedo ante cada imagen, la cual fue medida mediante sensores de sudor en la piel.

Al día siguiente, se les mostró las mismas imágenes para reactivar la memoria e iniciar la reconsolidación, pero sin el shock con el fin de mostrarles a los participantes que el objeto era seguro. El procedimiento se repitió en intervalos de 10 minutos, hasta totalizar seis horas.

En un comienzo los sujetos sudaban, pero luego el miedo desapareció. En una variante del estudio, que incluyó ver televisión antes del test para relajarse, los individuos no mostraron ni la más mínima reacción de miedo. Incluso, al volver a examinarlos un año después no había señales de temor: los sujetos se habían vuelto inmunes.

De acuerdo con Daniela Schiller, neurocientífica de la U. de Nueva York, el estudio muestra que nuestra memoria refleja la última reactivación del recuerdo más que un registro exacto del evento original. "La ventana de tiempo en que el recuerdo es vulnerable a su modificación depende de factores como la edad y el tipo de recuerdo. Creemos que al interferir con la reconsolidación logramos cambiar la memoria original, evitando que el miedo regrese", afirma a La Tercera.

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