La comunidad internacional de Colbún

<P>Algo tienen de especial Panimávida, Rari y el Valle de Rabones. Españoles, suizos, alemanes, franceses y sudafricanos han decidido radicarse ahí. La zona del crin de caballo en la Región del Maule se está convirtiendo en el destino final de viajeros que lo han visto todo. </P>




Casi 30 minutos separan a Linares, en la Región del Maule, de la comuna de Colbún, que incluye los pueblos de Panimávida, Rari, Quinamávida y Rabones. Mencionar estos nombres es hablar de aguas termales y artesanías únicas como el crin de caballo y la piedra toba. Es levantar la vista hacia volcanes como el San Pedro, y cerros como Las Vizcachas, bajarla hacia valles como El Melado, y cruzar ríos como el Maule, el Achibueno o el Ancoa hasta llegar a Argentina por el paso Pehuenches. Ese es el dato geográfico puro. Pero la llegada en los últimos 10 años de extranjeros de distintos países, hace pensar que aquí hay algo más.

Michael Davies es sudafricano y tiene un acento "agringado". Desde enero está a cargo de Pani House, su cafetería, restaurante y hostal que queda frente a la plaza de Panimávida. También es presidente de la recién creada Agrupación de Ecoturismo y Artesanía de Colbún, que reúne a 23 socios interesados en que esta zona -a cuatro horas de Santiago- sea más valorada y declarada Zona de Interés Turístico (ZOIT).

Michael no llegó solo. Su mudanza desde Santiago es parte de un plan de cambio de vida junto a su esposa chilena, Nina Pagola, y sus dos hijos Simón e Ian. Antes de conocerse ambos habían viajado mucho y ya juntos habían vivido dos años en Malasia. Pero tras eso, "nos metimos en el modelo santiaguino. Yo trabajaba como esclavo 12 horas diarias, hasta que en 2011 Nina estuvo durmiendo en el piso tres meses por una hernia y yo estresado partí a los 42 años a ver a un psicólogo por primera vez. Ese fue un primer aviso", recuerda Michael. El tratamiento de Nina incluía reiki "y su terapeuta nos hablaba todo el tiempo de un terreno en el sur", agrega.

Siguiendo esa pista, hace cinco años llegaron por primera vez a la zona al camping La Monja. "Los niños jugaron y corrieron todo el día como locos… ¡felices!", recuerdan. Ese fue el segundo chispazo que iluminó la necesidad espiritual que tenían de dejar su acomodada vida en Vitacura: él trabajando en una empresa de construcción que lo trajo de Johannesburgo a Santiago a los 24 años. Ella, como educadora y dueña de un jardín infantil. Tras el fin de semana de camping, cambiaron el auto por una 4x4 para recorrer la zona y comenzaron a visitar Rari dos veces al mes. Arrendaron una casa y Nina vendió el jardín y compró 300 hectáreas de bosque nativo para convertirlo en un proyecto educativo. Luego vendieron su casa en Santiago y en el verano de 2013 llegaron a vivir definitivamente a Rari.

Los atrajo el suelo barato, el agua limpia, el clima mediterráneo, el que esté todo por hacer y que el ambiente sea más diverso que en Sudáfrica y Chile: "Acá no hay segregación, mis hijos van a la misma escuela que la gente de aquí, no hay tacos, ni smog, haces lo que quieres y después regularizas", resumen.

Mientras Michael afina los detalles del hostal con cuatro habitaciones que abrirá en agosto, Nina sigue de cerca la educación de sus hijos en la escuela de Rari, de la que es presidenta del centro de padres y da algunos cursos allí. "Nos costó salir de Santiago porque era un imán y era lo seguro, pero hoy estamos felices porque tuvimos un sueño y lo estamos realizando".

Ulises Plasencia y Cintilla Guerra son los más veteranos del grupo de nuevos vecinos. Llegaron al Valle de Rabones desde Islas Canarias en 2003, junto a sus cinco hijos: "En sueños, me dijeron 'tienes que ir a América, lo tuyo es territorio inca'. Si no, iba a morir mi espíritu. Me vine con una fe ciega porque soñé este sitio y cuando llegué al valle sentí que era aquí".

Así es como, de vivir en una de esas casas-cuevas tan típicas de la orografía de Canarias, y en un ambiente de comunidad basado en la libertad, la ecología y la fabricación de artesanías, decidieron instalarse definitivamente en Chile. Pasaron dos años vendiendo y regalando sus pertenencias, hasta que finalmente llegaron a Rabones. No había agua ni luz. Había soledad. Todo estaba por hacer.

Hoy viven en una casa rodeada de huertos orgánicos que están a cargo de sus hijos, ya veinteañeros, que fueron a la escuela local con los hijos de los pobladores, en su mayoría, familias de antiguos arrieros o campesinos.

Desde 2007, Cintilla, que estudió Bellas Artes y agricultura orgánica, se dedica a la permacultura, a investigar nuevos tónicos y esencias en base a hierbas y flores, a cuidar semillas y a dar cursos de cosmética natural. A Ulises, mucho menos místico que su esposa, se lo puede encontrar arreglando una guitarra en su taller o leyendo poesía. Con su acento español casi intacto, describe su llegada al valle como un acercamiento al campo y a las cosas simples de la vida. Por eso también cree que siempre se ha llevado bien con los lugareños.

A Cintilla no le sorprende que cada vez lleguen más extranjeros a la zona: "Se está manifestando una nueva forma de vida, porque llegas aquí y ¿qué encuentras? Comer sano, vivir sano y que la vida no sea lo de antes".

Mirjam Gut también es considerada una de las "veteranas" del lugar. Llegó hace siete años a Rari desde la ciudad de Basel, Suiza. A los 20 años se fue cuatro meses a Nueva York para aprender inglés, luego trabajó tres años como azafata en Lufthansa viajando por África, Asia y Estados Unidos, y hasta fue modelo de tallajes (es decir, que prueban en su cuerpo la ropa ya confeccionada), cuando regresó a Basel donde instaló un puesto de flores en el mercado local.

A Chile llegó en 2002, en medio de un viaje por Sudamérica, y pasó por Rari para visitar a unas amigas suizas, que todavía viven allí. Volvió dos veces antes de pensar en quedarse definitivamente: "Siempre quise vivir en otro lugar, pero no sola, sino formando un equipo y el gancho fue que otras suizas estaban aquí", recuerda. En esa época conoció a Klaus Dörflinger, un alemán viajero como ella y juntos decidieron emprender. Aunque varios extranjeros como Klaus regresan a trabajar a Europa para luego traer dinero a Chile, Mirjam se propuso levantar algo sustentable como para no tener que ir y volver. Con ese sueño, compraron casi una hectárea en el sector Los Amaneceres de Rari.

Su idea inicial era tener algo para "comer y llevar". Así nació Deli Cieli, una sociedad donde ella pone chocolate suizo y Klaus, cecinas artesanales alemanas. Lo curioso es que al momento de formar la sociedad, ella de chocolates no sabía nada, por lo que viajó a Suiza, contactó a un chocolatero y le pidió que le enseñara. Hoy ofrece 15 variedades que tienen gran éxito: "Desde el momento en que puse el letrero con la palabra 'chocolate', fue mágico, pues empezó a entrar gente", dice.

Aunque recuerda que los cuatro primeros años fueron más tranquilos, hace tres que no para: En 2009 sumó dos hectáreas más al terreno y en 2010 inauguró dos amplias cabañas construidas de manera sustentable con fardos de paja y adobe. En 2012, y con la ayuda de un fondo de Sercotec, organismo estatal que promueve la pequeña empresa, sumó un spa y un sauna completando lo que hoy se conoce como el "Cieli": un lugar de descanso con cuatro tipos de masajes y un sauna con grandes ventanales que miran al campo por el que se pasean decenas de bandurrias.

Está feliz de haberse instalado ahí. "Fue la necesidad de un cambio. Yo ya había ido a muchas fiestas, había viajado y necesitaba la tranquilidad y el silencio", nos cuenta mientras se pone unos coloridos aros de crin, accesorio sin el cual, dice, no sale de su casa. Sin embargo, su vida ahora es cualquier cosa menos contemplativa: además de atender el Cieli, oficia de tesorera de la junta de vecinos, participa de la recién creada Agrupación de Ecoturismo de Colbún y apoya la agrupación cultural Ayekantún.

No lejos del Cieli están Nora Leuenberger, suiza de Basel, y Danilo Contreras, oriundo de Rari. Detrás de la llegada de Nora hay una hermosa historia de amor, de idas y vueltas a Suiza, donde ella retomó varias veces su trabajo de profesora de enseñanza básica, antes de que ambos se convencieran de que no podían vivir separados.

Todo comenzó la primavera de 2009 cuando, tras un periplo por Sudamérica, Nora se detuvo en Chile. Cansada de llevar un año viajando, decidió asentarse un tiempo: "Quería estar en un lugar fijo sin armar y desarmar maleta y yo ya conocía a Michael Reich, otro suizo que vive en Rari. Él siempre me mandaba fotos del campo y de las cabalgatas". Como había sido criada en el campo, no le costó mucho acomodarse al trabajo: "Le hice la huerta, le paseaba los caballos y hasta le manejé el tractor. En esos cuatro meses, Danilo, que es carpintero, estaba techando una casa cerca y venía a verme a caballo. Pocos hombres montan en Suiza y eso me llamó la atención. Luego su papá me invitó a un asado donde iban a marcar y lacear caballos, después llevamos a los animales a la veranada en la cordillera y así poco a poco nos fuimos conociendo mejor", dice en perfecto español.

Para Nora no fueron sólo los caballos lo que la unieron a Rari. "Yo digo que es un valle encantado, creo que hay muchas brujas que tienen su fuerza mágica porque yo he viajado mucho por el mundo… Hawái, India, Canadá, Europa, Cuba, Guatemala, México, Perú, Bolivia, Argentina, y nunca había encontrado un lugar que me atrajera tanto. Incluso en el último viaje que hice por Tailandia, Malasia y Vietnam, sentí una distancia tan grande con la gente, comparado con lo que había vivido en Chile que me dije… 'bien, ya lo vi, lo viví' y ahí supe que no quería viajar más". Se dio cuenta de que en Suiza no iba a ser feliz, y en agosto de 2012 llegó a radicarse en Chile.

Danilo, que estuvo trabajando en la granja de sus "suegros" en Suiza, agrega que quedarse en Europa nunca fue una opción porque allá "todo está hecho" y es "demasiado ordenado". Hoy esperan a su primer hijo, levantan una segunda casa para recibir de vacaciones a la familia de Nora a quienes "les encanta Chile" y, crearon en un terreno de 14 hectáreas, la Estancia El Encanto, donde ofrecen cabalgatas, clases de equitación y excursiones guiadas por Danilo, quien conoce como pocos la región y que incluyen cruzar el río Rari, ver el lago Colbún desde las alturas, la Piedra Grande, el Volcán Descabezado, el San Pedro, Valle de Rabones y, si el día ayuda, hasta los Nevados de Chillán.

Otra historia de amor que se tejió no lejos de ahí fue la de la holandesa Natasja Mulder y el chileno Orlando Cerda. Cuando compró su hectárea y media en Rabones en 2009, Natasja tenía 22 años y estaba en medio de un largo viaje por Sudamérica en el que esperaba llegar hasta Curaçao.

Paró en la granja ecológica de Cintilla y Ulises para hacer Wwoofing, que significa World Wide Opportunities on Organic Farms y se trata de trabajar en una granja a cambio de alojamiento y comida. Ahí se enteró de la venta del terreno vecino. Ella llevaba años ahorrando dinero para tener un pedazo de tierra propio, algo que en su natal Kuinre, a una hora de Amsterdam, era imposible: "Me gustó porque la naturaleza es pura, hay un río cerca, está rodeado de montañas hermosas y el precio era accesible. Fue una oportunidad que tomé pensando en que compraba y luego seguiría viajando", dice. Pero empezó a construir una pequeña casa. Los dos primeros años fueron duros: no había agua, ni luz, por lo tanto no tenía refrigerador, ni calefont y debió regresar a Holanda a trabajar en su profesión -asistente social- para así reunir dinero, terminar la fosa séptica y poner los postes de electricidad.

Por su parte, Orlando también venía de afuera. Era un santiaguino que había trabajado en una agencia de turismo y una multitienda hasta que, hastiado de la capital, se fue a Linares, donde se había instalado su padre, sin mucha claridad sobre su futuro. Durante un paseo en bicicleta descubrió el Valle de Rabones y se fascinó: "Venía a dar clases de alfabetización a viejitos y luego trabajé para el Comité de Agua Potable de Rabones por lo que me tocó ir puerta por puerta revisando los medidores y fui conociendo a todo el mundo. Empecé a pensar que era un lugar para quedarse", recuerda.

A Natasja la vio por primera vez en una sesión de canto a la que lo había invitado Cintilla, que hoy es su vecina. Natasja estaba enfocada en levantar su casa pero las insistentes visitas de Orlando y las invitaciones a conocer los cerros terminaron por captar su interés. Se casaron en febrero de 2013 y tienen una hija, Elisa, de dos. El año pasado abrieron el Hostal Corazón -tipo bed & breakfast con pan casero- que tiene cinco piezas y un pequeño bosque para hacer picnics, pasear y descansar.

Como la mayoría de los extranjeros que han llegado a radicarse a la zona, son novatos en el negocio turístico, pero creen en el potencial de esta región con senderos para toda la familia, bosques nativos y leyendas escondidas.

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