La curiosidad de Ada Yonath
Los estudios de esta investigadora, que en 2009 obtuvo el Premio Nobel de Química y que esta semana visitó Chile, están ayudando a combatir la resistencia a los antibióticos y a descifrar el origen de la vida. Yonath asegura que para desarrollar una carrera como la suya los padres y los profesores son esenciales. Además, resalta la necesidad de incentivar el interés en la ciencia por parte de las mujeres.<br><br>
A una edad en que a la mayoría de los niños sólo les importa jugar, Ada Yonath se había obsesionado con un misterio. Con sólo cinco años, su curiosidad la había llevado a preguntarse cuál era la altura del balcón del departamento que su familia arrendaba en Jerusalén. Usando sus pequeñas manos arrastró sillas y otros muebles para intentar llegar al techo, pero su rudimentaria torre no era suficiente, así que escaló la inestable estructura hasta llegar a la cima. Se cayó y se rompió un brazo, pero ese experimento fue el inicio de una inquisitiva vida ligada a la investigación que en 2009 la llevó a ganar el Premio Nobel de Química.
Yonath, quien esta semana participó en la celebración de los 50 años de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, obtuvo el galardón junto a otros dos investigadores por su contribución al mapeo del ribosoma. Esta es una pieza fundamental de la maquinaria de las células de todos los organismos y se encarga de la producción de proteínas necesarias para la vida. Al descifrar cómo opera este mecanismo a nivel molecular, la científica nacida en 1939 y sus colegas ayudaron a diseñar medicamentos más efectivos contra enfermedades tan diversas como la tuberculosis, el cólera y la sífilis.
La razón es que las bacterias que causan estos males emplean el mismo mecanismo del ribosoma para sobrevivir y cuando una droga interrumpe su producción de proteínas, el microorganismo muere. De hecho, más del 40 por ciento de los antibióticos usados en tratamientos clínicos se adhieren al ribosoma y bloquean este circuito: un ejemplo es la eritromicina, disponible en cualquier farmacia y el primer antibiótico que usó este método. Sin embargo, desde que se crearon los primeros medicamentos de este tipo en los años 50 las bacterias han ido desarrollando una creciente resistencia que preocupa a médicos y científicos como Yonath, quien hasta hoy sigue trabajando e investigando en el Instituto Weizmann en Israel.
Desde mediados del siglo XX, las bacterias han ido mutando para defenderse contra las drogas que alguna vez las vencieron. Es un proceso evolutivo natural que les permitió adaptarse a su nueva realidad, pero debido a factores como el sobreconsumo y el mal uso de los medicamentos este fenómeno se vuelve cada día más veloz. Según un informe elaborado por el Ministerio de Salud de Gran Bretaña, hoy casi 700 mil muertes en el mundo son atribuibles a la resistencia a los antibióticos y en 2050 esos fallecimientos podrían llegar a 10 millones. En comparación, hoy el cáncer mata a 8,2 millones de personas al año.
¿Cuáles son los principales desafíos para enfrentar el problema de la resistencia a los antibióticos?
Bueno, no creo que sea un problema que podamos resolver por completo. Tal vez podamos solucionarlo de forma parcial, controlarlo de mejor forma. Pero las bacterias siempre van a encontrar un nuevo camino. Al menos ahora podemos tratar de que el proceso sea más lento. A través de la publicación de estudios estamos difundiendo los antecedentes estructurales del ribosoma con el resto del mundo, información que puede ser utilizada para diseñar nuevos antibióticos. También hablo con las compañías que me quieren escuchar para colaborar en la creación de esos medicamentos.
Una técnica para minimizar la resistencia a los antibióticos apela a la sinergia, es decir la combinación de dos drogas que son más efectivas juntas que por separado. Hace unos años, el equipo de Yonath colaboró con investigadores de las universidades de Illinois, en Chicago, e Hiroshima, en Japón. Ese trabajo permitió identificar una de esas parejas de medicamentos: los antibióticos lankacidina y lankamicina, que se usan para tratar enfermedades como la difteria y males causados por la bacteria estreptococo, como infecciones de garganta e inflamación cardíaca.
Pero eso no es todo, porque en la comunidad científica existe consenso de que el trabajo de Yonath podría ayudar a explicar la forma en que aparecieron los primeros microorganismos en la Tierra hace unos 4,1 mil millones de años. Después de todo, la elaboración de proteínas por parte del ribosoma es esencial para la química de la vida.
¿Concuerda con sus colegas que creen que su investigación podría ayudar a explicar por qué estamos aquí?
Hasta ahora es sólo una sugerencia. Todos los ribosomas tienen un área en su interior donde elaboran las proteínas y que es idéntica en todos ellos, ya sea que se trate de bacterias, flores, perros o seres humanos. Por eso pensamos que ese elemento no ha sido influenciado por el ambiente y que estaba ahí antes de la vida. Era como una pequeña maquinaria que operaba en el mundo prebiótico y el inicio de las células a medida que fue avanzando el tiempo.
Aprender de los padres
El camino que siguió Yonath para desarrollar su carrera no fue fácil. Sus padres compartían el departamento donde ella se rompió el brazo con otras dos familias y apenas podían pagar el arriendo. Ni su madre, Esther, ni su padre, Hillel, tenían educación formal y él padecía una enfermedad que le impedía trabajar. Cuando ella tenía 11 años, Hillel falleció y para ayudar a su madre y hermana menor, Yonath, trabajó limpiando pisos, lavando platos y preparando sándwiches.
A pesar de lo dura que fue su infancia, la científica recuerda que sus padres hicieron lo posible para sacarla adelante. Ambos eran bastante religiosos, pero su madre tenía una mente inquisitiva y solía hacerse preguntas como "¿Por qué esto es rojo?" o "¿Por qué tenemos invierno?". Esa necesidad de conocimiento se traspasó a Yonath, quien al ser consultada sobre qué la hizo dedicarse a la investigación, responde sin dudar: "La curiosidad fue mi motivación para volverme científica". Por eso hasta hoy se acuerda de aquel primer y doloroso experimento en el balcón, que sigue sin resolver porque los actuales habitantes del departamento modificaron el techo.
Tanto sus padres como su profesora de kínder se dieron cuenta de que era una niña brillante y que los colegios religiosos del barrio estaban por debajo de su nivel. Por eso le pidieron una audiencia al director de Beit Hakerem, una prestigiosa escuela secular donde Yonath fue ingresada directamente en segundo básico. "Creo que los padres deben respetar todo aquello en lo que el niño desea convertirse, incentivar sus intereses y preguntas. Y no hablo necesariamente de la ciencia, sino que en general sobre lo que los menores desean hacer", indica la investigadora, quien tiene una hija doctora y una nieta.
¿Qué puede hacer un profesor para incentivar ese interés en la ciencia?
Es una pregunta difícil porque la respuesta depende de los conocimientos de los estudiantes y del mismo profesor. Pero en muchos lugares el currículum es muy aburrido, así que el profesor tiene que hacer esfuerzos sobrehumanos para volverlo interesante. Esto se puede hacer pero demanda pensar, experimentar diversos métodos e involucrarse directamente en el proceso educativo.
La carrera científica puede ser bastante exigente. ¿Qué le diría a un investigador joven que está recién partiendo?
Todas las profesiones son competitivas. La política lo es más que la ciencia. Las artes y la dramaturgia también son demandantes. La competitividad, a mi juicio, no es un factor que debiera influir a la hora de decidirse o no a seguir una carrera en investigación. Es el amor por la ciencia lo que es fundamental. La existencia de curiosidad y pasión es lo esencial, porque la competencia la vas a encontrar siempre en distintos aspectos de la vida.
Tras realizar su servicio militar obligatorio en una instalación médica de máxima seguridad, Yonath entró a la universidad y completó varios postdoctorados en Estados Unidos. Durante los 70, entró al Instituto Weizmann y empezó a realizar sus estudios sobre el ribosoma. Para efectuar estas investigaciones, desarrolló una técnica pionera que involucraba la exposición de ribosoma a temperaturas sumamente bajas, para así generar cristales que se podían observar de forma más sencilla. El método se llama cristalografía y aunque hoy es un procedimiento estándar, ella y su equipo tuvieron que realizar 25 mil intentos antes de obtener los primeros cristales en 1980.
¿Qué ha cambiado desde entonces?
Primero que nada, existen los computadores, que han dado pie para el surgimiento del conocimiento electrónico y a enormes niveles de datos que se generan en unos cuantos segundos. Además, las nuevas tecnologías han hecho que la interacción entre los científicos sea radicalmente distinta. Por ejemplo, yo puedo estudiar algo acá en Chile y enterarme de que algo similar ya se está haciendo en Canadá y en China. Ese grado de colaboración es importante. El segundo gran cambio es la creciente complejidad que representa interpretar este enorme nivel de datos que estamos obteniendo.
Cuando Yonath recibió el Nobel en 2009, fue la primera mujer israelí en conseguir el galardón. Su distinción volvió a reactivar el tema del reconocimiento y la participación de las mujeres en la investigación mundial. Un ejemplo: desde su creación, 48 mujeres han obtenido el Nobel, en comparación con más de 800 hombres. A esto se suma la percepción negativa que persiste en torno al rol femenino en ciencia, tal como lo reveló una encuesta divulgada en septiembre por la consultora francesa Opinionway y la Fundación L'Oréal. En una consulta a cinco mil personas, dos de cada tres dijeron que las mujeres "no tienen lo que se necesita para ser científicas de primer nivel". Además, el 25 por ciento dijo que no poseen suficiente confianza en sí mismas y el 20 por ciento aseveró que carecen de "competitividad".
¿Es necesario instaurar más programas de promoción científica destinados a las mujeres?
En la ciencia no hay género. Hombres y mujeres operan de la misma forma, pero en general el entusiasmo de las mujeres no es tan alto como el de los hombres. Esto es porque la sociedad todavía tiene la impresión de que la ciencia y el género femenino no van de la mano.
Es políticamente incorrecto decirle a una hija 'no vayas a hacer ciencia, deberías ser madre'. No es algo que se diga en voz alta, pero indirectamente todavía se cae en el ejercicio de creer que porque una mujer es fea lo más probable es que sea científica. Por eso pienso que es muy importante educar a la sociedad para que cambie y eso es lo que intento. Curiosamente, las jóvenes son muy entusiastas y puedes ver sus ojos abiertos de par en par cuando doy una conferencia; incluso cuando tienen siete o 10 años preguntan sobre qué hago y cómo lo hago.
Pese a que todavía queda mucho por avanzar, algunos sondeos indican que algo está cambiando. Es lo que revela un análisis realizado en 2014 en Inglaterra por la consultora Cambridge Occupational Analysts, que indica que el número de alumnas que considera seguir una carrera universitaria en ingeniería, tecnología y matemáticas ha crecido más que el de los hombres. En el caso de la ingeniería civil el número aumentó un 10 por ciento en los últimos siete años, el doble del porcentaje visto entre los varones.
El problema, dice Yonath, es que hasta "los 17 y 18 años las niñas siguen expresando interés, quieren volar con la ciencia, pero al entrar a una nueva etapa en sus vidas la sociedad les corta las alas". Pero cuando las jóvenes le preguntan sobre el tema, ella les tiene una respuesta clara: "Les digo que la política e incluso la literatura son más complejas. Hombres y mujeres pueden ser acallados por una muchedumbre durante un mitin. Pero los científicos tienen un piso mucho más sólido para sostenerse y defenderse".
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