La delgada línea entre ser héroe o cobarde

<P>El naufragio del Costa Concordia nos enseña que todos podemos convertirnos en un noble Aquiles o en el león del Mago de Oz. Todo se debe a la naturaleza social de nuestra especie.</P>




¿SE ACUERDAN del doctor Smith? Si la respuesta es un no, aquí se lo presentamos: el coronel Zachary Smith era el villano de la serie de ciencia ficción de los años 60, Perdidos en el espacio. Un espía que, por error, es lanzado más allá de la estratosfera junto a la tripulación de la nave Júpiter 2. En el guión original, desaparecía rápidamente de la historia, pero el sorpresivo éxito del personaje obligó a la producción a convertirlo en la estrella. ¿Qué explica que "el malo de la película" haya terminado por robarles el protagonismo a los Robinson, supuestos héroes de la misión?

Pues bien, el doctor Smith era un mentiroso y un manipulador, pero ante todo era un cobarde. Y un cobarde de antología. Sus frases fanfarronas: "¡No temáis, Smith está a bordo!", seguidas de otras temerosas como "¡Estamos perdidos, moriremos todos!", se ganaron la simpatía del público que se sintió identificado con el personaje a cargo del actor Jonathan Harris.

¿Por qué?

Los seres humanos tenemos dentro de nosotros tanto a un héroe en barbecho como a un villano de pacotilla. Es algo que se debe a la naturaleza gregaria del homo sapiens y lo que explica por qué el caso del naufragio del Costa Concordia y la historia del "capitán cobarde", Francesco Schettino, y del "capitán héroe", Gregorio Maria De Falco, ha sido uno de los temas más populares por estos días.

La desafortunada decisión de Schettino de abandonar el barco, así como la intervención aparentemente corajuda de De Falco al ordenarle (desde tierra firme, claro) "¡Vuelva a bordo, carajo!", nos enseña que la línea que divide el heroísmo de la cobardía es más delgada de lo que parece y que cualquiera de nosotros puede estar en el lugar del vapuleado Schettino o del admirado De Falco.

Porque tanto el heroísmo como la cobardía son condiciones que tienen más que ver con las circunstancias que con otra cosa. Y si bien pueden existir ciertos rasgos de personalidad que inclinen la balanza, es sólo ante una crisis donde la vida o la integridad física está en juego que decidimos gritar un noble "Las mujeres y los niños primero" o un ratonil "¡Sálvese quién pueda!", otra de las frases preferidas del doctor Smith.

Históricamente han sido las guerras y los naufragios donde la sicología social ha estudiado de mejor forma el fenómeno del heroísmo. Los casos del hundimiento del Titanic (1912) y del Lusitania (1915), por ejemplo. Ambos eran lujosos barcos británicos cuyos naufragios cobraron miles de vidas. La gran diferencia fue que en el primero se impuso la lógica de "las mujeres y los niños primero", mientras que en el segundo, el "sálvese quién pueda" permitió que se salvaran los mejores para abrirse paso codazos. Es decir, ganó la ley del más fuerte a las normas civilizadas.

La Universidad Tecnológica de Queensland (Australia) y la Universidad de Zurich (Suiza) estudiaron ambos casos y llegaron a la conclusión de que el factor tiempo fue crucial: el Titanic demoró unas tres horas en hundirse, dando tiempo para que en medio del caos se restableciera "el contrato social" y el sometimiento a la autoridad, a las normas morales y a las leyes, terreno fértil para que emerja la figura del héroe. El Lusitania, en cambio, zozobró en apenas 18 minutos, imponiéndose la reacción más primitiva de los homínidos cuando se ven sometidos a un estrés extremo; es decir, la respuesta del "pelea o escapa".

Pero esto no explica del todo lo ocurrido en el Costa Concordia. Según los sobrevivientes, pasaron más de 40 minutos entre que la nave chocó contra un roquerío en las aguas de la Toscana (Italia) y el momento en que se dio la orden de abandonar la nave que, además, no alcanzó a hundirse completamente frente a la isla Giglio. Es decir, existió el tiempo suficiente para que, tras el pánico inicial, se restablecieran las normas civilizadas. ¿Qué falló entonces? Un aspecto clave del "contrato social": la autoridad que, en este caso, no tenía más alternativa que convertirse en héroe o en un cobarde, porque si hay algo que define al heroísmo es su carácter absoluto, su todo o nada, su "vivir con honor o morir con gloria".

Pero en lugar de ser el último en abandonar el barco, Schettino "cayó" (según él) sobre un bote salvavidas cuando todavía quedaban pasajeros atrapados, muchos de ellos niños, y en lugar de dirigir un tranquilizador: "Les habla su capitán….", prefirió llamar a la sua mamma, como buen italiano. Para empeorar las cosas, rehusó volver a bordo cuando fue increpado por el capitán de puerto, "porque estaba oscuro". Es decir, su actuación estuvo en las antípodas del heroísmo.

Es más, el capitán del Costa Concordia no cumplió con ninguna de las cinco claves que los sicólogos sociales Philip Zimbardo y Zeno Franco establecieron para clasificar a una conducta como heroica.

En un artículo escrito por el propio Franco (en cooperación con Matt Langdon), titulado "El capitán que cayó al bote salvavidas", parten criticando su falta de olfato necesaria para identificar una situación conflictiva (discontinuity detector) y que lo habría llevado a demorar su actuación. Sin embargo, otras teorías apuestan a que el comandante sufrió la clásica parálisis que sufren muchos animales al momento de enfrentar un estrés agudo, cuando el cortisol inunda el cuerpo y éste se queda inmovilizado, como el de una zarigüeya, tratando de pasar inadvertido ante su depredador, que en este caso era el resto de los pasajeros y de la tripulación. Y, claro, el capitán De Falco.

Siguiendo con la teoría de Zeno Franco, Schettino tampoco habría estado dispuesto a tener conflictos interpersonales, algo inherente a cualquier actitud noble, al querer complacer a sus amigos de la isla Giglio y realizar "la bella figura", un clásico italiano.

Menos aún tuvo visión a largo plazo. Ante un estrés agudo (de nuevo nos remitimos a la explicación biológica), el homo sapiens puede elegir actuar sólo siguiendo los dictados de su "cerebro límbico" (de las emociones), heredado de sus ancestros homínidos cuando arrancaban de los depredadores en la sabana, o poner en acción las regiones más evolucionadas de su mente y pensar en el bien de la comunidad y en la transcendencia. Claramente, el capitán no alcanzó a concentrarse en objetivos de largo plazo, como su carrera y su honor.

En cuarto lugar, Schettino no pudo resistir "racionalizar" todo lo ocurrido. Según Franco y Zimbardo, cuando enfrentamos una crisis, los seres humanos tenemos la tendencia a buscar excusas. Una conducta heroica implica no dejarse arrastrar por argumentos de autojustificación que pueden partir con una blanca mentira autodirigida (ya salvé a la mayoría al llevar el barco cerca de la costa), pero que poco a poco inicia una escalada (me caí a un bote salvavidas) y que al final ponen a su autor en un callejón sin salida. O en la cárcel.

Por último, está el asunto del miedo. Se trata de una emoción que hasta los héroes de la tradición griega sienten cuando se ven enfrentados a la muerte. La diferencia está en saber controlarlo. Un tipo valiente, pasado los primeros minutos en que las hormonas y el "cerebro límbico" mandan, logra manejarlo y pensar con mayor proyección. Como el baterista Giuseppe Girolamo, que cedió su lugar en un bote salvavidas a un niño, convirtiéndose en un héroe de la tragedia del Costa Concordia y en el antagonista de Schettino.

Pobre capitán que prefirió vivir sin honor y morir sin gloria, pero no perderse los ñoquis de la sua mamma.

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