La educación bajo la lupa del profesor que lleva más de 50 años haciendo clases
<P>Que los docentes eran bien pagados y que había un mejor clima escolar. Esos son los mitos que derrumba Juan Gallo, uno de los profesores con más años de servicio del país. "La profesión era mal vista y sólo se educaba a la elite", dice. </P>
Pocas personas pueden contar que figuran en una galería de honor y que existe un premio que lleva su nombre. Más aún, pocos pueden decir que formaron a un ex presidente, un ex senador, dos ex ministros de Estado y un escritor.
Es Juan Gallo, profesor de química del Colegio San Agustín El Bosque, ubicado en la comuna capitalina del mismo nombre, quien tiene un espacio en la galería de docentes connotados del Instituto Nacional. Todos los fines de año, en la ceremonia de graduación de los cuartos medios del San Agustín, se entrega el premio Juan Gallo al mejor alumno en ciencias. Cuentan en el colegio que cuando se hace el anuncio, los alumnos gritan: "¡Tata, tata, tata!".
Así conocen en el colegio a este profesor, quien trabaja hace 11 años allí, desde su fundación. "Me gusta quedarme", dice. A eso, hay que agregarle 40 años en el Instituto Nacional, 30 en el Hispano Americano y siete en el San Ignacio Alonso Ovalle.
¿Sumó bien? No, no lleva casi un siglo en las aulas, varios años trabajó en más de un colegio, pero sí contabiliza 56 años, desde que en 1954 llegó como asistente al Instituto Nacional, lo que lo convierte en uno de los profesores más antiguos en servicio en el país.
Se jubiló dos veces, primero al cumplir 35 años de servicio en el actual INP y luego 10 años más tarde, bajo las AFP, pero lo llamaron para que siguiera trabajando. "Soy de los que piensan que la mejor terapia es el trabajo. Y tengo vocación. Me agrada el enseñar, el sacar a los alumnos de la idea de que química es odiada y el contacto con la juventud".
En su vasta trayectoria pasaron por su sala de clases el ex Presidente Ricardo Lagos, el ex senador Carlos Ominami, los ex ministros Miguel Kast y Hernán Büchi y el escritor Antonio Skármeta. Esa es, según él, otra de las cosas que lo entusiasma: "Encontrarme con ex alumnos que han triunfado".
La próxima semana cumplirá 85 años y, desde la escuela, ha visto de todo: la reforma que alargó la enseñanza básica de seis a ocho años y la aprobación de la ley que la restableció en seis; la reducción de los institutos pedagógicos y la proliferación de universidades privadas, la aparición de los profesores marmicoc en los 60 y los express en los 90; la masificación de la enseñanza y las eternas huelgas de los profesores. Sí, porque justo cuando él ingresó al Pedagógico de la U. de Chile, en 1951, las huelgas docentes comenzaron a ser pan de cada día. La razón: los bajos sueldos.
"Pedagogía siempre ha sido una carrera de segunda categoría, por los bajos sueldos. Los que tenían puntajes más altos en el Bachillerato (antgua prueba de ingreso a la universidad) se iban a otras carreras".
El deterioro de los salarios se produjo desde los años 50, según los expertos, porque los profesores eran el grupo más numeroso de los empleados públicos y siempre fue costoso para las arcas fiscales mejorarles el salario. Desde ahí en adelante, los conflictos se agudizaron. La historia registra, por ejemplo, que bajo el gobierno de Frei Montalva una paralización se prolongó entre el 21 de marzo y el 24 de mayo.
Los docentes secundarios eran un grupo reducido de elite, pero mal pagado, recuerda Cristián Cox, director del Centro de Estudios de Políticas y Prácticas en Educación de la UC. De hecho, el 68% de su formación era disciplinaria.
Gallo, quien participó de todos los movimientos, piensa que las huelgas pueden le pasaron la cuenta al magisterio. "Creo que nos desprestigiaron un poco. ¿Cómo le voy a exigir a un alumno ética y disciplina si al día siguiente me ve enfrascado en una violenta lucha con las autoridades?".
La forma de lograr un sueldo digno era trabajar en muchos colegios. "Llegué a trabajar más de 60 horas a la semana, almorzando un sándwich en la micro". Y a él, un profesor del siempre cotizado Instituto Nacional, le sobraban las ofertas. "Es difícil que alguien se dedique a esto (la docencia) sin vocación y con una renta que es la cuarta parte de otro profesional. Sin vocación, me imagino que esto es un infierno", dice.
Cuando entró a trabajar al Nacional, a mediados de los 50, el rector era Ulises Vergara, un docente tan estricto que se paraba a las 8 de la mañana en la entrada y no dejaba ingresar ni a los profesores atrasados.
Desde ese entonces hasta finales del siglo XX, cuando se alejó del Instituto, éste seguía siendo casi igual. Casi, porque a inicios de los 60 sólo el 18% de los jóvenes asistía a la enseñanza media (entonces humanidades) y generalmente se trataba de los alumnos más acomodados. Con los años, la enseñanza se masificó y ello llevó a cambiar la disciplina. "Antes no volaba una mosca y los alumnos no podían objetar nada. Pero nadie aseguraba que, en realidad, prestaran atención", dice.
Una realidad muy distinta a la que observa hoy en las salas de clases. "Antes eran menos niños y a mucha gente de clase media baja ni se le pasaba por la mente mandar a sus hijos a la escuela".
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