La fiebre mariachi se esparce por Santiago

<P>Nunca han visitado México. Son mariachis "made in Chile", que llevan este tipo de música a todos los rincones de la capital, a través de un servicio de serenatas, balazos incluidos. </P>




Guillermo Osorio camina rápido por Ahumada. Como tantos oficinistas, a las seis de la tarde sólo quiere llegar pronto a su casa. Mira el reloj y calcula: está justo a tiempo para llegar a cambiarse ropa, sacar los instrumentos, cargar el auto y pasar a buscar a sus compañeros. Una serenata los espera al otro lado de Santiago, donde un hombre arrepentido confía en que por obra y gracia de la música su mujer deje de lado el orgullo y olvide su error.

Guillermo conoció a mediados de los 90 a César Orellana y Jimmy Carrasco, compañeros en el Liceo Experimental Artístico. Con ellos formó la banda Mariachi Nuevo Son, a la que se sumó el profesor de trompeta Mauricio Ruiz. La idea era ganarse la vida como músicos profesionales y para eso la tradición mexicana era una apuesta segura.

"Al principio queríamos vivir de la música y era difícil. Hacíamos serenatas, pero todo funcionaba medio artesanal. Hasta los trajes los arreglábamos nosotros. A los primeros que tuvimos les pusimos monedas y cadenas que se veían bien, pero no eran como los ornamentos originales", cuenta César.

Los adornos de un traje de mariachi cuestan 70 mil pesos entre botones y atavíos, y a estas alturas la banda los importa desde México. La pistola a fogueo es también protagonista de cada presentación, "porque los clientes llamaban preguntando si la serenata era con balazos, y al principio decíamos que no, que éramos pacifistas", relatan, "pero al final compramos una pistola y cuando cantamos Las mañanitas van los balazos".

Llamados por otras obligaciones, dos integrantes de Nuevo Son dejaron las presentaciones musicales sólo para el fin de semana y estudiaron Administración de Empresas. "Con el tiempo eso nos sirvió, porque ahora en nuestro negocio somos más ordenados", explica Guillermo, quien trabaja en una empresa de cobranzas. Los demás han hecho de las serenatas una opción bohemia, pero rentable.

No hay fin de semana en que no les toque cruzar Santiago para presentarse en pequeños y grandes eventos. Matrimonios, cumpleaños, aniversarios, fiestas de 15 años y bautizos se juntan uno tras otro, y con muy poco tiempo de diferencia. "Esta semana, por ejemplo, vamos el viernes a Recoleta, para seguir el sábado en dos lugares distintos de Puente Alto, después paramos en Ñuñoa, Renca y Colina, para bajar la cortina en La Dehesa a las dos de la mañana", explica Guillermo. Un itinerario que demuestra que los mariachis tienen una aceptación transversal. "La gente se imagina que la música mexicana es súper popular, pero lo cierto es que el fenómeno es al revés. Cuando tocábamos hace años en un bar del Paseo San Damián, la gente nos pedía que fuéramos a sus casas para saludar a la mamá o a la polola con una serenata", señala Jimmy.

Hoy, los pedidos se reciben a través de su sitio en internet y por teléfono, y es César -voz y vihuela- el encargado de cerrar los tratos con los clientes. Ahí es cuando aflora el consejero que lleva dentro, porque muchas veces llaman hombres desesperados que ven en la serenata la última oportunidad de reconquistar a su pareja. "Aquí el hombre se juega sus últimos cartuchos", cuenta César, quien junto a sus compañeros ha visto y escuchado de todo sobre corazones rotos.

"Cuando el que nos llama quiere que lo perdonen, elegimos el repertorio más romántico, más a la vena, y nos tiramos con canciones como Esclavo o villano, Si nos dejan, harto bolero. Uno hace todo lo que puede, le ponemos harto color, pero hay veces en que no hay reconciliación posible y nos dicen: '¿Saben, chiquillos? Súper bonitas las canciones, pero chao, muchas gracias'. Y ahí nos vamos comentando qué será lo que hizo él, y por qué estará tan triste ella. Otras veces empezamos a tocar y en vez de asomarse la chica por la ventana, se apaga la luz, no sale nadie, y nos mandan a decir que si la serenata es de ese gallo tal por cual, que mejor no sigamos", cuentan entre risas. Tampoco falta el desubicado que sin entender nada les dice: "Oye, ¿por qué no se tocan una de los Beatles?".

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