"La Gioconda es una ópera grande y fastuosa, la última en su estilo"
<P>La obra de Amilcare Ponchielli, inspirada en Victor Hugo y que incluye un ballet, retorna mañana al Teatro Municipal de Santiago, tras 36 años de ausencia.</P>
La última vez que el director de escena francés Jean-Louis Grinda (Mónaco, 1960) puso un pie en Chile fue protagonista de la más polémica producción de ópera del Teatro Municipal en las últimas décadas. Una mitad del público abucheó, la otra mitad aplaudió y un selecto grupo de señoras declaró sentirse vejadas en su "dignidad" por una escena donde aparentemente se humillaba a una bailarina. También había travestis y bailarines con cuernos en la cabeza. Se trató de una producción de La traviata que trasladaba toda la acción a 1946 y que gracias a la provocativa perspectiva de Grinda se transformó además en un éxito de boletería.
Siete años después de aquella experiencia, en mayo del 2009, el régisseur y director de la prestigiosa Opera de Montecarlo está de regreso para dirigir otra ópera del repertorio italiano, aunque ahora optó por una puesta en escena más bien tradicional. "Me tomé siete años en volver, pues si vengo antes me matan", bromea Grinda, el locuaz director de escena de La Gioconda, obra de Amilcare Ponchielli, que no se representaba hace 36 años en Chile. A partir de este miércoles y con la soprano portuguesa Elisabete Matos en el rol principal, La Gioconda estará hasta el 23 de mayo, inaugurando la temporada lírica del Teatro Municipal.
La explicación de su ausencia es más o menos simple: se trata de una producción ambiciosa y exigente, con cerca de tres horas de duración, la presencia de muchos figurantes y hasta con un ballet incluido. "Esta ópera se ubica en la tradición de la Grand Opera francesa, con ballet y, en general, un gran despliegue escénico. Creo que si uno no ama realmente La Gioconda es mejor no hacerla, pues puede traer problemas. No se me ocurriría adaptarla a nuestros tiempos, por ejemplo. Lo mismo pasa con Don Carlo de Verdi o Robert le Diable de Meyerbeer", dice Grinda.
Su versión es, en efecto, fiel a la propuesta original del compositor Amilcare Ponchielli (1834-1886) y su libretista Arrigo Boito. Estrenada en 1878 en La Scala de Milán, la acción transcurre en la Venecia del siglo XVII y se basa en la obra teatral Angelo, tirano de Padua de Victor Hugo, en un esquema social dominado por nobles, espías de la Inquisición y una cantante callejera conocida simplemente como La Gioconda. Enamorada del príncipe genovés Ezio Grimaldo, quien a su vez pretende a la noble Laura, La Gioconda es también una devota hija de su madre ciega.
La tragedia del amor no correspondido se desata en este paisaje, donde el mayor antagonista es Barnaba, un soplón de la Inquisición que pretende inútilmente a la cantante Gioconda. "Las obras de Victor Hugo no son dramas, sino que melodramas, bastante exagerados. Nuestra protagonista, en este caso, es una artista, una cantante. Es decir, cuando ama lo hace absolutamente, cuando llora también es en forma total. Por otro lado, el villano, que es un barítono, es muy malo. No es un tipo de dos caras. Es el diablo en persona. En general, se trata de una historia con arquetipos humanos", explica Jean-Louis Grinda.
El director conoce bien la ópera de Ponchielli y su propuesta escénica no pretende romper esquemas ni escandalizar al público. Así lo explica él: "He dirigido escénicamente La Gioconda seis veces y mi opinión es la misma: es una ópera muy difícil de representar. Tiene una magnífica música, pero es la adaptación de un drama de Victor Hugo de cinco actos que acá quedó en cuatro. Por lo tanto, a veces la historia es algo complicada de entender. Mi apuesta es bastante clásica, aunque quiero enfatizar algunos elementos de manera que no parezcan tan realistas. Por ejemplo, nos interesa que se note que es un teatro, que no parezca una película, que se noten las cortinas cerrándose, etc.".
Orquesta, ballet y coro
Estrenada cuando ya Verdi entraba en su vejez y antes de la llegada de Puccini, La Gioconda es un caso raro en el repertorio italiano. Tiene toda la melodía de su tierra natal, pero recurre a la fastuosidad y el exceso de la llamada Grand Opera francesa. "Es una ópera grande, con escenas donde los intérpretes de las seis tesituras (soprano, mezzosoprano, contralto, tenor, barítono y bajo) deben cantar al mismo tiempo. Hay muchos extras, un gran coro, un ballet en el tercer acto, grandes decorados. Se requiere de nada menos que de 350 trajes diferentes", cuenta Jean-Louis Grinda.
Para el director de escena galo, La Gioconda sólo se entiende en una época donde no existía el cine y todo se aceptaba en el escenario. "Me parece que La Gioconda, en toda su grandeza y fastuosidad, es la última de las óperas en su estilo. Después, en la época de Mascagni y Puccini, apareció el cine y eso nos cambió para siempre la perspectiva de las cosas. Ya no se podía seguir haciendo ópera como antes", explica.
En términos musicales, La Gioconda requiere de cantantes de primera línea y de una gran orquesta, con una instrumentación bastante más refinada que la de las obras de la época en Italia. "Lo que les pido a los cantantes es que sean muy fuertes, pues la música así lo pide. La partitura de Ponchielli es muy lírica, sobre todo en el último acto, cuando la protagonista tiene un monólogo que dura cerca de 10 minutos, en el que se mueve por todo el escenario", dice el régisseur.
Las exigencias de Grinda también se extienden al ballet, conocido como Danza de las horas y popularizado en una de las escenas del filme de animación Fantasía, de Walt Disney: "Se supone que esta danza ocurre dentro de una fiesta y como estamos en la Venecia del Renacimiento, no puedo hacer un ballet totalmente serio y tradicional como Giselle o El lago de los cisnes. Pido que haya algo de fantasía y juego en él", relata.
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