La globalización y su domador
<P>No la sataniza, tampoco la festeja. Lo que busca Ernesto Ottone en su último ensayo es entender la globalización, entre otras cosas para que el fenómeno no nos arrastre como la ola gigantesca de un maremoto. El hombre fuerte del segundo piso durante el gobierno del Presidente Lagos se maneja con tanta destreza en la academia como en el mundo del poder.</P>
Desde que dejó de ser el primer consejero del príncipe, cuando abandonó el segundo piso a fines del gobierno de Lagos, Ernesto Ottone se trasladó a la academia. Fue una buena transición la suya, porque también en esta pecera nada con destreza. La cátedra Globalización y Democracia, que dirige en la Universidad Diego Portales, parece haber sido hecha a su medida, y ahí -con su voz baja, sus ojos desilusionados, sus maneras de monseñor y sobrellevando, como dice él, "la dicha pesarosa de ser wanderino"- publica, estudia, recibe -entre otras figuras de peso- a Manuel Castells o a Héctor Aguilar Camín y mantiene vivo el fuego intelectual socialdemócrata-liberal. Allí critica el pensamiento neoconservador, descree de lo que llama "la economía de casino", reafirma su fe en el Estado regulador y aboga por la equidad. Algunos meses del año también enseña en París y es obvio que sigue siendo un gran colaborador del Presidente Lagos.
El jueves pasado, Ernesto Ottone lanzó su libro, un ensayo breve, diáfano y clarificador. Sobre algunos de los temas que desarrolla ahí versó la siguiente entrevista.
Gobernar la globalización. ¿No es un poco arrogante el título? Esto quizás sea como domar las tormentas.
Bueno, hay que mirarlo sólo como la expresión de una voluntad, y a partir de una necesidad. Hasta ahora hemos vivido la globalización muy a ciegas, sin dirección. Las cosas han ido pasando. No me hago ninguna expectativa de que podamos preverlas, porque la capacidad de prevención de las ciencias sociales es muy baja. Se cayó el Muro de Berlín y nadie lo previó; otro tanto ocurrió con la irrupción de China en la escena mundial, con la crisis financiera del 2008 o ahora con las revueltas del mundo árabe. Apenas podemos aspirar a entender los fenómenos. Pero, dicho eso, comprobado que la revolución tecnológica contrajo los conceptos de tiempo y espacio y que la globalización está cambiando nuestras formas de vida, creo que no podemos renunciar al intento, al menos, de manejar los cambios. Después de todo, la globalización no es un fenómeno natural, es un fenómeno social.
Pero llegó para quedarse.
Sí, no hay vuelta atrás. La sociedad podrá hacerse más bárbara o más civilizada, podrá vivir más en paz o en guerra, pero la revolución científico-tecnológica es irreversible. Concedo que es raro pretender gobernar la globalización en el sentido de conducirla. Estamos acostumbrados a pensar la política desde los estados nacionales. Y el hogar de la política es el Estado nacional. Pero este es un fenómeno que no pasa sólo en el Estado. El Estado está desbordado por el mundo de las comunicaciones, las finanzas, el calentamiento global, el terrorismo... Necesitamos una cierta gobernanza global y no es fácil producirla en un mundo tan diversificado y cambiante… En este plano, mi opción también es modesta. No creo en una república mundial, pero sí en la necesidad de crear instrumentos para que este mundo que aparece pueda ser normado, canalizado, intervenido, equilibrado.
La globalización también afectó la integración social. Los antiguos mecanismos de cohesión se han debilitado y lo mismo ha ocurrido con instancias de disciplina social, como las escuelas, los partidos y las iglesias. Alguien dirá que en su reemplazo han aparecido las redes, pero no sabemos cómo se articulan y hasta qué punto pueden contener.
Sí, estas redes son muy nuevas. En el pasado, los partidos, las iglesias, las escuelas, incluso hasta instituciones como el matrimonio, funcionaron. Pondría en condicional el matrimonio desde el momento en que se nos ocurrió basarlo en un sentimiento tan efímero como el amor. El sistema educacional y laboral, el sistema político y el Estado estaban preparados para la sociedad industrial. Hoy eso cambió. Nadie ejerce ya un gran magisterio. Entró la instantaneidad, la imagen, el focus group, el trabajo en línea, la encuesta. Las elites ahora están bajo escrutinio permanente. Pero si bien tenemos incertidumbres acerca del mundo que está naciendo, sí disponemos -en la mitad del vado ante lo desconocido- de normas y estructuras para resguardar el sistema de libertades: partidos, Parlamento, separación de poderes, check and balance… No podemos abandonar lo que existe, por mucho que lo tengamos que cambiar. Hemos de estar en guardia contra el mesianismo globalizador. Mi libro responde a esa prevención y también a la necesidad de un pensamiento laico sobre el fenómeno globalizador. Trato de mirar las cosas como son. No nos desentendamos. Al contrario, actuemos.
Su libro destaca que, en general, la globalización ha aumentado las brechas de desigualdad en el mundo.
Sí, es cierto, aumentó incluso en los países nórdicos, que son las sociedades más competitivas y han sido desde hace mucho las más igualitarias. Ahora bien, la desigualdad no es una fatalidad asociada al crecimiento, como lo cree por doctrina el pensamiento económico neoconservador. Hay muchas experiencias donde el crecimiento ha ido de la mano de la disminución de la desigualdad. Con todo, es importante destacar que en América Latina, que es una de las regiones más desiguales del mundo, la desigualdad se redujo. Esto es importante, porque se produjo en un contexto de fuerte caída de la extrema pobreza en especial.
Frente a la globalización, y teniendo en mente la idea de "gobernarla", ¿qué sociedades lo han hecho bien y cuáles mal durante este período?
Es difícil dar respuestas perentorias. Se podría decir que la crisis financiera desnudó errores como el de Irlanda, que desreguló con cierta ligereza y pudo crecer muy rápido. Pero aun así, comparando la Irlanda de hoy con la de ayer, los actuales niveles de bienestar son mucho mayores, como, por lo demás, lo reconoce el propio informe de la Ocde. Lo mismo vale para Grecia. Por otro lado, es cierto que en China, que era una sociedad muy igualitaria, pero hacia abajo aumentaron las brechas, pero son millones y millones los chinos que se están incorporando a la clase media. En Africa, que en los 80 se había quedado al margen de la historia, ya comienza a observarse una recuperación. Un sociólogo tanzano me decía que el drama de su vida había sido pasarse la primera parte luchando por expulsar el colonialismo y la segunda tratando de atraer capitales para que el país pudiera desarrollarse.
La crisis financiera, curiosamente, que en un momento fue vista como una lápida a la desregulación neoliberal, al final terminó poniendo en entredicho más al estado de bienestar que al capitalismo.
Bueno, no me cabe la menor duda en que el estado de bienestar va a tener que cambiar. Tendrá que ligarse a protecciones distintas a las del pasado; quizás no tenga mucho sentido proteger los puestos de trabajo, pero sí lo tiene proteger vida laboral en su conjunto. Tendrá que ligarse a nuevas formas de dinamismo económico; los países nórdicos lo están haciendo. Por mi parte, más que creer en el formato clásico del estado de bienestar, creo en la forma en que se está reinventando. Me parece que sigue siendo el punto de referencia a nivel global: conjuga mejor la libertad con la equidad o el dinamismo económico y los derechos ciudadanos con una tendencia a la protección y la seguridad social. Es un modelo que resguarda mejor lo que yo llamo acumulación "civilizatoria". Bien mirados, incluso muchos de los problemas de Estados Unidos tienen que ver con las necesidades y búsquedas de una mayor protección, que no proviene de la libertad individual, sino de lo público. Esa aspiración es lo que Obama representa.
Otro frente donde la globalización también pone en aprietos a Europa dice relación con las corrientes migratorias.
Sí, Europa tiene tejidos sociales más antiguos y se ha visto un tanto sobrepasada. Sociedades que en el pasado eran hospitalarias se han despertado negando al otro, al diferente. Es distinto pasar de ser una sociedad de emigración, como Italia, a una sociedad de inmigración. Francia, que recibía muy bien, que tuvo gran capacidad de acoger a italianos, polacos o húngaros, enfrenta dificultades con quienes vienen de Africa. Todo esto tendrá que repensarse. Ya no sirven la integración republicana ni el multiculturalismo británico, que establecía guetos y era un traje a la medida de la Commonwealth. Hoy es impensable que las comunidades se reproduzcan sin mestizaje.
¿Es el mestizaje la una gran idea de la globalización?
Así lo digo en el libro. Veo una suerte de espíritu cosmopolita diferenciado. No es el meltin pot que en los Estados Unidos juntó las diferencias étnicas en un gran caldo consolidado, pero al gusto norteamericano. Hoy la inmigración latina a los Estados Unidos, si bien adopta el idioma y asimila muchos códigos de la sociedad norteamericana, no corta su vínculo con sus países ni tampoco con el español: hablan por skype, mandan dinero a su familia, van y vienen a su tierra...
Lo cual no significa que no se vayan a presentar conflictos…
Por cierto que no. Pero no en la forma del "choque de civilizaciones", como algunos temen. El error de Huntington es creer que las civilizaciones son entes cerrados. Eso no es cierto; no tenemos una sola identidad; podemos ser muchas cosas al mismo tiempo. Yo rescato más que nunca la frase de Gianni Vattimo: no es cuando tenemos la verdad que nos ponemos de acuerdo; es más bien cuando nos ponemos de acuerdo que encontramos la verdad. Es una idea más débil, menos categórica quizás, pero mejor así. Categórico era Bin Laden. Y Bush. En general, lo categórico no convive bien con la democracia ni con los nuevos tiempos. Hoy sabemos que todas las culturas tienen algo de esponja y que todas son una combinación.
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