La historia de desaparecidos que dejó el terremoto

<P>Tras nueve meses de investigación, la Fiscalía Nacional confirmó hace un mes que el maremoto del 27 de febrero mató a 156 personas e hizo desaparecer a otras 25. Esta es la historia de tres personas que aún no han sido encontradas.</P>




Constitución, dos de la madrugada del 27 de febrero de 2010. Sandra Contreras salió del turno de su trabajo y caminó con tranquilidad hacia su casa, en calle Esmeralda. Durante la tarde, su hija le había preguntado si alcanzaría a cruzar a la isla Orrego y reunirse con el resto de la familia para esperar juntos la noche Veneciana, al día siguiente.

-Estamos todos, sólo faltas tú -le dijo su hija mayor-. ¿No vas a venir mamá?

Su familia eran sus dos hijas: Sandra Inés, de 25 años, y Antonia Noemí, de siete. La mujer nunca se casó y las crió como madre soltera. La mayor era modista y tenía una hija, Estefanía. La menor estudiaba en el colegio Santa Rosa de Constitución.

-Voy más tarde -le respondió Sandra Contreras a su hija-. Saliendo de la pega, el sábado, cruzo a la isla. En la tarde.

Cuando llevaba un par de cuadras de caminata, miró hacia la isla, que estaba ubicada en la desembocadura del río Maule con el mar. Notó luces y sonido de música. El viernes su hija Sandra le pidió un sofá cama para usarlo como colchón. Cuando vio las luces, supuso que su otra hija, Antonia, y su nieta Estefanía estarían durmiendo sobre él. La mujer estaba cansada y caminó hacia su casa. Se acostó rápidamente y se puso a dormir. Estaba sola.

Una hora después se dio cuenta de que su cama se movía.

-Un temblor -dijo. Y se levantó.

Pensó si su hija menor y su nieta se asustarían. No tuvo tiempo para más.

Minutos después, Sandra Contreras llegó al borde del río y gritaba hacia la isla Orrego buscando a sus dos hijas y su nieta. La mujer les pedía a los policías y marinos que cruzaran a rescatarlas. Una bombera la tomó entonces de los hombros y le dijo que se fuera al cerro a protegerse. Allí estuvo hasta que vio aparecer a su yerno, Luis Gatica. También estaba desaparecido.

Él yerno de Sandra Contreras le dijo que sus hijas estaban desaparecidas y que su nieta estaba en los brazos de su padre, hasta que la fuerza del mar se la quitó.

Luis Gatica bajó varias veces a ayudar a la gente. Era el paramédico de la ciudad. Trabajaba en el Servicio Médico Legal hasta que colapsó. Dejó la morgue del hospital y hoy no desea hablar del tema.

La mujer baja día por medio hacia la orilla del río, en busca de algún rastro de sus familiares. Lo único que encontró fue el sofá cama que su hija le pidió para dormir en la isla Orrego, y levantó un altar donde desaparecieron sus hijas y su nieta.

Puerto Francés, en isla Robinson Crusoe, tres de la mañana del 27 de febrero de 2010. Rosa María Recabarren había distribuido a los siete turistas que estaban a su cargo alrededor de un refugio de la Conaf y a 40 metros de la playa.

El sábado sería perfecto para ir a los cerros y encontrar la flora endémica que ellos estaban buscando.

Eran los únicos seres humanos que se encontraban en ese lugar y la distribución de la gente al dormir había dejado conforme a la guía: un matrimonio, en una carpa; tres hombres, en otra, y ella, más una chilena y el mayor de un grupo de españoles, durmiendo en camarotes dentro de la cabaña.

Hacia las 3.40 de la mañana, el español se despertó y dijo que había ruido de aluvión. Rosa María Recabarren sabía que durante ese mes era muy difícil que estuviera lloviendo y lo desestimó. Se bajó del camarote y sintió agua en sus pies. Cuando quiso abrir la puerta el refugio se ladeó y ordenó a los demás salir y correr hacia el cerro: estaba frente a un maremoto.

Dos horas antes, uno de los españoles que estaba en una carpa no podía dormir y salió con su saco hacia la intemperie. Fue el único que se dio cuenta del tsunami cuando sintió el agua golpeando su cara. Se puso se pie y sólo alcanzó a aferrarse a un palo enterrado en la arena. Gracias a eso se salvó.

Tras el maremoto, Rosa María Recabarren y dos españoles se encontraron en un cerro. Habían arrancado. Respiraban fuerte, mirando el mar. De lejos veían la cabaña, pero no estaban las carpas. El más viejo del grupo entonces la miró.

-¿Dónde está Miguel y los demás?

Miguel Marín Navarro era un periodista de 29 años. De los siete que iban en el grupo, era el más joven. Cuando decidieron contratar a Rosa María Recabarren fue uno de los que más conversó con ella. Corría maratones y le gustaban las expediciones. Antes había visitado Etiopía y llevaba un par de días en el archipiélago de Juan Fernández.

Pasaron los minutos y el mar empezó a recogerse por segunda vez. De pronto, Recabarren y los dos españoles vieron salir a un hombre y después a una mujer desde el oleaje. Era el matrimonio de la primera carpa. Corrían desesperados hacia ellos. Ya a salvo parte del grupo, la chilena pensó que, por su juventud y estado físico, Miguel Marín Navarro se salvaría. Aprovechó de bajar del cerro y recuperó la radio para avisar de lo sucedido. Al rato apareció un amigo de Marín Navarro, agotado de nadar, pero a salvo. Dijo que cuando pasó el tsunami no podían salir de la carpa. El resto del grupo le preguntó por su compañero.

-Entre tanto movimiento, él se pegó contra una roca -dijo-. No sé si se pudo recuperar.

Los turistas estuvieron horas mirando y gritando, hasta que amaneció.

En las horas posteriores, la mitad de los españoles se trasladó a Santiago, a hacer trámites en la embajada y a contactarse con sus familiares. La otra mitad siguió buscando a Miguel. Recabarren coordinaba los viajes de los rescatistas a Puerto Francés, pero no encontraban nada. Su familia se había salvado, pero una prima de siete años murió ahogada en el tsunami.

Comenzaron a pasar los días. El grupo de españoles marchó devastado. Los equipos de buzos de la Armada tampoco tenían éxito y tras un par de semanas, los viajes de rescate se suspendieron.

En Juan Fernández, los detectives de la PDI determinaron meses después que había seis personas cuyos cuerpos no han sido encontrados. Miguel Marín es el único extranjero de esa lista a nivel nacional, que suma 25 desaparecidos.

Recabarren no había hablado más de dos horas con él. Supo que tenía una novia y que uno de esos españoles viejos que lo lloraba era su suegro. El 22 de febrero volverá el suegro y el padre de Miguel Marín, a inaugurar un memorial.

Después de la desaparición, Rosa María Recabarren ha ido al menos una vez al mes a Puerto Francés. Sólo encontró bastones de trekking y pedazos de la carpa.

Padre Las Casas, Temuco, cuatro de la mañana del 27 de febrero. Alvaro Mellado seguía escuchando en un MP4 las informaciones radiales, que daban cuenta del terremoto de la zona central. Decían que no había peligro de tsunami. El vendedor hablaba todos los días por celular con su hija Carla, quien estaba en la isla Mocha junto a su novio, Erick von Jentschyk.

Después del anuncio de terremoto, nada sabían de ellos.

La pareja no conocía bien la isla, su tamaño y geografía. Carla Mellado había estado una vez en el lugar y eso le hacía a su padre tener esperanzas de que sabría qué hacer si viniera un tsunami. Poco después se confirmó el avance del mar por las costas.

En la mañana, el vendedor y su esposa fueron a Carabineros y pidieron ayuda. Los policías se comunicaron con la isla y desde allí les dijeron que había jóvenes desaparecidos, pero que desconocían sus nombres. Entonces, el matrimonio fue a la casa del padre de Erick, Hans von Jentschyk, y aunque no estaba, les había dejado una nota que les hizo devolver la tranquilidad. El papel decía que la pareja se había comunicado con un radioaficionado y que se encontraban a salvo.

El domingo 28, Alvaro Mellado y su esposa fueron al aeródromo de Tirúa y buscaron un avión hacia isla Mocha, para traer de vuelta a su hija y su pareja. Hans von Jentschyk se adelantó y llegó al lugar antes que ellos. Mellado fue al retén de Tirúa y en ese lugar le entregaron la información correcta: había dos jóvenes desaparecidos. Podía ser la pareja. Luego, el matrimonio voló hacia isla Mocha. Al llegar, Mellado le comentó a su mujer: "Es una isla enorme, en algún lugar deben estar".

Las dos familias empezaron la búsqueda en la playa y recorrieron los cerros de la isla Mocha. El jueves de esa semana, los Von Jentschyk encontraron muerto a su hijo Erick, flotando en la playa. En el sector, días después, los Mellado fueron hallando trozos de carpas y ropa de su hija, además de su carné de identidad y un monedero de ella.

En los primeros días de búsqueda, un pescador le contó a Mellado que la pareja estaba acampando cerca de la playa y que esa noche compartieron un rato con otros lugareños. Luego del terremoto, el grupo se levantó y se alejó de la costa. Erick von Jentschyk y su polola huyeron cercando la costa.

El pescador, apodado "Pichaco", luego le contó al padre de la joven que alguien gritó que se venía un tsunami. "A los niños no los vi más", le dijo "Pichaco" a Alvaro Mellado.

Carla Mellado es una de las dos personas que aún se encuentran desaparecidas tras el tsunami en isla Mocha.

Las autoridades la buscaron por semanas, y no encontraron más que despojos de ropa y pedazos de útiles. Luego, su familia fue durante meses a caminar por los mismos lugares. La fiscalía la declaró legalmente desaparecida en mayo.

Ese mismo mes, su familia construyó un memorial en la isla Mocha.

Alvaro Mellado también compró un terreno en un parque cementerio, con la esperanza de encontrar el cuerpo de su hija. A modo de responso funerario organizaron una ceremonia en la catedral de Temuco.

Un día, en agosto, lo llamaron desde Tirúa y le dijeron que habían encontrado huesos, pero fue falsa alarma: se trataba de una mujer que había desaparecido, ahogada, en julio.

El 18 de septiembre, los hermanos y padres de Carla Mellado estuvieron en el lugar donde desapareció con su novio. Sólo le dejaron flores.

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