La historia del niño desconocido del Titanic

<P>Un cementerio canadiense albergó el cuerpo de un pequeño niño rescatado de las aguas luego del desastre del transatlántico. Cien años después, gracias a exámenes de ADN y de haber conservado sus zapatos, se logró conocer su identidad. </P>




Clarence Northover era un policía en Halifax, en la costa atlántica canadiense, que en el final de su carrera tuvo la misión de custodiar la morgue del pueblo, hasta donde arribaron muchos de los cuerpos rescatados del hundimiento del Titanic, el 10 de abril de 1912. Tras cuidar el lugar por varios días, un superior le ordenó quemar toda la ropa de los cádaveres que no habían sido reclamados, intentando parar así un potencial tráfico de suvenires del naufragio.

Northover prendió fuego a las prendas, pero hubo una que se negó a incinerar: un par de zapatitos café que habían llegado en los pies de un niño sólo caratulado como "cuerpo Nº 4". Los guardó en su oficina y tras jubilarse, se los llevó a casa.

Lo que el policía jamás imaginó es que esos zapatos permitirían un siglo más tarde confirmar la identidad del pequeño cuerpo: Sidney Leslie Goodwin, hoy enterrado en el cementerio de Halifax, bajo una lápida en la que se lee, "a la memoria de un niño desconocido, cuyos restos fueron recuperados después del desastre del Titanic".

Sueño americano

El padre de Sidney fue Fredericks Goodwin (42), un electricista que había decidido embarcar a su familia a Estados Unidos en busca del sueño americano. Su hermano, afincado en Norteamérica, lo había enrolado en una compañía de energía en las cataratas del Niágara. El padre consiguió boletos en un vapor llamado Southampton, en el que se embarcaría junto a su esposa, Augusta (43), y sus hijos Lillian (16), Charles (14), William (11), Jessie (10), Harold (9) y el ahora reconocido Sidney, de 19 meses. Pero una huelga truncó el viaje. Cuando todo parecía hundirse, consiguió boletos en un nuevo barco, el insumergible Titanic, en el que su sueño naufragó. Murió junto a toda su familia en la tragedia.

El congelado cuerpo de Sidney llegó flotando hasta la costa canadiense y conmovió tanto a los marineros del buque de rescate Mackay-Bennett, que decidieron pagar su entierro. De hecho, fueron los propios marinos los que cargaron el ataúd hasta su tumba, en el cementerio de Fairview Lawn, en Halifax, donde permaneció por 100 años bajo el rótulo de "el niño desconocido".

Varios sobrevivientes aseguraron que el niño se soltó de los brazos de una sueca de nombre Alma Pålsson, por lo que fue enterrado al lado de su supuesta madre. En 2001, la descendencia de Pålsson decidió, ADN en mano, terminar con la incógnita. Se contactaron con el genetista de la U. Lakehead de Ontario (Canadá), Ryan Parr, quien exhumó el cadáver para revelar su misteriosa identidad. Pero el féretro no guardaba mucho. Sólo una diminuta astilla ósea y tres piezas dentales. Pese a ello, el equipo de Parr logró extraer ADN mitocondrial. Su análisis confirmó que no se trataba de Gösta Pålsson, como se sospechaba. ¿Quién era entonces? Obsesionado, Parr quiso desentrañar su identidad "para cerrar su tragedia", dice el genetista a La Tercera.

Los investigadores compararon la secuencia de ADN del niño con muestras de la familia materna de todos los niños menores de tres años muertos en el naufragio. Sus resultados sólo dejaron dos candidatos: Eino Viljami Panula, de 13 meses, y Sidney Leslie Goodwin, de 19 meses, pero por el tamaño de las piezas dentales, finalmente Parr se inclinó por el primero, cuatro años antes de saber de la existencia de los zapatos que cambiarían la historia.

Los zapatos

Fue en 2005, cuando Earle Northover, nieto del policía, decidió donar el calzado al Museo Marítimo del Atlántico, en Halifax. Dan Conlin, investigador marítimo y curador del recinto -quien colaboró con James Cameron en el filme Titanic-, hizo un largo trabajo para corroborar la historia, que incluyó verificar el origen del calzado y los archivos de la morgue, que apuntaban la llegada de un niño "con zapatos café". "Su historia tenía sustento. Clarence les contó a sus hijos, quienes a su vez les contaron a los suyos, cómo el abuelo no tuvo corazón para quemar los zapatitos", cuenta en la web del museo.

Al enterarse de la existencia de los zapatos, Parr confirmó que se trataba del calzado de un niño de casi dos años, por lo que no podían ser de Eino Viljami Panula. Por ello, repitió los exámenes. Esta vez los resultados fueron concluyentes: los restos eran del inglés Sidney Leslie Goodwin.

El museo decidió colocar los zapatos junto a los guantes del magnate Charles Hays, "un recordatorio de la transversalidad del naufragio", apunta Conlin.

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