La ironía no es broma

<P>Se trataría del último reducto 100% humano, de la capa más evolucionada del cableado neuronal: la conciencia de la conciencia. ¿Pero estamos perdiendo la ironía al conformarnos con el sarcasmo del doctor House?</P>




Hace un par de meses decidí dar una vuelta por el cementerio. Era un día brumoso y desolado. Caminé entre tumbas hasta que, por azar, me detuve en el siguiente epitafio: "Les dije que estaba enfermo". No pude sino sonreír. La frase no había sido inventada por el dueño de la lápida, pero aún así era genial.

Su autor original fue el comediante irlandés Spike Milligan. Sin embargo, muchos difuntos inminentes (especialmente en Estados Unidos) lo han plagiado con la intención de arrancar una sonrisa post mortem. ¿Cómo es posible lograrlo en circunstancias tan adversas como es la visita a un cementerio?

La respuesta está en la ironía. Quizá, la última habilidad ciento por ciento humana ahora que la ciencia ha descubierto a peces que usan herramientas y a ratas que se ríen y toman antidepresivos.

En su libro A case for irony, el filósofo Jonathan Lear la reivindica (a la ironía) como una cualidad superior del homo sapiens que, por desgracia, no vive su mejor momento en la era audiovisual.

Prueba de este declive sería que hoy personajes como el doctor House pasan por irónicos: "¿Prefiere un médico que le tome la mano mientras muere o uno que le ignore mientras mejora? Aún así, creo que lo mejor es uno que lo ignore mientras muere", pregunta House a un paciente que reclama un trato más humano.

Sí, es cierto que House es ingenioso, políticamente incorrecto y sarcástico, pero no irónico, al menos en el sentido que nos revela Lear.

Veamos por qué.

De Sócrates a la neurociencia

Spike Milligan, el autor del epitafio, aparece en el segundo lugar de una encuesta realizada en Inglaterra, donde tres mil fanáticos de la comedia debían elegir al personaje más irónico (wit) de todos los tiempos.

Pues bien, el primer lugar se lo llevó Oscar Wilde, el escritor irlandés que al arribar a Estados Unidos advirtió al oficial de aduanas: "No tengo nada que declarar, excepto mi genio".

¿Por qué Wilde?Extrapolando el análisis que hace Lear en su libro, Wilde no sólo es ingenioso y carismático, sino que a través de sus epigramas ofrece a su interlocutor la posibilidad de ampliar su visión del mundo y de sí mismo. En otras palabras: de ampliar la conciencia.

Tanto así que muchos de sus contemporáneos imploraron su presencia en su lecho de muerte, como fue el caso de Lord Lytton. Sólo el autor de La importancia de llamarse Ernesto podía consolarlos. ¿Habría Lord Lytton solicitado la compañía del doctor House mientras agonizaba? Probablemente no.

Lo último que uno quiere en un momento de dolor es alguien que lance una vulgar patochada, por muy ingeniosa que sea. Y esta patochada puede venir disfrazada de cinismo (desapego con uno mismo y con el resto, como el clásico "No estoy ni ahí", del Chino Ríos) o de sarcasmo, es decir, la burla cruel que derriba al interlocutor y da por cerrada cualquier discusión.

¿En qué consiste, entonces, la ironía? Según Lear, la ironía actúa en nuestras mentes como un espejo aleccionador. Una especie de Pepe Grillo que nos recuerda cómo debemos actuar según nuestras creencias y convicciones. Es la conciencia de la conciencia y, por lo mismo, es constructiva, no es cínica ni descalificadora como el sarcasmo, aunque también parta de una paradoja y adopte la forma del disimulo para expandir la conciencia.

Sócrates, uno de los pensadores estudiados por Lear, fingía no tener conocimiento sobre algo para luego interpelar desde la posición del aprendiz: "Sólo sé que nada sé", pedía disculpas ante un supuesto maestro que seguro sabía mucho menos que él. Pero al llamar maestro a un ignorante, no estaba en ningún caso siendo sarcástico o descalificador. Al revés, estaba buscando reflejar en la conciencia del otro su propia conciencia. Seguro no sabía nada de las neuronas espejos, pero intuía que las respuestas para vivir en comunidad estaban en la empatía.

¿El fin de la ironía?

El sicólogo evolucionista Nicholas Humphrey cree que la conciencia surge tarde en la evolución, cuando nuestros ancestros homínidos desarrollaron tal nivel de habilidades sociales gracias al lenguaje que llegaron a convertirse en sicólogos por naturaleza: para sobrevivir debían saber qué pasaba en las cabezas de los otros (lo que en neurociencia se conoce como Teoría de la Mente) y, por defecto, esta capacidad les devolvía una imagen de ellos mismos. Nace así la conciencia.

Claro que no se trata de una conciencia infinita y sobrenatural, como esa que presentan las teorías esotéricas, sino de una herramienta que -según Humphrey- está circunscrita a nuestro cableado neuronal y, por lo tanto, para activarse necesita un input de otra conciencia, es decir, de otro cerebro.

Y cuando evolucionamos al punto de examinarnos a nosotros mismos en aquellos aspectos más profundos -nuestro sentido de la vida, por ejemplo-, debemos recurrir a la ironía.

Una ironía siempre es lanzada primero contra nosotros mismos y entrega a quien la recibe la posibilidad de rebatirla. Por ejemplo, cuando Wilde interpela a través de sus personajes de Un marido ideal: "La vida jamás es justa…Y quizás eso es algo bueno para la mayoría de nosotros".

Aquí se cumplen los tres principios básicos de la ironía según la entiende Lear: es autoflagelante, entrega a un tercero la posibilidad de rebatirla y busca ampliar nuestras perspectivas acerca de asuntos vitales como cuán justos creemos ser.

Es un duelo limpio (fair play) de un cableado neuronal a otro. Por desgracia, la ironía no vive sus mejores días en la era de la comunicación audiovisual.

Como se trata de una herramienta eminentemente discursiva, que requiere de cierto tiempo de análisis y reflexión, no es un arma muy popular entre los líderes de opinión de la actualidad. El tiempo en la televisión es demasiado corto y se presta más para un sketch sarcástico del estilo doctor House que para otra cosa. Según quienes han estudiado el tema, un cerebro acostumbrado a la velocidad de las imágenes de internet exige gratificación inmediata y se distraerá fácilmente ante una retórica clásica como la ironía.

¿Significa que las nuevas generaciones están perdiendo algunas de esas "capas" de la conciencia de las que habla el doctor Humphrey y qué tantos miles de años le costó al hombre construir?

Es una pregunta abierta.

Y como dice el epitafio de Mel Blanc, voz de Looney Tunes: "Eso es todo, amigos".

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