La libertad acribillada




La primera vez que supe de Charlie Hebdo fue a fines de los 90, estando en Francia. Fue un 1 de mayo, en plena marcha de la CNT por las calles de París, que llegó a mis manos su edición especial dedicada a Chiapas. Fue el regalo de un viejo anarco-sindicalista galo, conocedor de mi pasión por el periodismo, el humor negro y, principalmente, la lucha indígena. El especial llevaba la firma de Georges Wolinski, uno de los grandes maestros del humor gráfico francés e histórico integrante del staff del semanario. Wolinski viajó al sureste mexicano el año 1996, maravillado con aquella "guerrilla desarmada de 500 años" y allí entrevistó largamente al "Subcomandante Marcos". Su reportaje, que llevaba por título "Viva Chiapas", me cautivó de principio a fin. Yo era entonces un veinteañero, aprendiz de reportero y escribiente. Y había encontrado en "Charlie" a mis primeros compañeros y cómplices de ruta.

Pese a la distancia, nunca dejé de coleccionar desde Chile el periódico. Y más tarde de seguirlos por la web. Hoy, Wolinski, a sus 80 años, yace muerto, acribillado a sangre fría en su propio escritorio de trabajo, junto a siete de sus colegas. Para mí no caben dos lecturas de lo sucedido. Se trató de un crimen cobarde, de un acto terrorista químicamente puro, que si algo buscaba era enviar a todos un fatídico mensaje; la libertad de expresión, aquella que Charlie enarbolaba en sus páginas cada semana con refrescante insolencia, no es ni será permitida en el oscuro mundo de los radicales islámicos. Mundo de dogmas, de verdades reveladas, de profetas y de mitos por los cuales, suponen ellos, vale la pena tanto volarse en pedazos como asesinar. Mundo medieval enfermo y delirante, totalitario en el fondo y desquiciado como pocos en su forma. Quien tenga dudas teclee Isis en YouTube y horrorícese con los ejemplos.

Si algo defendieron Wolinski y sus colegas dibujantes ejecutados en París con ráfagas de AK-47 fue la libertad del periodismo de cuestionarse todo. Y a todos, principalmente poderes fácticos, fueran estos políticos, militares, económicos, religiosos o culturales. No, no eran "islamófobos" ni racistas como he leído en más de algún análisis que busca, miserablemente, justificar el baño de sangre. Lo suyo era la libertad de expresión con mayúsculas, aquella que sólo tiene como límite no caer en la incitación al odio o la violencia. Ridiculizar, pero no asesinar al oponente. Cuestionar en vez de acribillar. Ya lo dice el propio Stephane Charbonnier, "Charb", director de Charlie y otra de las víctimas fatales, en la foto suya que desde el día del atentado circula casi a modo de epitafio por las redes sociales: "Un dibujo nunca ha matado a nadie". Que alguien se los explique y con manzanitas a los miembros de Isis y Al Qaeda.

No, Charlie Hebdo no se burlaba de las creencias de las personas. Mucho menos del Islam. Se burlaba de la estupidez, del absurdo y de la idiotez de la especie humana. Una semana podían ser los integristas islámicos y la próxima el Vaticano y sus obispos abusadores de niños con la mierda hasta el cuello. Mahoma, Buda o Jesucristo, consta en sus ediciones que a Wolinski, Cabu, Charb, Wolin, Tignous y todos los demás les daba exactamente lo mismo. O bien Sarkozy, Hollande o la extrema derecha xenófoba de Le Pen. Desnudaban con ácidas viñetas sus indecencias políticas por igual. Ya lo habían hecho en los 70 con Franco, Pinochet y el propio De Gaulle. De allí, por si no lo sabían, el nombre de la revista. Una burla al ícono de Francia y gestor de la Unión Europea actual, otro club ridiculizado por el semanario hasta el hartazgo.

"Seguiremos riéndonos de los curas, de los rabinos y de los imanes, por mucho que guste o disguste", declaró el propio Charb tras sortear con éxito un juicio en su contra orquestado por varias asociaciones musulmanas francesas en 2007, ello tras la publicación de las hoy famosas caricaturas de Mahoma. Lo hicieron en solidaridad con el diario danés Jyllands-Posten, que tras publicarlas originalmente se ganó la furia de los integristas musulmanes, disturbios en varios países y hasta un boicot comercial a los productos daneses. La edición de Charlie que replicó esas caricaturas mostraba a Mahoma en portada, llorando abrumado por la pelotudez de los fundamentalistas. "Es difícil ser amado por idiotas", expresaba el profeta mientras se tapaba la cara con ambas manos. Su autor, Jean Cabut, dibujante de 76 años, cofundador del semanario y otra leyenda del humor gráfico francés, también murió acribillado en el ataque.

Y es que de ello y no de cuántos automóviles retornaron a París desde la Riviera Francesa el pasado fin de semana trata el verdadero periodismo. En la sala de redacción de Charlie Hebdo lo sabían. Y cada semana se jugaban el pellejo para demostrar en términos prácticos aquello que muchos periodistas sólo atinamos en Chile a defender en términos teóricos; que la verdad y no las relaciones públicas es lo que finalmente nos hará libres como sociedades, pueblos y culturas. Que poco entendemos en Chile de la palabra libertad asociada al ejercicio del periodismo. The Clinic, Ciper, CNN Chile y, sinceramente, paremos todos de contar. En dictadura, vaya paradoja, otra era nuestra oferta periodística. Mucho más rica y variada que la actual. Y otra, por cierto, la estatura ética y moral de nuestro gremio. ¿No les preocupa a ustedes lo poco que honramos la memoria de los colegas caídos en aquellos años de censura previa y oscurantismo militar?

El fundamentalismo, en todas sus variantes, es enemigo de la libertad. Y la libertad habita en el pluralismo de ideas y de visiones de mundo. Es aquello lo que debe resguardar el periodismo en una sociedad democrática y en una cultura que dice ser de paz. No honrará Francia la memoria de estos mártires de la libertad de expresión arrojando nuevas bombas sobre células yihadistas en el desierto. Tampoco desatando una ola de racismo y represión contra extranjeros habitantes de los suburbios. O endureciendo leyes de inmigración, como de seguro fantasea Marine Le Pen y sus secuaces del Frente Nacional en esta hora de los cuervos. La intolerancia de unos no se combate alimentando la intolerancia de los otros. Algo de este camino sin retorno hemos transitado a propósito del conflicto chileno-mapuche en el sur. Y lejos de arribar a soluciones políticas, son los extremos quienes parecieran haberse potenciado. Que lo acontecido en París nos sirva a todos de lección. A Chile y al mundo entero.

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