La lluvia que esperan los lavadores de oro
<P><En Illapel hay 120 hombres y mujeres que aún blanquean la tierra para encontrar oro. Tradición centenaria que la sequía tiene en peligro. Mientras el metal alcanza precios históricos y Chile se proyecta como productor mundial, ellos no pueden extraer ni una pepita. </P>
Pasto dorado regado por aguas que acarreaban oro. Hallazgos de "pepas" de un kilo. Hombres lavando en sus propios sombreros la tierra recogida para encontrar el metal dorado. Así como en una película del Viejo Oeste. Así como lo narraba Benjamín Vicuña Mackenna en La edad del oro en Chile, ocurría a mediados del siglo XIX en Illapel: "Con las creces de los últimos inviernos, las hierbas de los barrancos en las quebradas han quedado saturadas de partículas de oro".
El lavado de lastre para encontrar el metal precioso es un oficio centenario, que se practicó en lugares tan distantes como Quillota, Osorno, Andacollo o Curicó. Pero en Illapel tuvo una de sus tradiciones más fértiles y así lo retrataron los cronistas.
Cuenta la historia que los diaguitas fueron esclavizados por los conquistadores para que blanquearan oro. En el norte, algunas de esas estructuras de piedra que sirvieron para las faenas aún son visibles al paso del observador.
Como en la zona de Los Granados, cerca de la capital de Choapa. Allí, donde el trabajo artesanal ha alimentado a generaciones, que hoy ven su trabajo en peligro.
No por las fluctuaciones en su precio, ni menos por la competencia con otros minerales, sino que por una sequía, que se arraigó hace 10 años en el valle, y que desde noviembre agudizó su trato cruel y acabó con el agua de las quebradas donde se lava la riqueza. Un clima al que no le importa el precio récord del metal ni que Chile proyecte convertirse en el octavo productor a nivel mundial en esta década. Pero ese es el panorama para la gran minería. Allá, en Illapel, los lavaderos están desapareciendo.
"Miren, miren. ¡Ahí está! ¿La ven?". Con una alegría desorbitante y a 30 centímetros del punto señalado, Scarlett Briceño (13) dice ver una "chispita". Pero nadie la avista. Es necesario acercarse al brillante y milimétrico trozo de oro pegado en una "challa", esa especie de sombrero chino de metal que se ocupa para lavar la tierra, para entender su alegría.
Scarlett aprendió el oficio de una tía. Dice que, al principio, no le gustaba, pero ahora sí le atrae y se compra ropa y útiles escolares con lo que encuentra. A veces puede encontrar un gramo, que se traduce en $ 16.000 o $ 20.000, según lo que le pague alguno de los dos compradores que hay en su poblado.
Cuenta también que lo hace por diversión, en sus vacaciones o en sus días libres. "La primera vez me saqué los zapatos y comencé a mover la tierra con agua. Empecé a ver cómo era el trabajo y estaba de vacaciones, así es que después fui tres días seguidos. Aprendiendo me empezó a gustar", señala.
La tía que le enseñó es Verónica Briceño (39), la presidenta de la Agrupación de Lavaderos de Oro de la Quebrada y Estero Santa Fe de Illapel, gremio que tiene tres años y que cuenta con 120 integrantes. El 80% son analfabetos.
También lo es su esposo, Pedro Tapia (45), a quien conoció en esta actividad. Con él tiene dos hijos, uno de 20 y otro de 15 años, que tiene un leve retardo mental. Para su tratamiento médico necesitan $ 30.000 mensuales, la mitad de los $ 65.000 que ganan en el mismo período.
Para Pedro, no hay muchas alternativas en la vida. El lava oro desde los 14 años y aprendió de sus abuelos, con los que se crió. Dice que no sabe hacer otra cosa.
Verónica lo sabe: "Con su educación tampoco puede hacer otra cosa". Por la sequía, Pedro ha tenido que trabajar en una mina de cobre, en la que, según Verónica, le pagan $ 10.000 por 12 horas. "Le va mejor solo. Está partiendo piedras todo el día", afirma.
Ella es una de las mayores defensoras de esta actividad, no sólo porque le ha permitido mantenerse económicamente, sino porque siente que esta labor es parte del patrimonio cultural de Chile. Convicción que reafirman los expertos. "El oficio en los lavaderos de oro forma parte de una serie de actividades que constituyen parte del legado histórico de nuestro país, como lo son el motero y el arriero, por ejemplo. Prácticas que dan cuenta de la diversidad y riqueza de nuestro patrimonio cultural", afirma María José Figueroa, jefa de la Sección Patrimonio Cultural del Consejo de la Cultura.
"No podemos comer oro, no es como los caprinos", dice Verónica, que se queja porque siente que no han recibido ayuda del Estado, "en comparación con los crianceros (caprinos) y los agricultores, que sí la han tenido". Lo dice en referencia a las otras actividades importantes en la región, que desde enero han tenido aportes para paliar los efectos de la sequía.
Verónica, al igual que muchos de sus compañeros, lava oro en la mayoría de las quebradas que se encuentran en predios particulares. Ya no existe un plan de gobierno, como en los años 80, cuando la Enami les garantizaba el acceso, según afirman en la Seremi de Minería de Coquimbo.
"No se puede desarrollar bien (la actividad), por la falta de agua y porque los lugares son escasos. Todos los terrenos ya pertenecen a privados y, por lo tanto, a los dueños no les gusta que hagan catas", afirma Denis Cortés, alcalde de Illapel.
Las "catas" son hoyos, algunos de 20 metros de profundidad, en los que, cuando llueve, se deposita agua para poder lavar la tierra. Pero como no ha llovido, están secos y el ganado corre el riesgo de caerse a estos fosos.
"Tengo como una tonelada de tierra pa' lavar", dice José Antonio Orellana (70), quien vive en Cuz Cuz, a una hora caminando del lavadero más próximo. Cuenta que ha juntado tierra durante los últimos meses, pero no tiene cómo trabajarla. Además, no tiene auto para mover palas y carretillas desde donde saca el material de vuelta a su casa. Por lo que las deja escondidas y, a veces, cuenta, se las roban.
Como él, muchos viven en esa incertidumbre que aumenta a la espera de la lluvia. Sin embargo, la pequeña Scarlett dice que no se impacienta y mira un poco más lejos de la sequía. "Sueño con ser ingeniera metalúrgica, de mar y de tierra. Estudiando es la única manera de salir adelante".
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