La lógica del espectáculo
CHILE ES un país clasista, un país donde se discrimina a los pobres y se trata con guante blanco a los poderosos. Dicho esto, nada justifica que el periodismo se fusione con la ficción (el cine, el teatro) y empiece a fabricar situaciones como las del bullado programa Contacto sobre las nanas. Allí se usaron cámaras ocultas y actores, es decir, se concibió un guión, con diálogos y locaciones precisas, además de la caracterización de los personajes.
Aunque sabemos que los noticieros han devenido en una mezcla de crónica roja, melodrama y banalidad, no habíamos visto algo tan vulgar y, al mismo tiempo, con tantas pretensiones. El sketch incluso rompía el verosímil, ¿o alguien cree verdaderamente que una empleada doméstica realiza sus trámites con delantal? Lo que vimos fue una caricatura que responde más a la lógica del espectáculo que a la del periodismo investigativo.
Nada nuevo. De un tiempo a esta parte, los departamentos de prensa de los canales han ido cediendo a las presiones del rating y empezado a estructurar su pauta en función de lo que quiere el público. Y el público, al parecer, sólo busca algo que lo estremezca o lo divierta. Entre esos polos se mueven nuestros noticieros. Recuerdo que para la muerte de Gonzalo Rojas, si bien el gobierno había estipulado dos días de duelo nacional, en las noticias primero apareció la boda del príncipe en Inglaterra, el caso de un menor que trabajaba en un café con piernas y las últimas audiciones del reality de ese momento.
Los noticieros son emitidos en el horario en que hay más televisores prendidos y, por lo mismo, cuando el precio de la publicidad es el más alto. Las utilidades de los canales se juegan en gran medida a partir de las 21 horas, lo que implica que los equipos periodísticos están sometidos a una fuerte presión por atrapar la audiencia. Sería bueno preguntarse si este no es el principal motivo de que la información se contamine cada vez más con elementos propios del show. Este domingo, sin ir más lejos, Santiago Pavlovic, en Informe Especial, se disfrazó de poblador para dar a conocer la vida en las poblaciones. ¿Era necesario verlo en silla de ruedas, comiendo en la feria, para mostrarnos que en Quilicura se consume droga a plena luz, que la gente les teme a las pandillas, que esas casas no merecen llamarse casas? ¿Cuál fue el elemento extra que el conductor consiguió por el hecho de haberse “infiltrado”? ¿Para qué le hablaba al espectador con su atuendo de enfermo?
Cuando el público se erige en la única instancia crítica, en el que define qué se ve, cómo se ve y cuándo se ve, entramos en el reino de la cantidad. Y en eso hay algo de chantaje, puesto que tras esa valoración de las audiencias lo que hay es la imposición de un criterio exclusivamente comercial. Sabemos que en ese terreno, como en la guerra, gana el que tiene superioridad numérica.
A propósito: hace un tiempo, Alvaro Bisama escribió un artículo excelente sobre la dramatización de los noticieros, deteniéndose en una nota sobre “la guerra de los completos”. Esta semana los televidentes pudimos enterarnos que se desató “la guerra de las estufas”. Ya veremos qué conflicto nos entregan mañana nuestros noticieros con su particular lógica de la información.
Alvaro Matus
Periodista
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