La mancha verde de Allende
<P>Hoy es el Día del Patrimonio y en La Moneda se estará mostrando el despacho donde Salvador Allende murió. Por 35 años el salón no existió. Toda memoria quedó borrada. Aquí, la historia de la reconstitución de esa oficina, de cómo se encontraron los objetos que marcaron el paso de Allende por La Moneda y de un accidente que entregó la pista para armar el resto del puzzle. </P>
Una mancha verde.
Era 2008, Edmundo Pérez Yoma era ministro del Interior y recibía en su oficina de La Moneda a Patricia Espejo (74), ex secretaria de Salvador Allende y en ese momento directora de la fundación que lleva el nombre del ex presidente, y a su hija, la actual senadora PS Isabel Allende. Era una reunión de coordinación de un evento de la fundación. Pérez Yoma les dice a las mujeres que tiene una noción de que en su oficina hay un mueble que alguna vez poseyó Allende. Luego apunta a una mesa que está en su despacho.
-El 'Chicho' no tendría tan mal gusto-, le dice Espejo al ministro del Interior, mientras escanea la oficina buscando algo de la época. Ahí fue cuando lo encontró.
-Ese era su escritorio-, dice Espejo. -Si abre uno de los cajones va a encontrar una mancha de un tintero que se le cayó.
Pérez Yoma empieza a abrir las gavetas. Efectivamente, ahí estaba.
Una mancha verde.
Encontrar el escritorio de Salvador Allende fue el primer indicio de que algo se debía hacer con él. Ese mismo año 2008 era el natalicio número 100 de Allende y la Presidenta Michelle Bachelet quería marcar la fecha de alguna forma. Fernanda Villegas, la recientemente salida ministra de Desarrollo Social, trabajaba ese año como asesora del Segundo Piso. A ella se le encomendó dar con un homenaje que perdurara. Y lo que más tenía sentido, con el escritorio ya encontrado, era reconstituir el despacho mismo de Salvador Allende en 1973.
El mismo lugar donde murió mientras las Fuerzas Armadas se tomaban el Palacio de Gobierno.
La reconstitución se hacía necesaria, pensaban en La Moneda. Habían pasado los gobiernos de Pinochet, Aylwin, Frei y Lagos, y el lugar donde cayó Allende ese día 11 no estaba. Treinta y cinco años en total.
Luego del Golpe, esa ala, el ala nororiente de La Moneda, donde estaba la Presidencia, quedó destruida. Y cuando se reconstruyó no se hizo con la intención de devolver la presidencia donde estaba. En su lugar quedaron las oficinas del área sociocultural, destinadas desde el gobierno de Pinochet en adelante a la primera dama o a quien sea designado por el presidente. El cambio fue tal, que la distribución de las oficinas casi no dejó trazos de las instalaciones de la presidencia que existían antes del Golpe. Todo recuerdo de la caída de Allende quedó borrado. Sólo había una vaga noción de que en algún lugar del segundo piso de esa ala el presidente socialista se había enfrentado a la muerte. Villegas cuenta que lo que ahí había eran oficinas del área sociocultural y define ese espacio como un lugar "funcionario, con poco encanto". Y con la ayuda de Espejo -quien recuerda que tuvo que salir a la calle y contar las ventanas para hacerse la idea de dónde estaba el despacho- determinaron aproximadamente dónde estaban las oficinas de Allende.
La nueva distribución hizo que la reconstitución no fuera absolutamente apegada a la historia. "Tuvo que ser una reconstitución usando el espacio físico aproximado del área donde estaban las oficinas en La Moneda y usando el mueble, este escritorio que se encontró, que luego pasaron a ser los muebles, porque fuimos encontrando más", cuenta Villegas. "No es algo que se le ocurrió a alguien mágicamente".
Para reconstituir el despacho, que a principios de los 70 se llamaba Salón Independencia, se usaron registros gráficos de la Fundación Allende, registros privados fotográficos, además de testimonios de época. Villegas se entrevistó con varias personas que fueron testigos de la época, pero el equipo de colaboradores principales finalmente decantó en tres personas: Arturo Jirón, recientemente fallecido médico y ministro de Salud de Allende; la misma Patricia Espejo, su secretaria, y alguien que es quizás menos conocido en las historias que dan vueltas por los años de la UP: Alberto Uranga (84), quien llegó a La Moneda a tapizar un sillón en 1971 y se terminó quedando, para ser el arquitecto del presidente.
Uranga le cayó rápidamente en gracia a Allende, quien lo dejó trabajando en diversos proyectos dentro del Palacio, como la construcción -inconclusa- de una cúpula dentro del Patio de los Canelos, el patio interior de presidencia. Uranga tenía diseñado el proyecto al llegar el Golpe, que consistía en unir los dos pisos de presidencia a través de plataformas, dejando un gran salón en el piso inferior y un jardín de invierno en el segundo nivel, bajo la cúpula. De ese período quedaron varios croquis que Uranga hizo de presidencia, los que se fueron confrontando con las fotografías disponibles de la presidencia y los testimonios de testigos. Estos fueron fundamentales para delinear el nuevo Salón Blanco en 2008.
11 de septiembre, 1973. Alberto Uranga vive en Rosal, cerca del cerro Santa Lucía, y se va caminando a La Moneda. Va de terno y los militares que ya están en el centro no sospechan de él. Ingresa por Morandé 80 a las 8.30 de la mañana y al entrar se da cuenta de que todo es caos y agitación.
-¿Qué está haciendo aquí?-, le dijo Allende. -Esta no es su guerra, así que váyase.
Uranga se fue.
Esa misma mañana se contactó con un maestro suyo que trabajaba en la casa de Tomás Moro. Había terminado recién de nivelar unas puertas. Los Rockets habían arruinado todo el trabajo. El arquitecto, quien también era pintor, supo que era el fin.
En noviembre del 73, Uranga fue detenido por casi una semana. "Me trataron muy bien, no tengo de qué quejarme", cuenta. Y agrega: "Expliqué y me entendieron. Tuve suerte".
La explicación era la siguiente: a pesar de su trabajo en La Moneda, la relación de Uranga con Allende no se sostenía en términos políticos. De hecho, el arquitecto cree que fue contratado por el presidente para hablar sobre otras cosas, como de arte en general -una de las pasiones de Allende- y sobre los proyectos de arreglos en La Moneda y las casas presidenciales de Tomás Moro y El Cañaveral.
Treinta y cinco años más tarde, Uranga se convirtió en el arquitecto a cargo de la reconstitución del Salón Blanco. Y en ese espacio del palacio presidencial, los detalles no dejan de ser potentes. Tras el sillón concho de vino en el que Allende fue encontrado muerto, hay un tapiz, un gobelino flamenco con una escena medieval. A mano izquierda del sofá está el mismo teléfono donde pronunció su discurso de "las grandes alamedas" a través de Radio Magallanes. Pero es en torno al sofá que hay un pequeño conflicto dentro del equipo que trabajó en el proyecto Salón Blanco. Mientras Fernanda Villegas dice que el mueble es uno de los 20 de ese estilo que andaban dando vueltas por los salones y bodegas de La Moneda, el arquitecto Uranga y la secretaria Espejo están seguros de que es el mismo sofá donde falleció el presidente. "Se retapizó del mismo color, pero estoy segura de que es el mismo", dice Espejo.
En los tres meses que duró la reconstitución del Salón Blanco, Villegas, Espejo y Uranga recorrieron La Moneda buscando objetos que pudieran haber estado en la oficina de Allende. Dentro de lo que encontraron están unos querubines y un par de lámparas que a Allende le fascinaban y que fueron hechas por el mismo Uranga. "Las pantallas eran de casullas de curas que habían sido dadas de baja", recuerda Villegas. "Las lámparas fueron encontradas en el área de la presidencia actual, en el Salón Amarillo. Hay un mueble de arrimo que también es original".
Dentro de los objetos no originales, pero sí parecidos a los que Allende tenía en la época, están el tintero sobre su escritorio y otros teléfonos, aparte del de las "grandes alamedas", que eran muy modernos para la época. También hay una foto con sus hijas, entregada por la familia, porque Allende tenía una foto con ellas en 1973. Y a la izquierda del escritorio hay una estatua atravesada por las balas que Espejo sostiene, nunca fue parte del mobiliario. Tampoco lo es un gran retrato de Allende, ubicado justo detrás de su escritorio, que fue una donación al Estado del pintor chileno residente en España Aldo Bahamonde. Después de una discusión con curadores se decidió que ese era el mejor lugar para colgar ese cuadro. Además, se tuvo que reconstituir la mampostería, el zócalo del salón. Villegas dice que esa parte del trabajo fue de las más complicadas, pues es algo que ya casi no se hace en Chile.
Las luces del Salón Blanco se apagaron y la puerta se cerró durante el gobierno de Sebastián Piñera por, según la administración, "motivos de seguridad". Dentro de lo que se conoce en Palacio, se dice que sólo una vez el Presidente Piñera abrió el salón para mostrárselo a una delegación extranjera. Patricia Espejo, por su lado, cuenta que envió a La Moneda varias solicitudes para visitar el salón con un equipo francés de documentalistas. Todas le fueron denegadas.
Los tours volvieron con la segunda administración Bachelet. Cada vez que Sebastián Dávalos tenía invitados de las fundaciones del área sociocultural, los llevaba al despacho de Allende. Su oficina estaba a sólo unos pasos. Hoy, las puertas están abiertas y las luces están prendidas en forma permanente.
Después de tres meses de trabajo ininterrumpido, el salón fue inaugurado el 11 de septiembre de 2008. No sólo en el año en que Allende cumpliría 100 años, sino que también en el día del aniversario 35 del Golpe de Estado. A la inauguración asistieron las dos hijas de Salvador Allende, Isabel y Carmen Paz, además de Maya Fernández, la hija de Beatriz, la tercera hija de Allende fallecida en La Habana en 1977. También asistió el círculo íntimo de Allende en La Moneda, compuesto por funcionarios y miembros del GAP, todos aquellos que sobrevivieron a esa mañana de martes de 1973 y al paso de 35 años de ocurrido el Golpe.
Cerca de los días de la inauguración, el fallecido doctor de Allende, Arturo Jirón, se refería a la apertura del despacho en un documental que se hizo para la ocasión: "Esto es un recuerdo valioso, pero lo más valioso lo tengo dentro de mí", decía Girón con la voz entrecortada hacia el final de la frase.
Villegas cree que el salón es como pagar una gran deuda, no sólo con Chile, sino que con todos quienes llegan a Palacio: "Las visitas antes iban a La Moneda y preguntaban 'dónde murió Allende'. Y no había respuestas. Más allá de las ideas políticas, es parte de la historia de este país. Esto tiene que ver con sanarnos, con cerrar un ciclo y mirar nuestra propia historia".
Y la historia, antojadiza como muchas veces, se remonta y luego se gatilla en un accidente: un tintero verde derramado dentro de un cajón presidencial.
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