La noche más larga de la pastora aimara
<P>En julio de 2007, el mes más frío en el altiplano chileno, la pastora de origen aimara Gabriela Blas abandonó a su hijo, Domingo Eloy, de tres años, en medio del desierto para buscar dos animales perdidos. Su hijo murió y por ese hecho fue condenada a 12 años de presidio. Hace dos semanas, un indulto presidencial le rebajó la pena a la mitad, pero durante estos años Gabriela Blas ha cambiado. Hoy, su vida es otra.</P>
Por horas, que parecen días, nada más que el viento se moverá en este lugar. Un lugar en medio de nada, si es que la nada es un caserío a más de 4.300 metros de altura, en el altiplano chileno, entre montañas nevadas y un llano irregular y pedregoso habitado por una vegetación chata que resiste uno de los peores climas para la vida. Por horas, nada se moverá hasta que caiga la tarde, y con ello el frío y la helada, y recién entonces, bajo el volcán Tacora, aparecerán los primeros animales. Alrededor de 200 ovejas y llamas avanzan lento guiadas por un pastor.
Parece una postal turística, pero si se vive dentro de esa postal eso ya es una condena.
En estos días de comienzos de junio, Juan Farfán está a cargo de la estancia Caicone. Está solo y seguirá solo, caminando varios kilómetros detrás de animales ajenos por un sueldo miserable. La estancia limita con Perú y es el lugar donde Gabriela Blas extravió a su hijo Domingo Eloy, de tres años y 11 meses, mientras pastoreaba animales, como Farfán.
Era una tarde de julio de 2007, el mes más frío del altiplano, de temperaturas bajo cero y noches largas.
Todo el día había caminado con su hijo detrás de los animales, que en estos meses buscan los mejores pastos en las faldas de los cerros. Y fue al regreso, ya cerca del caserío, cuando reparó en que dos animales habían quedado rezagados. Si se perdían, el patrón los descontaría del sueldo de las pastora: tres mil pesos diarios. Así es que dejó a su hijo sobre un aguayo, acompañado de una radio a pilas, y fue en busca de los animales.
Al rato, Domingo Eloy desapareció.
El cuerpo fue encontrado un año y medio después, a 12 kilómetros del caserío. El informe de autopsia constató "heridas penetrantes irregulares existentes en las zonas bajas del cuello, compatibles con mordeduras de animales". Muy probablemente, mientras aún estaba vivo, esa noche el niño habría sido atacado por un puma.
La pastora dirá que lo buscó con la vista y a viva voz, y como estaba a oscuras y la helada había comenzado a caer, entró a la casa y prendió fuego. Dirá que a la mañana siguiente continuó la búsqueda, siguiendo las huellas que se perdían en el lecho de un riachuelo, camino al volcán Tacora. Y como no tuvo éxito, antes del mediodía, comenzó la marcha de 17 kilómetros que separan la estancia Caicone de Coronel Alcérreca, el pueblo donde se crió y vivían sus padres.
Llegó en la tarde y, aconsejada por el profesor de la escuela, fue a reportar la pérdida al retén de Carabineros. Entonces se vino otra noche, la más larga y sombría para la pastora aimara.
La sala es amplia y rosada y sirve de auditorio y capilla: a un costado, la Virgen del Carmen; al centro, una cruz. En esta sala de uno de los módulos de la cárcel de mujeres de Acha, en las afueras de Arica, ocurrirá un dejà vu. Una escena calcada de El chacal de Nahueltoro, la película de Miguel Littin, donde periodistas con actitud piadosa entrevistan a un condenado a muerte que, horas antes de ser ejecutado, se encomienda al indulto del Presidente.
En este caso, los periodistas son tres y están sentados en media luna frente a Gabriela Blas, que está flanqueada por dos de sus abogadas. La mujer no está sentenciada a muerte, sino que a 12 años por abandono de menor con resultado de muerte, pero acaba de recibir un indulto que redujo su pena a la mitad. A pesar de que se trata de un beneficio especial, ella esperaba salir en libertad en estos días y tendrá que esperar un año. De momento, sólo puede acceder al beneficio de salida dominical.
Hay otro alcance con la película que retrata la vida de Jorge del Carmen Valenzuela Torres, "El Chacal". Gabriela del Carmen Blas Blas no es la misma mujer que entró a la cárcel. Entonces tenía el pelo hasta la cintura y vestía polleras. Su vista enfocaba al suelo y su voz, que era un hilo delgado apenas audible, acusaba temor y desconfianza, además de un escaso dominio del castellano. Este primer viernes de junio viste pantalones claros y chaleco rosado, luce aros plateados en sus orejas, y lo primero que dice se escucha bajo, pero firme. Mirando de frente, Gabriela Blas, 28 años, da cuenta de su estado anímico:
-La verdad es que en este lugar cada día no se puede estar muy bien.
En ninguna cárcel se puede estar muy bien, ni siquiera en Acha. Acha es algo parecido a una cárcel modelo, donde Gabriela tiene celda individual y trabaja tejiendo guantes y bufandas de lana de alpaca. Una de sus abogadas dice que la pastora debió adaptarse para sobrevivir en la cárcel. Que ha sufrido depresión, que perdió piezas dentales y padece ahogos frecuentes. Para una mujer criada al aire libre, en la inmensidad del altiplano, el encierro es una doble condena.
A estas alturas, después de todo lo vivido, Gabriela dice que "estaba preparada" para lo que decidiera el Presidente.
-O me daban rebaja de condena, bien me daban indulto -explica-. Para mí no fue mucho, porque todavía tengo que esperar.
Habla corto y preciso, economizando palabras, midiéndolas. A fin de cuentas, sus palabras, arrancadas con tirabuzón, si es que no a la fuerza, terminaron condenándola.
Para convencer a los jueces de que la pastora había abandonado a su hijo con el propósito de deshacerse de él, el Ministerio Público apeló a sus 18 declaraciones ante Carabineros de Coronel Alcérreca, declaraciones que se contradijeron entre sí y, según la Defensoría, fueron obtenidas bajo apremios en los cinco días que permaneció retenida en ese lugar.
Tales declaraciones no bastaron. La fiscalía acudió a un pasado oscuro y escabroso, proveniente de un lugar dejado de la mano de Dios, como muchas cosas en ese altiplano profundo, duro y real, que no aparece en las postales.
Gabriela fue violada a los 16 años por uno de sus tíos, y de esa violación nació Ricardo, que hoy vive en Arica con uno de los hermanos de la pastora. El segundo es Domingo Eloy, fruto de una relación con un camionero boliviano, del mismo nombre, a quien había conocido cuando trabajaba como ayudante de cocina en una posada de Zapahuira. La tercera es Claudia y nació de una relación incestuosa entre la pastora y su hermano Cecilio, quien entregó a la niña en adopción.
Este cuadro termina configurando un móvil: la pastora habría abandonado a su hijo, a merced del frío y los pumas, porque significaba una vergüenza para ella o, al menos, habría sido un estorbo.
Los informes y testimonios que corroboran lo contrario no fueron atendidos por los jueces, ni en el primero ni en el segundo juicio por el mismo caso. Tampoco los argumentos de que sus declaraciones a Carabineros y la PDI fueron obtenidas bajo apremio, sin respetar sus derechos más elementales. Viena Ruiz-Tagle, una de sus defensoras, dice que "una mujer asustada como Gabriela, que llegó hasta sexto básico y no entiende bien el castellano, firmó cualquier cosa que le pusieron por delante".
Desde la cárcel de Acha, Gabriela Blas dirá que tuvo miedo, "porque no estaba acostumbrada a hablar con autoridades, y menos con carabineros y militares". Que antes no sabía hablar español, "acá aprendí". Y que una vez que salga en libertad, además de "luchar porque otras no sean juzgadas de la misma forma que yo", planea volver a Coronel Alcérreca.
-Quiero llevarle flores a mi hijo, que está en mi pueblo.
Coronel Alcérreca es un pueblo fantasma, en vías de extinción, al que se accede empinándose a cinco mil metros de altura por un camino resbaladizo que bordea el volcán Tarapacá. Luego viene la montaña rusa: un descenso pronunciado y serpenteante por la quebrada de Allane, en cuyo fondo confluyen dos ríos medianamente caudalosos que es necesario vadear antes de volver a subir por sobre los cuatro mil metros de altura. Entonces aparece el pueblo o lo que queda de él.
Antiguamente fue un villorrio próspero, especialmente cuando el tren Arica-La Paz se detenía ahí. Pero el tren entró en desuso en 2005 y, desde entonces, como la mayoría de los caseríos del altiplano chileno, ha ido despoblándose dramáticamente.
Son contadísimas las casas de barro y paja brava que no están abandonadas, si es que no en ruinas. Hay un antiguo cuartel militar, un negocio de abarrotes -el único del pueblo-, que cerró hace años, y una escuela de última generación donde estudian seis alumnos, lo que es todo un éxito.
En Humapalca, el caserío más cercano, la nueva escuela no tiene alumnos.
En sus mejores años, Coronel Alcérreca llegó a tener cerca de 200 habitantes; hoy no viven más de tres o cuatro familias. Una de ellas es la de Emiliana Blas, hermana de Gabriela, que cuidaba al pequeño Domingo Eloy cuando la madre de éste salía a pastorear en las estancias cercanas.
Desde el dintel de la puerta de su casa, asomando apenas el cuerpo, Emiliana dirá que su hermana tenía una particular preocupación por el niño:
-Lo quería a su hijo, no le faltaba nada.
Gabriela es la menor de siete hermanos, nacidos todos de parto natural en la estancia de Fondo Huaylas, distante a ocho kilómetros de Coronel Alcérreca, en un completo despoblado. Los informes y peritajes encargados por una y otra parte coinciden en que la pastora creció en un ambiente familiar particularmente precario y vulnerable, "con privaciones económicas por debajo de la línea de pobreza del resto de su comunidad", se lee en uno de ellos.
También coinciden en que su infancia fue traumática, marcada por abusos, golpes y desafectos. "Nos encontramos frente a una persona víctima de una sistemática vulneración de sus derechos de la infancia, proyectables en la edad adulta en la vulneración de sus derechos humanos", concluyó la asistente social Amelia Challada. El mismo informe atribuyó la "confusa relación de pareja con su hermano Cecilio" a factores como "el distanciamiento geográfico, el escaso número de preadolescentes y adolescentes en su localidad, el debilitado vínculo afectivo y la insuficiente educación impartida en su grupo familiar".
Esa, en definitiva, era la mujer que en julio de 2007 llegó al retén de Coronel Alcérreca, tras caminar 17 kilómetros, para reportar el extravío de su hijo.
En los cinco días que permaneció en ese lugar, sin que un tribunal tomara parte en el asunto, como obliga la ley, habría dicho que lo extravió mientras pastoreaba, que lo abandonó en la línea del tren, que se lo entregó a un camionero boliviano. El hecho es que el niño no apareció hasta un año y medio después, a 12 kilómetros del caserío de la estancia Caicone.
Tras los peritajes de rigor, el cuerpo fue enterrado en el cementerio de Alcérreca.
Camino al cementerio, Jorge Maita, esposo de Emiliana Blas, dirá que el hecho fue un accidente, y que el niño, de seguro, fue atacado por los pumas que rondan la pampa. Días atrás nada más, mientras pastoreaba, presenció cuando "el gato" se echó al hombro a una cría de llama de su propiedad.
-Muchos gatos se han visto en estos días, muchos -repetirá Jorge, al pie de la tumba de Domingo Eloy que él mismo cavó.
A un costado del taller laboral, guarecidas del sol, un grupo de mujeres indígenas permanecen echadas en el suelo hilando lana de alpaca. Esa lana llegará luego a manos de Gabriela Blas, al interior del taller, para tejer los guantes y bufandas por encargo de una pequeña empresaria que envía los productos al mercado europeo.
En eso gasta gran parte del día "la pastora asesina", como la motejó la prensa de la región al dar a conocer el caso, a partir de información proporcionada por las policías y el Ministerio Público.
La pastora asesina. En la Defensoría de Arica dicen que ese mote provocó que la familia de Gabriela le diera la espalda, además de exponerla ante el resto de la población penal. Por ello, como medida precautoria, cuando llegó a Acha permaneció cerca de cinco meses en un régimen de aislamiento. Al aislamiento le siguió una prisión preventiva de tres años, la más larga desde la puesta en marcha de la Reforma Procesal Penal. Y a todo lo anterior hay que sumarle una incomunicación voluntaria.
Durante meses, Gabriela no se relacionó con ninguna otra interna. "Parecía muda", dice una gendarme que ha sido testigo de su evolución: después de recuperar el habla, comenzó a relacionarse con mujeres de su etnia, se matriculó en el liceo del penal y cada sábado, en uno de los patios del módulo de mujeres, se visita con un interno boliviano. La misma gendarme dice que Gabriela casi no se diferencia de otras internas, que en su mayoría cumplen condena por tráfico drogas. En esta cárcel las mujeres suelen establecer relaciones con hombres de módulos vecinos, y como en cualquier otra cárcel del país, el culto evangélico ha ganado influencia.
Antes de la conversión, Gabriela le comentó a una de sus abogadas que tal vez su error fue no haberle pedido a su padre que consultara a la hoja de coca para evaluar la conveniencia de ir a pastorear con su hijo en la estancia Caicone. Pero tiempo después, ya integrada al culto evangélico, le dijo que tal vez su error no fue ese, sino haber creído en otros dioses.
-Gabriela -dice Inés Flores Huanca, la mujer que más cerca ha estado de ella- se ha visto obligada a cambiar para ser aceptada.
Flores Huanca fue pastora como Gabriela y ha oficiado de facilitadora cultural por encargo de la Defensoría de Arica. No tiene dudas de que lo ocurrido con Domingo Eloy fue un accidente, y que si lo mismo hubiese ocurrido en la ciudad, como ocurre con los niños a los que se descuida en la calle y en las cercanías de una piscina, la suerte de Gabriela hubiera sido muy distinta.
Acha, mañana de viernes, el 1 de junio. Gabriela teje junto a otras mujeres en un galpón amplio y ruidoso. Trabaja mecánicamente, concentrada, sin despegar la vista del tejido. Pero en un momento algo irrumpe en ella que detiene su trabajo y hace que levante la cabeza y fije la vista en un punto del techo. Queda segundos congelada. Entonces, llamada de vuelta al presente, agacha la cabeza y vuelve a tejer.
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