La nostalgia de los carabineros de Iloca




Los carabineros de Iloca tienen un ritual. Cada vez que les corresponde un patrullaje nocturno por el balneario, pasan por el que hasta la madrugada del 27 de febrero era su cuartel y piensan en lo que vivieron en esas horas. Ayudaron a evacuar a cientos de personas hacia las partes altas del pueblo, tomando por su cuenta una decisión que todavía los llena de orgullo. Pero también perdieron su lugar de trabajo, sitio de reunión y, en el caso de los solteros, también su casa. De día, el ex cuartel luce como una más de las tantas construcciones dañadas por el maremoto. Abandonada. Con muros de cemento agrietados. Con rayados de grafitis y basura en el piso.

Su lugar de trabajo ahora es un container adaptado como retén, al final de un pasaje, junto a una loma. "Normalmente, nosotros venimos aquí por la noche, con la linterna. Patrullamos todo", dice Fabián Garrido, el cabo primero de 36 años, oriundo de San Carlos y casado, a quien se le ocurrió empezar la evacuación. "Es que la gente empezó a salir desesperada de los locales, de las casas (...). Ibamos patrullando cuando, de repente, sentimos el ruido. Y se nos fueron encima del vehículo policial. Después empecé a comunicar por el altavoz 'salgan y vayan a los cerros por seguridad', porque presumía que el mar podía salirse".

El carabinero Juan Martínez (24) es de Antuco, pero había estado destinado en Curicó y cuenta que "llevábamos un mes y algo acá. Fue complicada, para nosotros, esa noche". El carabinero Cristián Méndez es el más joven de los tres. Tiene 21 y recuerda que "subimos y en el camino a Cementerio había un taco impresionante. Ahí tuve que ir corriendo hacia el primer vehículo y decirle que siguiera avanzando". Minutos antes había sacado el armamento del cuartel, previendo una posible salida del mar. Y unos minutos antes de eso, había partido por la única persona que tenía detenida.

Los tres recuerdan a una señora de más de 80 años, con sobrepeso. Estaba a los pies de un cerro e iba con su hijo. Ellos estaban presentes cuando le dijo a su hijo que la dejaran morir y entre los cuatro (los tres más el hijo) intentaron tomarla y fracasaron. Dudaron unos segundos qué hacer, pero al final se repartieron sus extremidades y empezaron a arrastrarla.

Nostalgia. Ninguno utiliza de inmediato la palabra, pero, al final, terminan repitiéndola. "Siento nostalgia, porque estuve tres años aquí en el cuartel y, anteriormente, también había estado", suelta el cabo Garrido. "No rabia, porque era algo de la naturaleza, pero nostalgia, porque tú te haces tus propios recuerdos", agrega Garrido, recordando que ahí dejó un llavero con una fotografía de su hijo, que nunca encontró. El carabinero Martínez también se lamenta, pero con algo muy práctico: "Como personal soltero teníamos acá nuestra pieza y la pieza es nuestra casa (...). Y habíamos comprado entre todos una lavadora. Una automática, básicamente para sacar y tender, pero nos duró una semana. Después encontramos partes en la casa anexa al retén y algunos restos en la playa".

Cristián Méndez recuerda que, después, vino la desesperación, aunque "acá, saqueos, no hubo tanto", dice. Llegaron 20 carabineros más y también miembros del Ejército.

Sobre el presente, el carabinero Méndez dice que "lo más difícil ha sido darle tranquilidad a la gente, porque anda preocupada". Algo que a ellos también les pasa. "En los mismos servicios que uno hace de noche -dice el cabo Garrido-, hay un pequeño temblor y se vienen todos los recuerdos". Para el carabinero Martínez el efecto de todo es muy concreto: "Después del maremoto, con suerte salir a correr en la playa y que salpique la ola. Pero bañarse, no".

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