La nueva vida de Cristóbal Goitía: dejó el colegio y trabaja como "sapo" de micros

<P>Quiere hacer una vida normal y que nadie lo relacione con ese niño que a partir de los nueve años estuvo en una complicada disputa de tuición luego de que cayera dos veces desde el balcón del departamento donde vivía con su padre en Viña del Mar. Ahora tiene 19, vive en Pirque y a su madre la ve sólo un rato por las noches.</P>




Una mano gesticula "tres", hace un giro de muñeca y señala "cinco". Después, estirada, recibe entre $ 100 y $ 200 desde la ventanilla de un chofer de buses. Para quien no está habituado al lenguaje de los micreros, el mensaje de la mano de Cristóbal Goitía podría ser incomprensible, una especie de código de señas similar a los de los sordomudos que, sin embargo, le ha servido para ganarse la vida y ser medianamente independiente.

Cristóbal tiene 19 años y trabaja como "sapo" de micros, indicando los tiempos entre un Metrobús y otro. Está bronceado y anda impecable entre calle y calle. Del niño de nueve años que todo Chile conoció porque su papá, Fernando, fue acusado por el Sename de maltratarlo y lanzarlo dos veces desde el balcón de su departamento, no queda casi nada. Al menos, él no quiere desenterrarlo. "Quiero que me olviden, que no digan 'ah ese es el niño que...'. Quiero ser anónimo, hacer una vida normal, dejar todo atrás", dice y se niega amablemente a hablar de su vida actual.

Es que ahora es muy distinta. Empezó a cambiar en 2006 cuando, tras años de disputas entre sus padres, su madre -que fue empleada de su padre y que dejó de ver a los ocho meses- obtuvo su tuición y se lo llevó a vivir con ella a Pirque. No fue fácil: pasó de estar en un centro del Sename a tener una nueva familia. Incluso, el mismo día que debían viajar, se escapó y se fue a vivir con micreros, sus amigos de la calle.

Por eso, ya en Pirque, no tardó en entenderse con los choferes de los metrobuses, quienes hablan con cariño de él. "Es un cabro bueno, trabajador y que no tiene vicios, salvo que fuma harto", dice uno de ellos. Hasta el año pasado, Cristóbal se subía a las micros por las tardes y los acompañaba, sin embargo, este año cambió de rutina y sólo trabaja por las mañanas. En las tardes se junta con amigos y ahora, con amigas. A su casa llega en la noche a comer. Vive con su mamá, Bernarda Briones, y su medio hermano mayor. La dinámica familiar es poca: los tres trabajan y llegan tarde. No siempre comen juntos y algunos días, cuando se queda en casa, se la pasa escuchando música en su pieza.

Este año trató de ganar más dinero y entró a trabajar en un camión que repartía gas. Sin embargo, la paga era poca y las jornadas extensas, así que apenas terminó la "temporada alta" de las ventas (invierno), volvió a ser "sapo" de micros. Cristóbal quiere ahorrar, no para irse de su casa, sino para ser más solvente, pero sabe que la piedra de tope son sus estudios.

Cuando llegó a Pirque su mamá lo matriculó en primero medio, pero un día no fue más. "No se acostumbraba a estudiar después de haber vivido prácticamente en la calle", dice un cercano a su familia. Su mamá, desconcertada con un hijo que vino a criar recién a los 16 años, respetó su decisión y Cristóbal no fue más al colegio. Ahora tiene planes de retomar los estudios en 2010.

Antes de llegar a Pirque, Cristóbal estaba bajo tratamiento siquiátrico con Ravotril y otros dos medicamentos. Por un breve lapso lo siguió en Santiago, donde estuvo a cargo de la ONG Opción y la Oficina de Protección de Derechos de Pirque (en convenio con Sename), de los cuáles terminó desvinculándose antes de cumplir 18 años. Al siquiatra tratante lo veía poco y no le convencía. Como su mamá debía atravesar la capital para conseguir la medicina (no lograron trasladar el tratamiento al Hospital Sótero del Río), lo abandonaron, sin que él ni ella supieran a ciencia cierta qué diagnóstico heredó de su pasado.

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