La pasión de Evelyn Matthei

<P>Evelyn Matthei no sólo toca el piano, lo estudió por casi 15 años. Y cuando practicaba hasta 12 horas diarias con una profesora en Londres, una audición ante Claudio Arrau la terminó de convencer de que ella no lograría la cima: ser concertista. Educada en un ambiente de autoexigencia, ahí dejó de estudiar.</P>




Primero una sonata de Beethoven.

Ella se sienta frente a un Steinway & Sons de cola y recorre las páginas de su libro de partituras hasta llegar a la que ha elegido y practicado el sábado y domingo de lluvias. Mira las hojas, posa sus pies en los pedales, recta la espalda y baja la vista hacia las teclas; y como si en el lugar no hubiera 10 personas mirando, ni se dispararan las luces de las fotos que le toman, Evelyn Matthei se transforma. La bodega detrás del salón de ventas de Casa Mrksa, donde desde hace medio siglo cuidan, afinan y mantienen pianos, se llena con la melodía y con el ritmo de esta sonata que a ratos parece furioso y a ratos suave. Mientras sus dedos se deslizan con precisión sobre el teclado, el rostro de la ministra del Trabajo se contrae a la altura de los labios y sus ojos se fijan de tal forma, que se ven hasta más azules. Conmueve su interpretación.

-¿Puedo seguir tocando?- pregunta cuando al terminar de interpretar un Nocturno de Chopin, Gabriel Schkolnick le dice que cambiarán de piano para seguir con las fotos.

-Este es un preludio-, dice, y casi sin esperar respuesta sus manos llenan otra vez el salón de música. Ella, que comenzó a estudiar piano a los siete años, supo, esa tarde, apenas escuchó el primer sonido que salió de la caja de resonancia, que el instrumento que tiene enfrente es perfecto. Y la alegría se le ve en el rostro. Ya con dos sesiones previas de conversación, sabíamos que para Evelyn Matthei el goce se logra cuando algo es bello y está bien ejecutado.

Pero para un oído más bien bastardo a este nivel de interpretación, la calidad de ese piano queda más clara cuando Nikola Mrksa cuenta que el Steinway & Sons de 274 centímetros de cola está avaluado en $100 millones.

En la parte superior de una de las partituras que Matthei lleva a esta sesión fotográfica, en lápiz grafito está escrito: 23-1-73.

-Es la anotación de la fecha en que comencé a estudiar el Opus 110 de Chopin-, dice ella. Luego, explica que las anotaciones numéricas bajo las notas de la partitura son de su profesora Ruth Nye, una discípula del maestro Claudio Arrau y que por casi tres años le enseñó a ella en Londres. El momento de la vida de Evelyn Matthei en que ella se ilusionó con alcanzar la cumbre de una carrera como pianista. Pero que, al igual que en las sonatas que interpreta esta tarde, donde la melodía transporta las emociones desde lo más alto a lo más profundo, como si se estuviera en una montaña rusa, en Londres ella debió asumir que "no tengo las mejores manos para el piano".

Después de casi 15 años de estudio, fue en una casa en Hyde Park donde ella cerró ese capítulo sin lágrimas y sin remordimiento.

Pero esta historia comienza a escribirse décadas atrás. Parte con un abuelo materno prusiano que gustaba de Beethoven y Wagner y que transmitió a su hija, Elda Fornet, el amor por el piano. Cuando ella se casó con el oficial de la Fuerza Aérea Fernando Matthei, descendiente de alemanes que gustaban de la lectura y la música clásica, Elda proyectó en su primera hija lo que ella no había tenido oportunidad de realizar: aprender a tocar piano.

"De todos ellos, de mi abuelo paterno alemán, mi abuela materna vasca y mi abuelo materno prusiano, heredamos la cultura de un trabajo serio, riguroso, de hacer las cosas bien. Hay una cultura de mucho rigor", dice hoy Evelyn Matthei, sentada en su oficina en el sexto piso del Ministerio del Trabajo, mientras viste un pantalón que hace dos años cosió ella misma. Porque entre sus aficiones/pasiones/obsesiones, también está la costura, y con el sello familiar "del trabajo bien hecho", ella sólo cose con telas de buena factura y con la meta de que las prendas queden perfectas. "Si le voy a dedicar tiempo a eso, tiene que ser algo que realmente yo goce cada vez que me lo ponga", dice. Pero esa es otra historia.

Esta es la del Chile de fines de los 50, en una casa en el Paradero 34 de Gran Avenida, casi al frente de la Fach, donde el capitán Matthei hacía sobremesas musicales con su esposa y sus tres primeros hijos. "En mi casa, las sonatas, las sinfonías, los conciertos de Beethoven eran casi de todos los días. Mozart también. A mis padres también les encantaban Schubert, Schumman, mmm, ¿Wagner?... Sí, las oberturas más bien -dice mientras piensa con la mano en la barbilla-. Brahms… A mi mamá le encantaban Chopin, Haydn. Todo, todo", y recuerda que la colección de discos de vinilo que tenían era enorme y que cuando de muy chica a ella le preguntaban tras la cena qué quería escuchar, ella respondía: "El disco del viejo chascón. La Séptima Sinfonía tenía en la carátula como una caricatura de Beethoven con sus mechas desordenadas. De siempre, la Séptima Sinfonía fue mi favorita".

Los padres Matthei Fornet no sólo la introdujeron a ese mundo musical, también le transmitieron la admiración por un concertista: Claudio Arrau. "Mi papá y mamá reconocían cuando el intérprete de una obra era él".

En ese espacio de la memoria en que los recuerdos se funden y confunden, Evelyn no está segura si la primera vez que fue al Teatro Municipal fue para escuchar al maestro chillanejo. Sí lo está de que tenía unos nueve años, que la maravilló el lugar y sus lámparas, y que la llevó su padre, y que esas escapadas al Municipal sólo eran esporádicas en su familia y, varias veces, gracias a un tío que fue edecán de Frei Montalva y les conseguía tickets en palco. Ahí, ni siquiera fantaseaba con que una década después su vida se cruzaría con la de Arrau y llegaría a ser tan cercana, que hasta viajaría en una ocasión con el pianista.

La pasión frustrada de la madre por aprender piano la llevó a poner a su hija en esas clases. Pero no era sólo por eso. Elda Fornet había convencido al rector del Colegio Alemán de que sus tres primeros hijos -Fernando, Evelyn y Robert- eran tan brillantes que debían ser becados por su establecimiento. Aún no nacían los dos menores -Hedy y Víctor-, y el sueldo de capitán de Matthei, que duraba 10 días, no iba a ser impedimento para que la madre de la ministra lograra que sus hijos recibieran una educación de calidad y exigente.

La beca se mantenía con buenas notas, lo que no fue problema para los niños Matthei Fornet. Lo fácil que le resultaba el colegio, recuerda Evelyn, la puso engreída. "Empecé a mirar en menos a los que tenían que estudiar para sacar buenas notas, a los mateos. Mis padres encontraron que yo me estaba poniendo arrogante y decidieron copar mi tiempo con otras actividades. La idea de ellos era que me tuviera que esforzar. Ellos sintieron, yo creo, que me era todo muy fácil y el camino de que la vida era fácil era un camino peligroso", se ríe.

Dos actividades llenaron el tiempo de la niña: atletismo, donde no destacó -"aunque hacía número", dice ella-, y tuvo que dejarlo por una fiebre reumática que contrajo a los 11 años. Y el piano.

Ella tenía unos siete años cuando llegó de la mano de su madre a una casa por calle Almirante Barroso, en el centro. Allí la esperaba Lourdes Rucza, una joven boliviana de ascendencia húngara que vivía en el lugar con su madre, Adela, y daba clases de piano mientras estudiaba en el entonces Conservatorio Nacional de Música. "Era una mujer preciosa, muy linda de cara, muy encantadora. Entonces yo, claro, me enamoré del piano al escucharla tocar".

Mirado en retrospectiva, Evelyn Matthei cuenta que la relación con el piano siempre funcionó así: "Si tenía un profesor o profesora que me entusiasmaba, yo ensayaba harto, harto, harto. Recuerdo que cuando fuimos por un año a Estados Unidos tuve una profesora argentina que era un encanto y yo practicaba una hora antes de salir al colegio y dos horas, por lo menos, después del colegio. Y si un profesor no despertaba mi interés, podía ir de una clase a la otra sin haber practicado siquiera". Hoy dice que eso le pasa con todo. "Yo pongo mucho interés en hacer bien las cosas. Pero lo que no me interesa, lo dejo pasar".

Lourdes Rucza fue la primera que despertó esa pasión. La familia Matthei Fornet -"donde la plata no sobraba, pero para el piano y las clases siempre había", dice la ministra- arrendó un piano para la estudiante. Bajo la escalera de la casa, por donde sus hermanos subían y bajaban, Evelyn practicaba a diario. "Aprendí a concentrarme sin importar el ruido", comenta cuando en la sesión fotográfica se escuchan hasta gritos de los peonetas que esa mañana deben trasladar un piano desde Casa Mrksa. Ella interpreta una sonata de Chopin en el Steinway de cola como si estuviera sola.

Cuando Lourdes Rucza regresó a Bolivia, Evelyn Matthei ya había avanzado lo suficiente como para ingresar al Conservatorio de Música. Cuatro veces a la semana, su madre la traía en micro desde La Reina, adonde se habían mudado, hasta calle Compañía a ser dirigida por el profesor René Reyes. Evelyn recuerda escenas en que la micro estaba llena y su mamá con la panza del cuarto embarazo llevaba de la otra mano a su entonces hijo menor, Robert. A los cuatro años, Robert, quien más tarde entró a estudiar Medicina con el máximo puntaje de la generación y murió a los 40 años de otro cáncer, padeció un sarcoma al riñón. El único momento en que Evelyn Matthei tiene que contener las lágrimas durante estas entrevistas es cuando habla de ese hermano que fue su compañero y cómplice. Robert las acompañaba al centro de Santiago, pues cerca del Conservatorio estaba el "físico", dice ella, donde le hacían una terapia kinesiológica por la extirpación del riñón.

Cuando Evelyn tenía 13 años, Elda Fornet hace otro contacto para los estudios de piano de su hija y consigue que la acepten becada en la Escuela Moderna de Música, que en esos años estaba en San Diego. "Este sistema de becas -tanto para la formación escolar como en algunas ocasiones para el piano, dice la ministra- nunca me hizo sentir presionada. Al contrario, me sentía orgullosa de que me fuera bien, algo así como que yo me ganaba lo que tenía".

La directora del lugar, Elena Waiss, fue una de sus maestras. No sólo mejoró la técnica de Matthei, "ella me hacía leer a Virginia Woolf y me empujaba a que mirara también la cultura más moderna, más contemporánea". El lugar fascinó a la adolescente, quien dice que allí conoció "a gente interesantísima, todos estaban por el amor a la música o a la danza". Entre el alumnado circulaba el hoy director Max Valdés y Vivien Wurman, quien actualmente dirige la Escuela Moderna.

-Ajjj, qué lata- exclama y retoma el acorde. Y retoma, y retoma, pero repite el error.

-¿Le enoja equivocarse?, le pregunta alguien en la bodega del salón Mrksa.

-Más que enojarme, me siento frustrada porque no me sale-, dice sin perder el talante.

En 1971, el comandante de Grupo de la Fach Fernando Matthei es nombrado agregado militar en Londres por dos años. Evelyn da la prueba para ingresar a la universidad, pero con su hermano Fernando deciden aprovechar la oportunidad y ambos parten a Inglaterra con el compromiso de quedarse un año. Todo cambia cuando Elda Fornet se entera de que habrá un cóctel en la embajada chilena adonde irá Claudio Arrau. La madre consigue que inviten a su hija.

"Yo tenía 18 años. Me acerqué a él y le pregunté si había alguien en Londres que enseñara su técnica. Porque la técnica de Arrau es bien distinta a la de la mayoría de los pianistas, usa mucho más el brazo, no tiene tensión…. Y tú no puedes, cuando llevas 10 ó 12 años estudiando, cambiar de técnica", cuenta la ministra.

"Sin escucharme tocar, él me recomienda que vaya donde Ruth Nye". Años atrás, esa mujer australiana había sido invitada por Arrau a ser su pupila en Nueva York, luego de que el maestro la escuchara tocar en Melbourne.

"Yo no sé si la gente en Chile sabe la tremenda categoría de genio que tuvo Arrau. Tengamos claro que Martin Krausse, que era uno de los mejores músicos de Alemania, deja a todos sus alumnos cuando llega Arrau de cinco o seis años y se convierte en su profesor, casi en su padre. Y Krausse había sido discípulo de Liszt, éste de Czerny y éste de Beethoven. Ese era su linaje", explica Evelyn.

Ella recuerda el día en que llegó hasta la casa de Ruth Nye, quien vivía en Hyde Park en un "mews", esas casas con caballerizas en su primer piso. Ahí el marido de Nye tenía caballos con los que enseñaba a montar. En el segundo piso estaba el piano. "Ella era, nuevamente, una mujer preciosa, entretenida, gran ser humano. Y con su marido, que era genial". La motivación que esta mujer le provocó llevó a la hoy ministra a practicar entre 10 y 12 horas diarias de piano. "Comencé a tomármelo mucho más en serio. Tuve un progreso enorme. Y en algún minuto pensé que podía llegar a dedicarme al piano". Porque, según cuenta, nunca en los años anteriores de clases y práctica ella ni siquiera fantaseó con la idea de ser concertista. Hasta ese período en Londres.

Desde Yehudi Menuhin School donde hoy enseña, Ruth Nye dice recordar con mucho afecto a su alumna. "Evelyn era una pupila muy dedicada y trabajó extremadamente fuerte, con gran inteligencia. Ella tenía una profunda musicalidad y amaba su música. Ella alcanzó un alto nivel".

La ministra recuerda que "la gracia, además, era que Ruth y Ross Nye eran íntimos amigos de Arrau y de su señora, que también se llamaba Ruth. Cada vez que Arrau iba a Londres, Ruth Nye lo acompañaba a los ensayos. Y, si por ejemplo, iba a grabar con la orquesta, ella le daba vueltas las páginas de la partitura. De hecho, hay una carátula de un disco donde ella está parada al lado del piano de Arrau, dándole vuelta las páginas. Esa cercanía tenían".

A varios de esos encuentros, la pupila chilena de Ruth Nye era invitada. "Comíamos con él después del concierto y estábamos con él antes del concierto. Me acuerdo una vez, en que él hizo una gira como de tres días hacia otras ciudades de Inglaterra y estuvimos con él mañana, tarde y noche. Recuerdo haber entrado con él a librerías y haber visto lo que le interesaba leer", rememora hoy Matthei.

En un momento, la joven se sintió preparada para audicionar ante Arrau.

-Practiqué muuuchíiisimo-, remarca.

-¿Recuerda qué tocó ante él?

- La sonata Opus 110 de Beethoven-, dice sin vacilar-. La N° 31, Opus 110.

Dice que no se puso nerviosa, que hacía años ya podía controlarse para que las rodillas no le tiritaran, como cuando en el Colegio Alemán actuaba en las presentaciones de fin de año.

Y recuerda también la única palabra que le dijo Arrau cuando ella terminó de interpretar: Siga.

"Fue un 'siga'. No más. No fue un 'siga estudiando mijita, pero no se le ocurra hacer ninguna otra cosa'. No. Y yo, a esa altura, ya iba captando que a lo mejor me podría ganar la vida con el piano, pero no siendo concertista. Hubiera sido más bien dando clases o tocando en un conjunto de cámara. Pero no iba a ser solista nunca de nada". Para sus estándares, cualquiera de las primeras opciones era un segundo lugar.

Para ese momento, Evelyn Matthei estaba en su tercer año en Londres. Sus padres habían regresado a Chile y ella tenía que trabajar para mantenerse, pagar las clases de Nye y el arriendo del piano. De 12 horas de práctica, había pasado a cuatro diarias.

-¿No fue decepcionante llegar a la convicción de que no iba a ser concertista después de tantos años de estudio?

Casi no deja terminar la pregunta, y responde: "Para nada. Sentía que había 10 mil otras cosas que podía hacer. No me costó ni una lágrima… Nada, no, nada, no… Fue como: 'Esto no es lo mío y goodbye…'".

A medida que la entrevista avanza, ella dirá que cuando deje la política -a la que ha dedicado 24 años- será igual. "Igual que con el piano, sin mirar para atrás, sin ni una lágrima, sin tener ningún sentimiento de pena ni de nada. Veo absolutamente ese momento".

-¿Aunque no llegue al primer lugar, que es la presidencia?

-En la política, como yo lo veo, el objetivo no es personal (…) y por eso resiento mucho cuando veo actitudes de otras personas que lo único que piensan es en sí mismos, realmente me-mo-les-ta.

Y aflora la pasión. Más que la pasión, ese rango de emociones que ella es capaz de sentir, demostrar en un minuto y que, ella misma dice, es parte de lo que le enseñó o dejó la música. "El piano te hace sentir cosas y tú las tienes que sentir profundamente para poder interpretar. La música te amplía el rango de emociones".

Después de terminar su tercer año en Londres, Evelyn Matthei regresó a Chile, ingresó a la Universidad Católica, destacó en Ingeniería Comercial, fue alumna de Sebastián Piñera. Nunca más tuvo un profesor de piano. El resto es historia conocida.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.