La piloto furtiva

<P>Carolina Fernández siempre estuvo rodeada por el mundo de la Fach. Hija de un suboficial, creció en la base de Cerro Moreno, en Antofagasta. Pese a ello, todos se sorprendieron cuando en cuarto medio ella anunció que optaría por la Fuerza Aérea. Mientras estaba en sus años de instrucción, eligió su nombre de piloto: Furtiva. Su padre, profesores y amigas cuentan aquí la vida de esta teniente que murió en el Casa 212 que se estrelló en Juan Fernández. Ella comandaba la nave. </P>




Afuera del colegio San José de Antofagasta, sobre un muro de cerámicas azules, tres cartulinas con recortes y mensajes llenan, de alguna forma, la ausencia de la niña que antes de convertirse en la teniente Carolina Fernández -que comandó el Casa 212 que se estrelló la semana pasada en Juan Fernández- había sido la alumna que llegaba todos los días en buses de acercamiento de la FACh desde la base aérea Cerro Moreno, el mundo en el que le había tocado crecer.

A Cerro Moreno llegó a los ocho años desde Santiago. Junto a sus padres y a sus hermanos menores, Paulina y Jorge, ocuparon la vivienda que la Fuerza Aérea les tenía asignada: en la casa 4 del sector 18 de la base. Tenía dos pisos, tres dormitorios y no más de 90 metros cuadrados. Desde tercero a octavo básico, Carolina estudió en la E88, la escuela al interior de Cerro Moreno. Su profesora Nilda Gallardo recuerda "el respeto y solidaridad de Carolina, que brilló en matemáticas". Su curso, varias veces, la eligió mejor compañera.

Mucho antes de los cuestionamientos a su habilidad como piloto y del juicio público a sus 800 horas de vuelo, Carolina había nacido en Santiago como la primogénita de María Graciela Quintero y Jorge Fernández, un suboficial de la FACh que explica lo siguiente: "En los chequeos médicos de sus primeros meses de vida, nos dijeron que su inteligencia estaba sobredesarrollada. Se notaba muy despierta desde pequeña".

En ese universo en medio del desierto que es Cerro Moreno, que está a unos pocos minutos del aeropuerto internacional que lleva el mismo nombre, Carolina es recordada por Resfa Hernández, directora de la E88, como una niña tranquila, que fuera del horario escolar mantenía un gusto por el baile y una obsesión por El Principito, donde un aviador perdido en el Sahara recupera la inocencia después de conversar con un niño rubio que venía de un asteroide. Nunca dejaría eso de lado: Carolina seguiría comprando ediciones de El Principito y decoraría su pieza de oficial de la FACh con dibujos y figuras de ese personaje.

No sabemos cómo el libro de Saint-Exupéry llegó a sus manos, ni quién se lo sugirió. Pero sí sabemos esto: todo lo que pudo haber encontrado en ese cuento que leyó varias veces cobraría sentido cuando años más tarde, ya en cuarto medio, la profesora de artes plásticas les pidió a los alumnos del IV B que dibujaran algo que tuviera que ver con lo que querían hacer en el futuro. Sobre una hoja en blanco, Carolina delineó un avión.

En ese momento, era una alumna de promedio 6,5 en el San José, colegio al que llegó en primero medio y donde se hizo conocida por pelear cada décima. Paulina Aravena, que estuvo en ese IV B, recuerda que Carolina podía sacarse un 6,8, pero que aún así caminaba hasta la mesa del profesor con la misión de conseguir las dos décimas que le faltaban. Y que, en broma, le gritaban para molestarla: "Ay Carola, déjate de pelear por las décimas".

Carolina Fernández era de esas estudiantes que no dudaba en barrer la sala con tal de cosechar méritos suficientes para ser elegida portaestandarte en los desfiles, pero que tampoco dudaba en gastar tiempo para ayudar a una amiga que no entendía cómo hacer un ejercicio en matemáticas. En la enseñanza media siempre tuvo de profesora jefa a Cristina Peñaloza, la maestra de religión que terminó siendo su madrina de confirmación y a quien este año invitó a volar en un Casa 212. Fue un día en que la FACh les permitió a sus pilotos invitar a miembros de su familia a un vuelo corto sobre Antofagasta.

En sus épocas de estudiante, a Carolina le gustaba pasar las tardes en la playa y, por las distancias de la ciudad son su hogar, casi siempre se quedaba a alojar en la casa de una amiga en las noches que había fiesta. Y eso en la casa 4 del pabellón 18 no molestaba, porque la niña, pensaba su padre, terminaría estudiando Derecho o Periodismo. Tenía las notas y la madurez de una niña que a los 18 años no buscaba novios ni tragos más fuertes que las micheladas armadas con Kunstmann miel. Que era feliz escuchando música argentina de los 80, viendo Sex and the city o probándose tacos con minifalda.

Por eso es que sus padres quedaron sorprendidos cuando Carolina les contó, en cuarto medio, que quería entrar a la FACh. Ellos siempre habían pensado que ella estudiaría algo más tradicional. Pero Carolina tenía la decisión tomada.

Carolina, la niña que en tierra podía conseguir lo que quisiera, necesitaba estar en el aire.

Hay una conversación que María Daniela Delgado no olvida.

Ocurrió en 2002, probablemente en noviembre. Estaba en una plaza con Carolina, poco después de que ella les dijera a todos que no iba a dar la PAA, porque entraría a la Escuela de Aviación. En esa época en que todos preparaban los últimos facsímiles, Carolina se levantaba a las cinco de la mañana para correr. Para dar vueltas a la pista de Cerro Moreno. Para mirarle la cara a su padre que estaba ahí, cronometrando sus tiempos, apoyándola en ese futuro que la sacaría de Antofagasta y la llevaría hasta Santiago.

Aunque eso sucedería más tarde.

En esa plaza, María Daniela, la mejor amiga de Carolina, le preguntó qué pasaba en caso de una guerra o un combate. María Daniela, que nueve años después terminaría como encargada de medio ambiente en la municipalidad de su ciudad, quería saber si su amiga entendía que su elección, dada la situación, podía llevarla a un escenario mortal.

-Yo estoy en mi mejor momento para morir- le contestó Carolina.

La respuesta funcionaba con una lógica implacable, con la que ella siempre operaba. Carolina le dijo a María Daniela que aún no estaba casada, que todavía no tenía hijos. Que era el momento en que su fallecimiento podía afectar a menos seres queridos. Y lo decía en serio.

Su entrenamiento en la Escuela de Aviación empezó el 2003 y terminó el 2005. Un ex coronel de la FACh explica que ese entrenamiento básicamente se divide en dos ciclos, en los que los primeros dos años son el coladero. No sólo por las mediciones de motricidad y reacción que enfrentan los postulantes, sino porque en todo este tiempo la idea de pilotar un avión no es más que eso. Una idea distante detrás de las clases de física y matemáticas y del acostumbramiento al trato que exige una formación militar y que, no por nada, produce, según el ex coronel, una deserción cercana al 40% en los primeros dos años.

-Muchas veces -recuerda María Daniela-, la Carito me llamaba diciendo que ya no aguantaba más. Que pensaba salirse. Que el trato de los instructores era muy duro. Que era como que les estuvieran haciendo bullying constantemente. Que, no sé, si ella era morena, entonces la molestaban por negra.

-¿Por qué no se salió entonces?

-No quería decepcionar a sus padres.

Un profesor en un curso que Carolina tomó en la Academia de Guerra en 2006, la recuerda sentada en la primera fila, haciendo muchas preguntas y siempre dentro del mejor tercio en notas. "A mí me ha pasado que a las alumnas siempre les va mejor que los alumnos. Supongo que es por un tema sociológico, porque vivimos en un país machista. Pero en mis clases, donde de 30 alumnos a lo más hay dos mujeres, siempre les va mejor a ellas. Yo creo que sienten que, por ser mujeres, tienen que estudiar el doble y rendir el triple. Creen que siempre están a prueba. Tú podías ver eso en Carolina Fernández".

Quizás por esa carga que llevaba, por esa necesidad de probarse y ser lo que se había prometido a sí misma, fue que Carolina aguantó y pudo subirse a su primer avión en el tercer año de la carrera, el mismo del que saldría como brigadier mayor, una de las primeras antigüedades.

-Ahí me mandó una foto -dice María Daniela-. Se veía tan feliz.

Después, Carolina fue enviada a completar su entrenamiento a Puerto Montt por dos años más. Nunca pudo amigarse del frío, pero aprendió a ser una piloto de guerra a cargo de aviones de transporte que, para entenderlo, se trata de los pilotos que optan por estar a cargo de vuelos donde los objetivos son humanitarios y no de batalla.

Un año más tarde, en 2008, el destino le permitiría regresar al lugar donde todo había partido. La FACh la destinó a Cerro Moreno, al grupo de aviación número 8 de la Quinta Brigada. Ahí, al igual que con el Twin Otter y las otras máquinas que había pilotado, comenzaría a certificarse en una nave distinta. Un Casa 212 que volaba con el apodo que se había inventado durante sus años en la Escuela de Aviación: Furtiva, un adjetivo que se les da a las cosas que se hacen a escondidas y que a Carolina le gustaba porque cumplía fines prácticos. De partida, cumplía el requisito de los apodos de piloto, de comenzar con la misma letra de su apellido. Pero también era una palabra que, a diferencia de Fénix -el apodo de su padre-, no sonaba demasiado masculina. Ni exageradamente femenina. Furtiva, en los oídos de Carolina, sonaba perfecto.

Durante ese tiempo, María Daniela Delgado recuerda que Carolina llevaba una foto del avión en la billetera. Que cuando se juntaban, siempre le repetía eso:

-Este es mi avión.

El Facebook de Carolina Fernández sugiere pistas de ellas. No sólo que el poema No te salves de Benedetti le decía cosas, sino que detrás de la teniente había una persona con ganas de conocer el mundo. Lo prueban sus álbumes de fotos. Hizo una gira por Estados Unidos en 2004, acompañando a los graduados de la Escuela Militar como premio por sacar la tercera mayor antigüedad en su segundo año de instrucción. En 2005 lo hizo como viaje de estudios de su generación de la Escuela de Aviación. En sus vacaciones en 2009 viajó a La Habana y Varadero. Había en ella, dice María Daniela, una suerte de espíritu aventurero que lograba compatibilizar con las estructuras más rígidas que había consensuado para su vida.

En mayo pasado, por ejemplo, se había juntado con María Daniela para planear un viaje. Porque esa era una suerte de regla en su vida: un año, un viaje.

María Daniela quería ir a Europa. Carolina le dijo que no:

-Europa es para ir con los maridos. Para ir a ver museos. Vámonos a carretear a una playa caribeña.

Su humor terminó convenciendo a María Daniela. Habían fijado que irían a las playas de San Andrés, en Colombia, después de un viaje que Carolina tenía a Juan Fernández. Un viaje que a diferencia de los otros dos que había hecho, en diciembre de 2010 y en febrero pasado -donde trasladó al ministro Andrés Allamand-, tenía el agregado de contar con la presencia de Felipe Camiroaga.

Según María Daniela Delgado, Camiroaga no era el perfil de hombre que le gustaba a Carolina, que prefería a los rubios de ojos azules y miembros de la Fuerza Aérea. Pero sí le daba cierto atractivo a un viaje que ya cumplía con uno de los motores que la habían hecho entrar a la aviación militar de transporte: la posibilidad de ayudar a otros. Ya en el colegio había mostrado esta veta: participaba en la Pastoral y visitaba hogares de ancianos.

Además, cuenta María Daniela, a Carolina la habían llamado dos veces de una línea aérea comercial para tentarla como piloto. Y a pesar de que le ofrecían un sueldo cercano a los dos millones de pesos, cuando ella ganaba unos $ 800.000 en la FACh, en ambas oportunidades dijo que no, porque creía en eso que llamaba "la institución". Y todo sin hacer aspavientos. Cuando en julio protagonizó un rescate en el que salvó a un funcionario de la PDI atrapado en las nevazones de Colchane, no sentía que debían tratarla de heroína ni le gustaba hablar al respecto.

Su padre recuerda: "Ella nos aviso que la noticia había salido en el diario. No nos contó nada más. Dijo que estaba todo ahí".

El lugar queda en el camino a Lonquén, entre Maipú y Calera de Tango. Para llegar hay que entrar a un condominio de grandes casas con patios. La casa de los Fernández Quintero tiene muros de ladrillos rojizos y techos altos. Allí Carolina alojaba cada vez que venía a Santiago. Ahí tiene su pieza. Pero ahora es el living de la casa el que carga el simbolismo del accidente en Juan Fernández: una foto de ella posa sobre una repisa, escoltada por dos velas pequeñas.

Su padre invita a conversar en el quincho. Jorge Fernández dice que Carolina los llamaba todos los días, aunque fuera un minuto, para contar lo que estaba haciendo. Recuerda que en una de sus últimas visitas preparó sushi y que les regaló pasajes a él y a su señora para que viajaran a Isla de Pascua a fines de septiembre.

-Carolina nos visitaba una o dos veces al mes. Dependía si tenía que viajar a Santiago por alguna comisión. Ella estuvo muy feliz sus últimos días. Fue a Fantasilandia cuando tuvo libre un par de semanas antes del viaje a la isla y estuvo esos tres o cuatro días con nosotros. Estaba siempre contenta, jugando. Siempre estaba cantando: "La mamá es la más linda del mundo". Era muy extrovertida, llenaba los espacios. Era bien cómplice con su mamá, y una niña chica cuando estaba en la casa.

En los últimos meses, Carolina le había planteado cosas importantes a su padre. "Ella postuló ahora a los halcones (la rama de acrobacias de la FACh), porque era el tiempo para hacerlo. Porque en tres, cuatro años más iba a querer casarse, tener hijos y no lo iba a poder hacer si estaba postulando a los halcones. Tenía todo esquematizado en ese sentido", recuerda.

El viernes que abordó el Casa 212 a Juan Fernández, su padre la llevó hasta el Grupo 10 de la FACh en su auto, conversando las mismas cosas triviales que conversaban cada vez que él la llevaba al aeropuerto.

Después de que la dejó, pasó lo que todos sabemos.

Las condiciones climáticas difíciles, el viento arrachado, la pista de aterrizaje jodida. El desastre que nadie entiende, la caída del Casa 212 contra el mar, la búsqueda de las 21 víctimas y la carrera por endosar responsabilidades a la FACh y a la piloto a cargo.

Entonces llegó el jueves y la identificación de sus restos en el SML que rompieron para siempre el vuelo que en su imaginación había trazado Jorge, donde su hija lograba salvarse y volvía a casa convertida, de nuevo, en la niña de sus padres. Esa idea que a Jorge lo mantenía atento a las noticias de su iPhone y que después de la conferencia de rigor del gobierno, y del pésame de Andrés Chadwick, tuvo que empezar a olvidar.

Apenas 24 horas antes de la noticia que cumplía todos sus miedos, Jorge se despedía de su casa diciendo esto:

-Hasta que no se encuentre algo, con mi esposa vamos a seguir pensando que Carolina está viva.

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