La próxima evolución humana: los cyborg
<P>Kevin Warwick, experto en cibernética, dice que los humanos sólo evolucionarán incorporando máquinas en su cuerpo. </P>
Es un poco más grande que una mano empuñada y se desplaza a su antojo por la habitación. Pero Gordon no es un robot cualquiera: es capaz de aprender y pensar gracias al cerebro con neuronas humanas que tiene inserto en su cabeza. Es un cyborg, una máquina biológica que tiene tantas neuronas como una abeja, pero cuyo cuerpo es tan artificial como un tenedor.
Con él, Kevin Warwick, uno de los principales expertos en cibernética del mundo, demostró por primera vez que un organismo artificial podía funcionar con un cerebro biológico activado por electrodos. La tesis de Warwick es que nuestro sistema nervioso no es más que un cableado eléctrico. Y con Gordon, su última creación, lo demostró. Para hacer su cerebro, compró a un laboratorio 10 mil neuronas de embriones humanos, que separó y dispuso, con una solución, en una placa de vidrio con un lecho de 60 electrodos conectados al cuerpo del robot. En tres semanas ya se habían formado conexiones nerviosas. Luego, bastó que enviara impulsos eléctricos a los electrodos para que, en cosa de segundos, ocurriera el milagro: las neuronas se activaron y comenzaron a funcionar como un solo órgano. A las semanas, el cerebro de Gordon interpretaba esas señales y podía, como un animal o un niño pequeño, aprender por hábito, lo que se hizo evidente cuando antes de chocar con una esquina, Gordon dobló. Un pequeño triunfo para Warwik que, con un millonario presupuesto de $1.600 millones, apuesta a que si un robot puede funcionar con un cerebro biológico, un humano podrá hacerlo con uno robótico. O al menos con partes de éste.
Parece ciencia ficción, pero está lejos de serlo. Hace más de 10 años, Warwick ya había remecido al mundo científico al lograr el proceso inverso a Gordon: robotizar a un humano. Ese humano fue él mismo. Con ayuda de un equipo médico se sometió a una cirugía, en la que le instalaron un chip con 100 mil electrodos conectados al sistema nervioso de su antebrazo. El chip captaba las señales eléctricas enviadas desde su cerebro y un control remoto conectado a su brazo las interpretaba y las reenviaba a través de internet. En una charla en la U. de Columbia, en Nueva York, lo explicó ante el público. Con su chip y su control en el brazo cerró y abrió su mano mientras invitaba a los espectadores a mirar la imagen tras él: en ella se proyectaba cómo el gesto era replicado por una mano totalmente robótica instalada en su laboratorio, al oeste de Londres. Si el experimento lo hubiera hecho alguien sin mano, dice, el brazo robótico se habría empuñado de todas formas, porque sólo le bastaba pensar que quería hacerlo para que esa señal viajara desde su cerebro hasta el chip, de allí a internet, al computador en su oficina y de éste al brazo robótico. Un complejo circuito de nervios y electrodos que funcionó como un instrumento para transmitir una señal biológica, pero eléctrica al fin y al cabo.
El experimento le valió que lo llamaran el primer cyborg. Con ese mismo sistema, abrió a distancia las puertas de su oficina y prendió su computador, logrando una comunicación perfecta entre su brazo cibernético y otras máquinas.
Desde entonces ha pasado años investigando cómo potenciar las habilidades y disminuir las limitaciones humanas con sistemas robóticos conectados directamente a nuestro sistema nervioso y de paso demostrar que no hay ni habrá límites entre las máquinas y los humanos. Su idea es clara: los microchips serán parte de nuestro cuerpo en el futuro y con ellos podremos desde mover objetos a distancia y comunicarnos telepáticamente hasta aumentar nuestra virtud para almacenar datos, ya que podremos "enchufarnos" directamente al computador para bajar información de la red. Warwick está seguro de que el hombre no puede evolucionar, sino a través de las máquinas. "Veo la diferencia entre cómo trabaja el cerebro humano y la inteligencia artificial de los computadores y creo que tarde o temprano las máquinas tendrán superioridad y lo que debemos hacer es superar a las máquinas, incorporándolas", dice a La Tercera desde el laboratorio de cibernética que dirige desde 1987 en la Universidad de Reading, luego de haber sido profesor en las universidades de Oxford y New Castel.
Aprender a ser robot
Por el momento ha logrado que su robot aprenda y decida. Ahora, Warwick quiere saber si Gordon será capaz de recordar.
Para eso, sigue enseñándole cosas, pues sus neuronas no están programadas genéticamente para controlar su cuerpo, como en los humanos. Es más, como en cualquier animal, el cerebro de Gordon necesita alimento y el equipo lo nutre cada dos días con un líquido rosado que vierten sobre la placa de cristal donde están las neuronas. Asimismo, dos días después, el cerebro "excreta" -como dice Warwick- y hay que limpiarlo antes de volverlo a alimentar. Sólo así está listo para aprender. Para hacerlo, los científicos estimulan el cerebro del robot enviando señales eléctricas a los electrodos dispuestos en su cabeza y luego observan su actividad neuronal para identificar dónde está respondiendo. Así, por ejemplo, cuando quieren enseñarle al robot a no chocar siempre estimulan el mismo electrodo y luego hacen que doble. Al principio, sin el estímulo va a chocar, pero tras repetirlo varias veces, en un momento "el robot se moverá automáticamente y -sin estímulo mediante- lo que escogerá será doblar", aclara. Lo hace por hábito, es decir, "porque lo hace, porque lo hace y porque lo hace. Así funciona el cerebro en muchos aspectos", dice.
No es lo único: los 35 distintos cerebros que le sacan y ponen a Gordon para experimentar, piensan y aprenden, pero además tienen distintas personalidades. "Hemos descubierto que este tipo de robot, por ser neurológicos, tienen distintas personalidades, aun cuando el cuerpo es el mismo, y eso es sólo por cómo las neuronas se conectaron". Por ejemplo, "un robot es muy dubitativo, otro cambia mucho de dirección y otros son más violentos y se mueven rápidamente sin importar si chocarán o no con la pared".
¿Son memoria estas conexiones neuronales? "Es la razón por la que hacemos la investigación", dice Warwick. "Queremos poner al robot en otras posiciones y ver cómo aparecen los recuerdos, si es que serán más y cómo se arman. Con eso podríamos, por ejemplo, tratar enfermedades como el Alzheimer".
Este científico, que en los años 60 pasaba el tiempo leyendo libros de ciencia ficción, tiene metas aún más ambiciosas: comunicación telepática gracias a la cibernética. Cuando ya había probado el injerto de un chip en su sistema nervioso, sumó otro desafío: comunicarse vía señales eléctricas con su señora, Irena.
"Pusimos dos electrodos en su sistema nervioso y literalmente los incrustamos dentro de su brazo". Bastó eso para que se generara una conexión eléctrica entre el implante y su cuerpo. "Luego, en el laboratorio, conectamos nuestros implantes eléctricamente a través de internet", dice, sabiendo que suena agridulce: tierno, pero como Frankenstein. "Cuando mi señora cerraba su mano, mi cerebro recibía un pulso eléctrico. Cada vez que ella empuñaba, yo sentía un tic, como cuando miras algo y tu cerebro lo reconoce. Yo aprendí a reconocerlo. Era mi señora comunicándose conmigo de una manera telegráfica", dice.
Nunca nadie antes se había comunicado de sistema nervioso a sistema nervioso, vía internet, aunque para el profesor, citado por el Instituto de Física como uno de los siete físicos que han tenido mayor impacto ético (junto con Galileo Galilei, Albert Einstein, Marie Curie y Alfred Nobel), esto es sólo el inicio. "Cuando sepamos comunicar un cerebro a otro, más allá de impulsos nerviosos, podremos mejorar la comunicación como hoy la conocemos: en términos de discursos, muy pobre, serial y mecánico. Si podemos conectar nuestros cerebros, seremos capaces de comunicarnos con imágenes, ideas y emociones", declara. Y en eso trabaja.
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