La Quebrada del Ají existe y es un caserío perdido entre los cerros de Quillota

<P>No hay agua potable ni transporte en este lugar de la V Región. Está lejos de todo, como el dicho.</P>




"En la quebrá del ají vive la gente feliz", dice la canción de Los Jaivas, y José Vergara, un folclorista que reside en el recóndito caserío ubicado a unos 10 kilómetros de Quillota, en la V Región, dice que es cierto. "Es verdad que somos felices, porque vivimos tranquilos. No hay delincuencia, no hay tráfico, no hay peleas entre vecinos, vivimos en paz en la Quebrada del Ají".

La pequeña localidad se ubica en medio de las quebradas que se forman en las colinas del sector rural de Boco. Son apenas 45 familias que se conocen de toda la vida, dedicadas a la agricultura. Para llegar hay que cruzar el puente El Ají. Desde allí todo el valle que se abre a los ojos corresponde a la Quebrada del Ají.

¿Por qué el nombre? Carlos Poblete, coordinador de cultura de la Municipalidad de Quillota, dice que no existe una historia oficial, pero que hay dos versiones que se han transmitido de boca en boca a lo largo de los años.

Una de ellas tiene su origen en el siglo XVI. "Esa zona forma parte del antiguo Camino del Inca y por allí pasaba todo el transporte indígena que desde Cusco llegaba al país. Se dice que por esos años las quebradas estaban sembradas de ají del tipo cacho de cabra o de pimiento", explica Poblete.

La otra hipótesis sostiene que al dibujar el contorno del valle la forma asemeja un ají, y que, sumado al colorido que le daban los sembrados, la habrían hecho merecedora del nombre. "Y como estamos lejos para cualquiera que venga, somos como una referencia. Porque estamos bien lejos de la ciudad. Entonces, la gente seguramente repetía, desde aquí hasta la quebrada del ají, y también porque rima", agrega Vergara, uno de los vecinos más conocidos del caserío. De los ajíes, eso sí, poco queda. Apenas unas cuántas matas en las viviendas de los vecinos, que son para el consumo de las familias. Ahora, los valles están sembrados de limones y paltos, que, aprovechando la altura de las quebradas, se protegen de las heladas.

La vida en el lugar es extremadamente tranquila. Efectivamente, no hay tránsito, pues el recorrido más cercano del microbús que recorre el área rural tiene su parada a unos 30 minutos de camino. Por eso, cuando llueve o vienen cargados, los vecinos optan por tomar un colectivo que los acerca a sus parcelas. Las puertas de las casas se cierran sólo para evitar que se metan los animales de los vecinos. Porque robos no hay.

Y agua potable tampoco, pero una vez por semana un camión municipal los abastece, y para el riego usan sus pozos, que duran para todo un año, cuando los inviernos son lluviosos. Eso sí, el municipio asegura que en 2011 podrán tener el suministro en forma permanente.

La electricidad les llegó hace unos 10 años. Antes usaban baterías y motores para lo indispensable. En ese tiempo, en las noches, lo que más iluminaba eran los hornos de Juan Basáez, quien hace más de 60 años fabrica carbón en su patio. Recuerda que alcanzó a ver algunas plantaciones de ajíes en su niñez y que eran "los más buenos" para las ensaladas.

Una cuadra más allá vive David Gaete, el vecino más longevo de la quebrada, que en julio pasado cumplió 100 años. Trabaja en agricultura y jardines, acompañado de una radio a pilas en la que escucha cuecas. "Es bonita la vida acá. Por eso se vive mucho. La gente es cariñosa y amable", asegura.

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