La rebelión de los barberos de la Peluquería Francesa

<P>En la barbería del barrio Yungay se vivió una revolución. Tras desacuerdos económicos, dos de sus históricos peluqueros se fueron y abrieron, a un par de cuadras, un nuevo salón. Se llevaron sus antiguas técnicas de corte y rasurado y también parte de la clientela. </P>




EL joven está sentado en un pesado sillón de metal, de esos que había en las peluquerías antiguas, pero que hoy apenas se ven. Fue a recortarse la barba y el peluquero aplica la técnica de siempre, la misma que practica desde hace 45 años: envuelve el rostro con un paño caliente, luego desliza la navaja y finalmente realiza un masaje facial.

"Gracias, don Rodolfo, nos vemos pronto", dice el joven una vez que termina el rasurado y se despide con un apretón de manos. Es un vecino del barrio Yungay que desde hace años se acicala con el mismo estilista, Rodolfo Urbina. Para hacerlo acostumbraba caminar hasta Compañía con Libertad, donde está la Peluquería Francesa. Pero esta vez fue un par de cuadras más allá, hacia al poniente, casi al llegar a Herrera.

Ahí, en el número 3088 de Compañía, está la flamante peluquería Los Barberos del Barrio Yungay, que abrió a comienzos de diciembre. Sus dueños son el mismo Urbina, Fidel Pérez y Pablo Ojeda, todos con más de cuatro décadas de experiencia. Ahora son competencia de la Peluquería Francesa, el antiguo salón que desde que se creó un restaurante y un almacén a su lado -el Boulevard Lavaud, hace 10 años- se puso de moda.

Ahí es donde los tres trabajaron hasta hace un mes. "Ahora estamos más tranquilos", asegura Urbina, mientras inhala un poco de la brisa fresca que entra por la entrada de su nueva barbería. Dice que el ambiente ya no era el mismo de antes en su trabajo anterior, que estaba todo muy "convulsionado". Es la única palabra que encuentra para describir lo que ahí pasaba.

La Peluquería Francesa fue creada en 1868 por Victorino Tauzan y dos barberos franceses. Entonces estaba en Santo Domingo, frente a la Plaza Yungay, y en 1925 fue trasladada a su ubicación actual. Era el salón predilecto de los vecinos de este barrio, donde vivía parte de la elite santiaguina de la época. Años después, quedó a cargo el hijastro de Tauzan, Emilio Lavaud, quien al morir en 1988 dejó todo en manos de Manuel Cerda, su peluquero más antiguo.

En diciembre de este año la compró Cristián Lavaud -quien ya había comenzado a rescatar el legado de su abuelo creando el Boulevard Lavaud- y con él las cosas cambiaron. Antes de hacerse cargo, negoció las nuevas condiciones con los barberos, pero sólo dos las aceptaron y se quedaron. Los otros dos se fueron. "Cristián nos ofreció quedarnos, pero no nos convenía. Quería que trabajáramos los feriados y los domingos, pero la plata era la misma", cuenta.

En la otra esquina, Lavaud se defiende: "Me dio pena que se fueran, porque quería contar con ellos y no hubo acuerdo. Lamentablemente, dicen todo eso para causar revuelo. De todos modos, tenemos dos nuevos barberos que tienen hartos años de oficio".

Los "rebeldes" cuentan que los desacuerdos económicos no eran el único problema. Las relaciones con el dueño anterior también estaban tensas. "Estaba el despelote. Había peleas... Había un compañero que hasta llegaba con olor a trago", cuenta Urbina.

Fue así como se originó la rebelión de estos barberos. Urbina y Ojeda decidieron irse del lugar donde trabajaron por más de 15 años, pero no sin antes guardar su cartita bajo la manga.

En noviembre ya lo tenían decidido y ese mismo mes salieron a buscar un lugar para instalar una nueva peluquería. Dieron con un local que pertenece a un chino y que es dueño de varios inmuebles en el sector. No es que haya sido ex profeso, como cuentan, pero estaba sólo a dos cuadras y media de la Peluquería Francesa, en Compañía con Herrera.

Lo arrendaron y lo abrieron a comienzos de mes, bajo el nombre de Los Barberos del Barrio Yungay. Invitaron a Fidel Pérez para que fuera su socio. Tenía más de 50 años de experiencia.

El sábado antepasado abundó la comida en Compañía 3088. También la champaña servida en delgadas copas para los vecinos del sector. "Nos felicitaron, porque en el nombre incluimos al barrio", cuenta Pérez.

El nuevo salón no exuda glamour, pero sí tiene varios detalles que son un anzuelo para los clientes. ¿El más importante? La técnica de poner un paño caliente sobre las barbas (para resblandecerlas) antes de aplicar la navaja. "Así me enseñó a hacerlo mi padre a los 14 años, cuando me llevó a trabajar en su peluquería", dice Urbina.

Hay otros detalles que enamoran a sus clientes. A la entrada y más al fondo hay dos paragüeros antiguos y, para atender a los clientes, los sillones tradicionales de barbería. Los de esta nueva peluquería fueron hechos en Cincinnati, EE.UU., hace más de 100 años. Rodolfo los había recibido en parte de pago en los 70, cuando cerró la peluquería Demetrio Diez, que estaba en Agustinas. El peinador, las vitrinas y las mamparas las puso Fidel. "Eran del salón que tenía en la villa Robert Kennedy, en Estación Central", cuenta.

Pese a que abrieron hace apenas tres semanas, aseguran que les ha ido bien. Uribe cuenta que se trajo gran parte de la clientela a la que le cortaba el pelo en la Peluquería Francesa. "Vienen vecinos del barrio, pero también gente de La Dehesa y Providencia. El otro día llegó desde Macul alguien a quien atiendo desde chico y que ahora es empresario", agrega.

Lo único extraño es que Pablo Ojeda, uno de los socios, dejó de ir hace una semana. Estuvo en la inauguración, pero después desapareció: "No dejó ni la dirección. No sabemos qué le pasó".

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