La Rioja, por la senda del oro y el hierro
<P>Este es un viaje que repasa historias y postales del viejo cable carril a la mina La Mejicana, y transita por los mejores paisajes de Chilecito, Famatina y el centro de esta provincia argentina de entrañas de oro, perfiles de cerros oxidados y plantaciones de nuez, olivos y viñedos.</P>
La foto es en blanco y negro. En el fondo se ve un cerro pelado, áspero, rocoso. No hay vegetación porque hasta ahí no llega. En el centro de la imagen, treinta y tres hombres caminan en fila india. A simple vista parece una procesión, pero no hay vírgenes ni Cristo. Al mirar con detenimiento veo que entre todos cargan un cable de acero grueso. Uno de los que se usaron en la construcción del cable carril de Chilecito a la mina de oro La Mejicana, hasta hoy la mayor obra de ingeniería de La Rioja.
Cuando se inauguró, en 1905, era uno de los cable carriles más largos y altos del mundo. Tenía 35 kilómetros y sorteaba un desnivel de 3.500 metros: de los mil y tantos de Chilecito hasta los 4.600 de La Mejicana, la última de nueve estaciones. Se construyó en 18 meses con un préstamo del Banco Nación. La obra estuvo a cargo de la empresa alemana Bleichert & Co. y la explotación de la mina, de una firma inglesa: Famatina Development. Se usaron diez mil remaches (no existía la soldadura), y más de seiscientas mulas porque todo el material, desde el hierro hasta el agua, se subía a lomo de mula. También se usó a mucha gente, unos 1.600 hombres.
La foto en blanco y negro de la procesión del cable de hierro está en un libro que reúne imágenes tomadas por Max Cooper, un inglés que llegó en 1903 para participar como "auxiliar de ingenieros en campaña". Su trabajo es un documento completo y sensible de esa obra desmesurada. Se ven fotos de las torres, de los túneles y de las calderas, pero sobre todo hay fotos de los trabajadores con pantalones, chaqueta y zapatos rotos, helados de frío, arrastrando carretillas de escombros por los socavones. Un hombre sin arnés subido a una torre, grupos de hombres cargando partes de una caldera en algo parecido a una camilla por el filo de la montaña. Muchos hombres y animales murieron durante la construcción. Niños descalzos con atados de leña para alimentar las calderas. También hay fotos de perros, portezuelos, cardones, un retrato de Simona, "la moza del hotel", y otro de las damas de la alta sociedad, con sombreros altos y polleras largas, el día de la inauguración.
Joaquín V. González fue el gran impulsor del cable carril. Por aquellos años era ministro del Interior y tiempo más tarde llegaría a ser senador y pasaría largas temporadas en Samay Huasi, su hermosa casa de Chilecito que el año pasado cumplió 100 años, y se puede visitar. Tiene un parque de diecisiete hectáreas para pasear entre castaños, viejos algarrobos, nogales y frutales.
Durante por lo menos diez años -en 1914 se retira Famatina Development por el comienzo de la Primera Guerra Mundial- se extrajo oro y más oro y todavía más oro (también plata y cobre). Llegaba en vagonetas por el cable carril de La Mejicana a Chilecito y de ahí directo en tren a Rosario y después en barco a Inglaterra. Oro ya fundido, lingotes de oro.
Chilecito vivió un período de auge. Abrió la primera sucursal del Banco Nación y las estaciones del cable estaban conectadas por una de las primeras líneas telefónicas del país. Hay varias teorías sobre el origen del nombre Chilecito, una de ellas se basa en la cantidad de chilenos que habrían trabajado en la construcción del cable.
Los ingleses terminaron de irse antes de 1930, después el cable carril pasó por varias manos y las estaciones se mantuvieron hasta los años noventa. Cuando se privatizó el ferrocarril se profundizó el abandono hasta alcanzar niveles artísticos. En este viaje subo a la mina La Mejicana. Algunas vistas de los hierros oxidados en la Puna podrían ser parte una instalación o el escenario de una película del mexicano Arturo Ripstein.
El turismo es una termita ansiosa de rutas, actividades, visitas. Por momentos parece que todo le sirve. Incluso el abandono. Más aún el abandono porque además de fierros y herrumbre guarda historias. Tramas y rumores en un paisaje de fallas geológicas.
Desde hace algunos años, el circuito a la vieja mina La Mejicana es el eje turístico de Chilecito. Ayer y hoy, siempre, el cable carril. Basta dar una vuelta por la ciudad para cruzarse con alguna de las torres en la Av. La Mejicana. Si el día está despejado se ve la cumbre del Famatina siempre nevada y la línea perfecta de torres -hay 263- y cables que trepan el cerro.
Con unos 53.000 habitantes, Chilecito es la segunda ciudad de la provincia. Sede de la Universidad Nacional de Chilecito y un lugar en crecimiento: nuevos hoteles y cabañas, restaurantes, bares alrededor de la plaza, la heladería Bellia, dos marcas de cerveza artesanal -Moro y Perla-. Según dicen, es la ciudad con más cajeros automáticos de toda la provincia.
Pronto estará terminado el asfalto y ensanche de la Cuesta de Miranda, el antiguo tramo de la Ruta 40 -lleno de curvas y vistas maravillosas- que une Chilecito y Villa Unión.
Se ha puesto en valor el circuito de la Vuelta al Pique en las faldas del Famatina, con cañones de colores minerales, cardones, huellas del Dakar -muchos hombres chileciteños sueñan con participar- y plantaciones nogales en los alrededores de Guanchín. Por la zona hay grandes extensiones de viñedos y olivos. En Chilecito está la sede de Santa Florentina, la bodega más grande de la provincia y cerca, en Vichigasta, Valle de La Puerta con varias marcas, incluso una exclusiva para los chinos que, a propósito, se dice que quieren comprar la bodega.
Durante los días que estoy en Chilecito escucho historias y recuerdos del cable carril. José Luis Carrizo, guía y conocedor de su tierra, me cuenta que lo mejor de dejar de ser niño era salir a la montaña, a explorar las viejas estaciones y caminar entre estufas y calderas pesadas, tanto que nadie se las pudo robar. A veces acampaban y le temían al puma que al final nunca llegaba.
En el Museo de la Estación 1 se puede entender la magnitud de la obra y ver las vagonetas, el complejo sistema, una llave francesa de un metro de largo, teléfonos a manivela (una vuelta para la estación 1, dos vueltas para la 2) y las primeras torres, donde se iniciaba el recorrido.
En ese museo veo también los libros contables, tan grandes que sobresalen del escritorio. Están escritos con pluma y con una caligrafía que parece imposible después de la computadora. En cada página se lee: Resumen de transporte diario durante el mes de abril de 1908, y después: La Mejicana, así con j.
La gran excursión de hoy en Chilecito es la que llega en 4x4 hasta los socavones de La Mejicana, en el Famatina. Pura arqueología industrial. Dura todo el día y recorre un camino pegado al lecho del río Amarillo, que es de color naranja y podría formar parte de la fábrica de Willy Wonka sin que a nadie le resultara sospechoso. En el camino se ven las fallas geológicas, los cerros de cal, de óxido, de azufre.
El Famatina, el cerro del agua, el cerro del oro, el cerro de la discordia. En la barrera de Peña Negra siempre hay alguien de guardia desde que en 2011 le cerraron el paso a los intentos de megaminería. En los carteles se lee: "El Famatina no se toca". Todo el pueblo de Famatina, a 40 km de Chilecito, se unió en contra de la minería, desde el intendente hasta el cura. "El problema es que desde el gobierno provincial se instala la contaminación social, la división, y como la mayoría de la gente vive de los puestos políticos, hay que tener cuidado", dice Marcela Crawe, vecina activista a favor del agua. En su supermercado se ve una foto gigante del papa Francisco que sostiene una camiseta con una gota de agua que dice: "El agua vale más que oro".
La cordillera del Famatina tiene algo más de 300 kilómetros de largo. Está compuesta por varias montañas y el pico más alto, el General Belgrano, está a 6.250 metros. En el viaje a La Mejicana puede haber cóndores, guanacos, vizcachas de montaña (de la familia de las chinchillas). Hay pumas, pero es difícil cruzárselos.
El que sí sabe de pumas es don Ramón Quintero, de 87, un sobreviviente del cable. Conversamos en su casa, bajo una parra petisa y vieja de uva cereza.
Don Quintero era recorredor. Durante más de cuarenta años, cuando el cable ya no funcionaba, recorrió las estaciones en mula. Era el encargado de aceitar motores, clavar las chapas de los techos que amenazaban con volarse. Viajaban de a dos y tardaban varios días en volver. Tenían que herrar las mulas cada mes, ellos mismos lo hacían en la Estación 1.
¿Recuerda alguna anécdota de aquellos años?
"Y sí. Una vez estábamos en el refugio de la Estación 5, ya dormíamos, serían las tres de la mañana cuando sentimos el tropel de las mulas. Nos levantamos de un salto, creímos que se asustaron por puma. Miramos para el corral y vimos que no estaban, entonces salimos a correrlas barranca abajo, las seguimos durante un rato hasta que se perdieron por el cerro. Volvimos al refugio pasamos por el corral y estaban todas las mulas ahí, nunca se habían escapado. Había sido el alma mula, un animal-fantasma".
Se escuchan historias sobrenaturales, del alma mula, de las brujas de Famatina. Historias viejas que cruzaron los años de boca en boca y asustan hasta hoy.
A Don Quintero lo jubilaron de prepo, él no quería. Le tuvieron que mandar el telegrama dos veces porque no lo contestaba. Cuando riega los zapallos y los duraznos o corta ramas de paico para hacerse un té cuenta de su época de recorredor. Sabe cuáles son los mejores lugares para cruzar los ríos y dice que sabe dónde hay oro.
Ya no sube a la mina y sueña con aquel tiempo: "Quisiera volver, pero en mula, de ser posible", afirma.
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