La sicología del hogar: Por qué es tan importante el lugar en que vivimos

<P>Existe un motivo por el cual lo primero que le preguntamos a alguien, luego de conocer su nombre, es: ¿Dónde vives? </P>




Mi casa es un altar de los hogares que he tenido. Al lado de la puerta de mi habitación hay un tríptico de las puestas de sol y de los eternos crepúsculos sobre el pequeño pueblo de Michigan que me vio crecer, de la playa cerca de mi hogar universitario y de la Place de la Concorde, en París, donde pasé un semestre un tanto cliché, pero igualmente feliz. Y esto es sólo el comienzo. Sobre mi tocador, una foto de taxis que recorren Manhattan. Con mi compañero de habitación tenemos una pared completa de nuestra cocina cubierta de mapas de los lugares en los que hemos estado.

Cada uno de esos lugares fue mi hogar durante algún tiempo, sin importar si fue por meses o años. Al exhibirlos, el tema de mi decorado parece dolorosamente obvio, pero, por qué fue más importante para mí desplegar los lugares en que he vivido en vez de fotos de mis amigos, o música y libros favoritos, es algo que no puedo decir.

Susan Clayton, sicóloga ambiental de la U. de Wooster, dice que para mucha gente el hogar es parte de su autodefinición, y por eso hacemos cosas como decorar nuestras casas o preocuparnos del césped. Sin embargo, no es muy extraño en nuestra móvil sociedad moderna acumular diferentes hogares en el curso de una vida. Entonces, ¿cómo afecta este hecho la manera en que nos concebimos?

Podemos usar nuestros hogares para ayudar a distinguir nuestros "sí mismos", pero en Occidente el punto de vista dominante es que, a pesar de su localización, el individuo se mantiene sin cambiar. No fue hasta que descubrí la siguiente noción, mencionada en un libro de William Sax, sobre una peregrinación hindú, que comencé a cuestionar esa idea: "Las personas y los lugares en los que residen están involucrados en un conjunto de intercambios continuos; tienen efectos determinados y mutuos sobre cada uno, porque son parte de un sistema único e interactivo".

Este es el concepto de hogar de muchos asiáticos del sur y me fascinó tanto, que me inspiró a escribir este artículo. Lo que aprendí al hablar con Sax es que mientras en Occidente podemos sentir un apego nostálgico respecto de los lugares en que vivimos, tendemos a verlos separados de nuestro yo interior. Muchos occidentales creen que "tu sicología, tu conciencia y tu subjetividad no dependen realmente del lugar en el que vives", dice Sax. "Creen que vienen del interior; del interior de tu cerebro, del interior de tu alma o del interior de tu personalidad". Pero para muchas comunidades de Asia del Sur, un hogar no es sólo dónde estás, también es quién eres.

En el mundo occidental moderno, las percepciones sobre el hogar están constantemente teñidas por factores de economía y elección. En nuestra sociedad, existe la expectativa de que uno crecerá, comprará una casa, obtendrá una hipoteca y sorteará todos los obstáculos financieros que implica ser propietario, dice Patrick Devine-Wright, profesor de Geografía Humana en la U. de Exéter. Parte de por qué mi hogar se siente como mío es porque yo lo estoy pagando, no mis padres. "Este tipo de sistema económico parte del supuesto de decirle a la gente que tiene que vivir en un hogar diferente, o en uno mejor que el que tiene", dice Devine-Wright. Las opciones sin fin pueden llevar a preguntarnos constantemente si no hay un lugar con mejores escuelas, mejor vecindario y así sucesivamente. Es probable que abandonemos un sitio bastante bueno, con la esperanza de que el próximo sea aún más deseable.

De alguna forma, esta movilidad se ha vuelto parte del curso de la vida. El guión es conocido: te vas de la casa de tus padres, quizás vayas a una universidad, consigues un lugar donde vivir, luego adquieres una casa más grande cuando tienes hijos, después una más pequeña cuando los hijos se marchan. No es necesariamente malo. Incluso si nos quedamos en un mismo lugar, es improbable que tengamos el mismo tipo de apego profundo hacia nuestro entorno que tienen algunas comunidades asiáticas. Simplemente, no calza con nuestra cultura.

Pero a pesar de todo -a pesar de la movilidad, del individualismo y de la economía-, en algún nivel reconocemos la importancia del lugar. La primera pregunta que le hacemos alguien al conocerlo, después de su nombre, es de dónde viene, o hacemos otra mucho más interesante: "¿Dónde está tu hogar?". Preguntamos no sólo para colocar un alfiler en nuestro mapa mental de amistades, sino porque sabemos que la respuesta nos dice algo importante de ellos. Mi respuesta a la pregunta de dónde vienes, por lo general es Michigan, pero a la de dónde está tu hogar es un poco más difícil.

Si el hogar es donde está el corazón, entonces por su definición más literal, mi hogar es cualquier lugar en donde esté. Siempre he sido liberal en mi uso de la palabra. Si voy a visitar a mis padres, voy a mi hogar, y si vuelvo a Chicago, también voy a mi hogar. El departamento de mis anfitriones en París era mi hogar mientras viví allí, al igual que mi residencia universitaria. Y la verdad es que la ubicación de tu corazón, así como el resto tu cuerpo, sí afecta a quién eres. Las diferencias pueden parecer triviales, pero pueden conducir a cambios en el estilo de vida que son significativos.

Los recuerdos también son marcados por el entorno físico. Cuando visitas el lugar en el que solías vivir, estas marcas pueden causar que vuelvas a ser la persona que eras cuando vivías allí. El resto del tiempo, distintos lugares se mantienen separados en nuestras mentes. Mientras más conexiones realice nuestro cerebro con algo, es más probable que nuestros pensamientos diarios nos lleven allí. Pero las conexiones hechas en un lugar pueden ser aisladas de las hechas en otro lugar, de modo que es posible que no pensemos a menudo acerca de cosas que ocurrieron durante los meses que vivimos en otro lugar.

Es imposible vivir en todos los lugares que alguna vez llamé hogar, pero puedo enmarcarlos en mi pared. Mis decorados pueden servir como recordatorio de la persona más aventurera que fui en Nueva York y de la persona más ambiciosa que fui en Michigan. No puedo estar conectada con mi hogar de la forma intensa de los asiáticos del libro de Sax, pero tampoco presumo que mi personalidad esté libre de su contexto. Nunca nadie está totalmente libre de su entorno social o físico. Y sin importar si estamos conscientes o no de ello, un hogar es un hogar porque borra la línea entre el sí mismo y lo que lo rodea, y desafía la línea que tratamos de dibujar entre quiénes somos y dónde estamos.

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