La silenciosa llegada de los peruanos al barrio Italia
<P><span style="text-transform:uppercase">[inmigracion]</span> Desde hace más de 15 años que conviven con los ebanistas locales del sector. Los miembros de la comunidad peruana, poco a poco, han ido posicionándose en el barrio.</P>
Todo comenzó con un cura italiano, un aviso en el diario y un sapo. La historia de los peruanos en el barrio Italia -hoy convertidos en anticuarios, restauradores y locatarios del sector- partió de la mano de Máximo Cruz, el primer inmigrante que llegó, en 1994, a esta zona donde colindan Providencia y Ñuñoa.
Antes de pisar Santiago, Máximo aprendió a esculpir la madera bajo el alero de un cura salesiano, Ugo De Censi. El fue su mentor en la escuela de artesanos Don Bosco, ubicada en la cordillera peruana de la región de Ancash. "El me enseñó los secretos de la madera", dice Máximo.
Después del cura, vino el anuncio. Cruz había llegado a Santiago para ejercer su profesión y respondió a un aviso en el que se buscaba un restaurador en calle Salvador. "Pagaban muy poco y no tomé la oferta", cuenta.
Pero al salir de la entrevista, el peruano se topó con un sapo, "un sapo de micro", de la época de los buses amarillos. Después de invitarle un café, el personaje le recomendó caminar un par de cuadras hasta llegar al barrio de los anticuarios. Ese día, Máximo encontró su primer trabajo en un taller en calle Condell y, a partir de entonces, empezaron a llegar sus compatriotas al barrio Italia.
El, personalmente, se encargó de hacer popular el sector entre sus camaradas y hoy son más de una veintena los que trabajan en el rubro de los muebles. Hay tapiceros y reparadores de lámparas, compradores y vendedores de antigüedades. Todo eso, además de almacenes que ofrecen Inca Kola y restaurantes especializados en ceviches. En medio de sillas, mesas, lijas y barnices, conviven junto a los ebanistas santiaguinos que se instalaron en el lugar en los 70.
Durante casi cuatro años, Máximo se desempeñó co-mo restaurador en el taller de Patricio Delorme, un anticuario que con el tiempo se convirtió en su amigo. "Pero yo quería independizarme", dice. Fue así como, en 1998, arrendó un local en calle Caupolicán, entre Av. Italia y Girardi, donde hasta hoy trabaja y por el cual han pasado varios ayudantes coterráneos.
"Partí junto a mi hermano Eulogio, quien no es restaurador de profesión, pero que con el tiempo aprendió el oficio", explica Máximo.
Al negocio le fue tan bien, que luego de un año arrendaron un taller en la vereda de enfrente. "Me convertí en el segundo locatario peruano del barrio Italia", cuenta Eulogio, quien ahora trabaja con dos compatriotas como asistentes.
Máximo se quedó sin maestros que lo ayudaran, pero el "boca a boca" a larga distancia hizo lo suyo: "Un amigo peruano mandó a su hermano, Jesús González, y él se convirtió en el barnizador de mi taller".
Nuevamente sonó el teléfono. Esta vez era Américo Aguirre, otro estudiante de la escuela Don Bosco. "Le conté de qué se trataba el barrio y le aconsejé que se viniera", dice Max. El fue el tercero que agarró maletas y apostó por arrendar un local.
Durante la década del 2000, la oleada de peruanos empezó a cobrar más fuerza. Raúl Otarola tiene su taller y tienda de antigüedades en la esquina de Caupolicán y Av. Italia. "Llegué en 2001. Primero a un taller pequeño; luego, me asocié con un chileno, que al poco tiempo se fue y quedé solo en este lugar", explica Raúl.
Muy cerca, en calle Girardi, el limeño Kotsu Yzena instaló su taller. "Abrí hace ocho años y, desde entonces, me dedico a reparar lámparas", dice mientras coloca los cristales de un modelo antiguo repleto de lágrimas. En el local de al lado trabaja su cuñado, quien trasladó la tienda de tapicería que tenía en Lima a este tradicional barrio.
Pero los peruanos han sabido diversificarse. Hace cuatro años, Máximo abrió una panadería en calle Santa Isabel con Av. Italia. "Allí trabaja mi mujer y mi cuñado. En total, son seis los peruanos que están actualmente empleados". La oferta de productos mezcla los chilenos y los peruanos: venden Inca Kola, ají rocoto y cariocas -unos panecillos parecidos a la baguette, pero más pequeños-, además de marraquetas.
El último peruano que llegó al barrio, hace cerca de un año, Bernardo Alba, apostó por la misma fórmula que Máximo. En la esquina de Caupolicán con Tegualda tiene su pequeño almacén y a un costado, la tienda de antigüedades.
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