La Tatacoa, el oculto desierto colombiano
<P>¿Colombia tiene desierto? Es la pregunta más repetida al hablar de La Tatacoa, sitio que sale lentamente del anonimato en una nación cada vez más segura de visitar y que atrae a un gran número de chilenos. Está ubicado en las cercanías de la calurosa ciudad de Neiva, con una notable historia precolombina entre la que se cuenta haber sido parte del camino del Inca y en donde la población indígena sigue siendo fuerte y predominante. </P>
NEIVA, con su aire de ciudad-pueblo, es el punto de partida para conocer el desierto de La Tatacoa, en una región que cuenta con seis parques nacionales donde predominan secciones de la Cordillera Oriental y Occidental, principales cadenas montañosas de Colombia. El departamento tiene uno de los mejores cafés del país, empresas mineras y petroleras revitalizando la economía local y el Río Magdalena, el más largo e importante de la nación, cruza la ciudad y un creciente número de parques ecológicos que hay alrededor.
Son 291 kms los que separan a Neiva de Bogotá. Lo más habitual es hacer el viaje en bus. Un recorrido de seis horas que, gracias a los paisajes que paulatinamente van apareciendo, se hace bastante entretenido y puede considerarse como parte de la experiencia de la visita a La Tatacoa.
Neiva, capital del departamento del Huila y de sólo 400 mil habitantes, cuenta además con operadores turísticos de calidad, hotelería para varios presupuestos y una autenticidad local que encuentra su mejor representación en el Parque Santander y la Plaza de Armas, que es de esas antiguas, llenas de personajes populares y jugos naturales por poca plata. Desde acá parte el viaje a La Tatacoa, el desierto desconocido.
Ruta caliente
El camino es sólo de 50 km, pero se transforman en un par de horas fácilmente por las condiciones de la ruta y el calor predominante, capaz de adormecer en una siesta sudorosa al más campante. La parada previa que antecede a La Tatacoa es el pueblo de Villavieja, con sus enormes árboles que dan ansiada sombra en la plaza principal y un pequeño museo paleontológico que explica la importancia regional de esta zona desértica, tanto por sus yacimientos arqueológicos de dinosaurios como de antiguas culturas. De hecho, acá se encuentran los fósiles del Megatherium o la "Gran Bestia", uno de los dinosaurios más grandes del mundo.
Seis kilómetros apartan la calurosa Villavieja del mucho más tórrido desierto de La Tatacoa. Aunque suena a nombre indígena, Tatacoa es un antiguo vocablo usado por los españoles para nombrar a las peligrosas serpientes de cascabel (que no existen acá, ojo). Así de poco benevolente es la asombrosa sequedad ambiental, a pesar de que cada año llueve más de mil milímetros, dos veces y medio más que en Santiago. Sin embargo las temperaturas en días despejados alcanzan más de 40° Celsius y cuesta imaginar que este desierto hace 65 millones de años atrás, en el período Terciario, fuera un vergel, con grandes árboles y dinosaurios que pastaban a placer.
Hoy, aquí en el desierto, viven 46 familias. Ellas se dedican principalmente al pastoreo de cabras y chivos. Junto a cada casa hay una mana, que son brotes de agua natural subterránea y que la gente cuida como hueso santo. El agua la sacan con mangueras, aunque también hay muchos que aún lo hacen a la antigua y la cargan en burros.
Piscina y laberintos rojos
Las 56 mil hectáreas de este lugar están cubiertas por centenares de cardones, cactáceas de tres a cuatro metros de altura y con varios brazos, parte del bosque "muy seco tropical" que impera en la zona. En total, son 16 tipos de cactus los que se encuentran en La Tatacoa. El resto son matorrales con escasas hojas, que parecen muertos, pero que sus raíces alcanzan hasta los 15 metros de profundidad. Ideal para amantes del birdwatching, hay 85 especies de aves con poco miedo al hombre y con ganas de ser fotografiadas. Además hay tortugas, roedores, serpientes y lagartos que, con un poco de suerte, pueden ser observados.
Caminar por los senderos que se abren en La Tatacoa es muy fácil, ya que el lugar es en realidad una gran planicie y las cárcavas y quebradas que la cruzan no llegan a ser un obstáculo difícil ni siquiera para los menos experimentados en el trekking. La zona norte, llamada Los Hoyos, se caracteriza por el color gris de sus caprichosas formas de arcilla, similares a una cordillera en miniatura moldeada durante años, y en que el silencio gana un espacio mucho mayor a lo normal. El pro del lugar: una gran piscina con aguas subterráneas. Un baño aquí se convierte en el gran panorama para dar alivio al calor imperante. A través de esta zona se accede al Valle de los Fantasmas, cuyo nombre se debe a las extrañas formas de sus paredes, que se asemejan a figuras fantasmagóricas.
La zona sur, Cuzco, tiene un color rojizo y largos laberintos esculpidos naturalmente llamados "cárcavas", que son grandes socavones producidos por las lluvias dejando especies de islas y erosiones de considerable calado en medio de esta zona desértica. Destacan algunas por su altura y vegetación, que ha crecido en sus topes y son como dedos de tierra que emergen, colorados, en busca del cielo. El paisaje -que recuerda al Gran Cañón- se asemeja a centenares de olas en un mar petrificado, que son visibles desde miradores colocados juntos a quioscos con reponedoras aguas y bebidas.
Noche adentro
La Tatacoa es uno de los mejores sitios para la observación de estrellas de los cielos colombianos. Una contaminación lumínica casi nula y las buenas condiciones atmosféricas imperantes han consolidado el sueño de Javier Rua Restrepo, anfitrión del único observatorio astronómico del desierto y que cada atardecer abre el cosmos a los visitantes. Con una cúpula que tiene un telescopio de 10 pulgadas, sumados a dos telescopios de menor calibre en las afueras, ofrece un tour de tres horas de duración que se enlaza con charlas temáticas de las estrellas y el universo. El observatorio se encuentra en las afueras de Villavieja. Su cercanía con la línea del Ecuador hace que tenga una excelente visibilidad, pero la gran ventaja es su fácil acceso. Abre todos los días a las 18.30 y el valor de la entrada es de US$ 3 adultos y US$ 1,5 niños.
Una opción más íntima y sencilla es quedarse en algunos de los pequeños hostales rurales que hay en el interior del desierto. Con luz a motor, sin televisión y con la desconexión asegurada, permiten conocer el estilo de vida de los huilenses desérticos, degustando además de la gastronomía local, con platos como los bizcochos de achiras, tamales y sancochos.
Sin duda, La Tatacoa es parte de una Colombia desconocida, que se abre a los viajeros que buscan salirse de las rutas turísticas típicas.
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