La tormentosa vida secreta de John Cheever
<P> Llega a Chile la aclamada biografía <I>Cheever: una vida, </I>en la que Blake Bailey explora en las zonas más oscuras del escritor americano. </P>
Empezaba 1964 y la vida de John Cheever, para variar un poco, iba de maravilla. Vivía junto a su familia en una sólida casa en Ossining, el pueblo a orillas del río Hudson que alguna vez consideró el paraíso. Su segunda novela, El escándalo de los Wapshot, recibía halagos de la crítica y se encaminaba a vender 50 mil copias. Consolidado entre los escritores más importantes de EEUU, la revista Time le dedicaría el artículo de portada de su edición de marzo. Cheever había soñado varias veces con un reconocimiento tan masivo como ese, pero todo se trizó cuando supo que un reportero había estado haciendo preguntas a sus amigos sobre su vida.
Salió ileso. El artículo de Time ni rozó su vida oculta. Ni siquiera decía que antes de mediodía empezaba a beber ginebra. Menos iba a mencionar que su matrimonio era prácticamente una fachada y que todos los días a Cheever lo atormentaban sus deseos homosexuales. Por supuesto, la revista tampoco decía que a los 52 años el autor de Falconer a diario se deprimía, estaba frustrado con su escritura y temía terminar "solo, deshonrado y olvidado por sus hijos". Al contrario, el artículo de Time lo retrataba como todo ejemplo moral.
Reconocido en vida como de los cuentistas definitivos del siglo XX, Cheever sufrió silenciosamente casi toda su existencia. Recién pasados los 60 años, tras atravesar varios infiernos, pudo vivir en paz. El año pasado, el investigador Blake Bailey puso en contexto los claroscuros del autor de Bullet Park en Cheever. A life, una monumental biografía. Ganadora del National Book Award y finalista del Pulitzer, acaba de llegar a librerías chilenas y muestra, a ratos con una cantidad de detalles abrumadores, la profundidad de la amargura que arrinconó al "Chejov de los suburbios".
Dos Manhattan de más
En 1975, cuenta Bailey, "Cheever trató de beber hasta matarse". La fama que hacía 10 años lo habían llevado a aparecer en la portada de Times desaparecía: sus libros habían dejado de imprimirse. Su matrimonio ya no servía ni de fachada. Figuraba como profesor de la Universidad de Boston, pero la mayor parte del tiempo la pasaba alcoholizado. Una noche, su amigo John Updike llegó a buscarlo para ir al teatro. Cheever le abrió la puerta desnudo y borracho. Adentro, en la máquina de escribir, brillaba la primera frase de Falconer. Llevaba semanas ahí.
Con la ayuda de Updike, en abril de 1975, a los 63 años, Cheever entró a un clínica de rehabilitación y después de 28 días salió sombrío. En los siete años de vida que le quedaban, no volvió a beber. El alcohol persiguió al autor de El nadador toda su vida. Incluso antes que naciera: solía contar que la noche que fue concebido, su madre había tomado dos Manhattan demás. Su padre hizo lo posible porque su mujer no tuviera al hijo; llegó a invitar a un médico abortista a cenar.
A los 18 años, Cheever publicó su primer cuento (Expelled) en la revista New Republic y se internó en la bohemia de Boston junto a su hermano Fred. Se volverían especialmente cercanos: "Es la más significativa relación de mi vida. Como un romance", le dijo el escritor a su siquiatra. Según Bailey, Cheever no era alegórico en sus palabras: "Es difícil saber si efectivamente hubo un romance, pero claramente no fue solo una relación platónica", anota el biógrafo y recuerda que Cheever describió en su diario la relación con Fred como "un estéril y perverso amor".
En Falconer, esa novela autobiográfica con que volvió el infierno en 1977, el protagonista está en la cárcel por haber matado a su hermano, quien lo inició sexualmente. Para Cheever, Fred -tan alcohólico como él- sería un lastre toda su vida. Aunque sería peor sentirse homosexual: "Este es un conflicto", anotó en su diario a los 51 años, "un hombre con inclinaciones homosexuales y que genuinamente detesta a los homosexuales. Le parecen poco serios, sin gracia y asquerosos".
Su deseos sexuales combinados con el alcohol le jugaron malas pasadas. Una noche en 1958 en una fiesta en Conneticut, Cheever se puso a conversar animadamente con el escritor William Styron y, en un arrojo de borracho, lo invitó a dar un paseo. Al día siguiente no recordaba nada, pero Styron, que declinó la invitación, sí.
Para esa época, Cheever llevaba más de 15 años casado con Mary Winternitz. Ella estuvo a su lado en el angustiante proceso durante el que se convirtió en el cuentista estrella de The New Yorker. La revista le compró y publicó cuentos célebres como Adiós, hermano mío, La monstruosa radio, El nadador y El marido rural. El problema para Cheever fue cruzar del relato a la novela: en 1946 Random House le pagó un adelanto de US$ 4.800 por una novela que nunca escribió. "La lucha por el reconocimiento, el dinero incluso por él éxito en mis propios términos parece imposible, y siento que he traicionado a mi dulce y pura familia, y por eso el deseo de matarme es fuerte", anotó Cheever en sus diarios.
Tragedia y salvación
En 1957, a los 45 años, Cheever publicó su primera novela La crónica de los Wapshot, en la que reorganizaba varias historias de su propia familia. Lo había hecho siempre: solía inventar que su madre había sido una mujer acaudalada y su padre un marinero con grado de capitán. En cualquier caso, la novela consagró a Cheever, que ganó por ella el National Book Award.
Tres años después sigue solo y alcohólico. Vive en Beechwood, en las afueras de Nueva York, bebe ginebra en la mañana y casi no habla con su esposa: "Pienso amargamente en la soledad de mi vida, en que no conozco a escritores, que pasan semanas y meses en que no veo a casi nadie", anota Cheever.
En adelante, Blake Bailey sigue una ruta de altibajos en la que Cheever pasa de ser un respetado escritor público, alabado por Saul Bellow y Updike, a ser, privadamente un depresivo al que siempre le falta dinero y nunca puede escribir bien. Sospecha que, como su abuelo y su padre, está "encadenado a un destino alcohólico y trágico".
Ahí estaba en 1975 cuando fue internado en una clínica de Nueva York. Al salir de los 28 días de rehabilitación, terminó la novela Falconer (1977) y todo volvió a brillar. Al año siguiente, sus Cuentos completos ganaron el Pulitzer y por seis meses estuvo en la lista de los best seller. Paralelamente, Cheever conoció a Max Zimmer, un joven profesor universitario con quien inició una relación pública hasta su muerte, en junio de 1982. Su mujer, Mary, también lo acompañó.
Dos meses antes de fallecer, al recibir la National Medal for Literature, Cheever dijo de la literatura que una "página de buena prosa era invencible" y que "la literatura era una salvación para los condenados". Muchos de los presentes lo sospechaban, pero no fue sino hasta la publicación de sus brutales diarios, en 1991, que se hizo evidente: si algo mantuvo a flote a Cheever fue la literatura.
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