La Torre 5, a dos años de la tragedia en la cárcel de San Miguel

<P>Penal donde murieron 81 presos, hoy es centro de reclusión femenina. </P>




Alejandra (35 años, peluquera) vio por televisión cómo la Torre 5 de la Cárcel de San Miguel ardía, el 8 de diciembre de 2010. "Nunca imaginé que un año después me tocaría estar acá (por tráfico de drogas)", dice, sentada en el comedor del recinto.

La mayor tragedia carcelaria del país, en que murieron 81 presos, dio inicio a un importante proceso de cambio en este penal. Este se inició el 6 de diciembre de 2011, cuando llegaron 155 mujeres. La idea era transformarlo en un centro de detención para imputadas primerizas.

Alejandra fue parte de este primer grupo, trasladado desde el Centro Penitenciario de San Joaquín. "Al comienzo fue traumático. Llegar a una cárcel que todavía era de hombres, donde se habían quemado 81 personas, y al mismo piso".

Cuando fue el primer traslado todavía quedaban 784 presos, de los 1.957 que había al momento del siniestro. Los hombres fueron destinados a otros penales para dar cabida a las mujeres, las cuales llegarán hasta el 27 de noviembre, fecha en que se espera completar el traslado de las 700 imputadas.

Hoy, hay 200 mujeres, todas en la Torre 5. En el primer piso se habilitó una cocina y comedor, con mesones y asientos de acero. En el segundo, tercer y cuarto nivel están las celdas, distribuidas en las dos divisiones de la torre: norte y sur.

En cada celda, pintada de blanco, 32 mujeres esperan condena. En espacios de unos 16 m2, delimitados por casilleros grises, están los camarotes de las cuatro personas que comparten el espacio.

Debido a la instalación de salidas de emergencia en el sector norte de cada torre, todas las mujeres, en total 64 internas por piso, están momentáneamente en el ala sur. En este lugar, hace dos años, hubo muertes por quemaduras y asfixia.

Hoy no hay cocinillas, ni cilindros de gas. Tampoco frazadas colgadas para dividir espacios. Cada grupo tiene una mesa para cuatro, donde toman té con agua calentada en hervidores.

Aunque son las 16.00, las 12 ventanas de menos de medio metro de largo están tapadas con cortinas amarillas. Por ellas no entra mucha luz, por lo que el espacio es iluminado con tubos fluorescentes. Tienen barrotes verticales y persianas metálicas horizontales, para que no puedan sacar los brazos ni colgar cosas hacia la calle.

A esa hora, ocho televisores sintonizan teleseries. Algunas mujeres bordan cojines, otras hacen aseo. Jacqueline también llegó en el primer grupo de trasladadas. A ella, la cera con la que limpia el suelo de baldosas le recuerda el olor de su casa. Dice sentirse "cómoda, con espacio. Además, nos bañamos con agua calientita".

Gracias a un convenio con el Ministerio de Energía, en el techo de la cárcel se instaló un sistema de paneles solares para calentar el agua. También se habilitó un punto con calefacción para las mujeres internadas con sus hijos. Se arregló el sistema de red seca y húmeda del penal y se hizo una piscina para asegurar autonomía de agua en caso de cualquier nuevo incendio.

Aunque no hay mayores señales del accidente, desde la calle Ureta Cox todavía se puede ver hollín en las ventanas del cuarto piso. Dentro de poco estas marcas serán borradas con pintura. Parte de la cárcel ya luce la nueva fachada blanca, que dejará atrás el color verde actual.

Cárcel modelo

San Miguel fue el punto de partida, pero el gobierno tiene previsto replicar sus mejoras en los penales femeninos de San Joaquín, Arica, Antofagasta y Concepción.

Tras la inversión de $ 260 millones de este proyecto, el Ministerio de Justicia y Gendarmería buscarán certificar a la Cárcel de San Miguel ante la Conferencia de Ministros de Justicia de los Países Iberoamericanos, por su respeto de los derechos humanos. La idea de esto, dice Luis Masferrer, director de Gendarmería, es "establecer estas condiciones como piso mínimo y necesario para las mujeres privadas de libertad en América Latina".

En paralelo, Gendarmería y el Instituto de Derechos Humanos firmaron un convenio para capacitar a funcionarios en el trato hacia los presos.

Otro elemento que cambió en San Miguel es la oferta de trabajos para las internas. Alejandra limpia tres veces al día las escaleras. Así junta dinero para hacer una fiesta de Navidad. Eso la gratifica, por lo que su preocupación es otra. Saber dónde irá si es condenada. "No va a ser lo mismo que acá", dice.

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