La verdadera crispación




SE HA transformado en un lugar común decir que existe crispación en el país, pero en realidad quienes así lo señalan pertenecen a la elite dirigente, ya sea política, académica o empresarial. La RAE define crispación como “contracción muscular repentina”, y también como “irritación o exasperación”; seguramente se refieren a esa segunda acepción. En el resto del mundo real, probablemente existe una sensación de malestar por insatisfacción, que puede ser crispación, pero por razones diferentes.

Es evidente que las visiones diferentes sobre el futuro de Chile que se debaten en la elite son muy importantes, puesto que el modelo que surja de la tensión existente es el que imperará en nuestro país por muchos años. Además, cualquiera sea la profundidad de las reformas, el proceso de discusión genera una situación de incertidumbre, que afecta especialmente a las expectativas económicas.

El lenguaje de cambios, reformas, o agendas no se ha hecho carne en las personas comunes, porque no se percibe el vínculo entre la discusión de la elite con lo que ocurre en el día a día de los ciudadanos. Tomemos la reciente encuesta CEP, la cual reitera la importancia asignada a  la calidad de la educación, atención en salud y seguridad, cuya concreción no se observa en las discusiones y proyectos actuales. Se dice que no a esto y no a lo otro, pero no se perciben políticas ni debates que miren el impacto en esos temas. Indicar que es un tema de déficit comunicacional es equivocado, porque el discurso no sustituye a la realidad que se aprecia.

La crispación de las personas tiene que ver con sus vivencias. Con el tiempo de desplazamiento, por ejemplo, ya que los tacos han pasado a formar parte del escenario habitual en prácticamente todas las ciudades del país; ello surge de un hecho positivo, ya que el aumento de ingresos y créditos ha permitido que muchas personas accedan al automóvil, pero sin correlato de locomoción colectiva. Por otra parte, el largo tiempo dedicado al transporte se ve empeorado por la proliferación de manifestaciones, marchas y tomas, que hacen casi insoportable trasladarse. Es cierto que la libertad de expresión y de manifestación pública no debiera ser prohibida en ninguna circunstancia, pero también es necesario reflexionar sobre el derecho a estar tranquilos de los que son afectados por esas protestas.

No sé si la crispación es causa o consecuencia de la falta de respeto por los demás, que está a flor de piel, y que es un fenómeno transversal, como le gusta decir al mundo político. Es decir, no tiene distinción ideológica ni socioeconómica.

No obstante, tampoco se trata de exagerar, porque la crispación a nivel de la elite deberá ceder para dar paso a proyectos que se grafiquen en figuras retóricas que indiquen más construcción que demolición. Tendremos que concentrarnos en debatir sobre la desigual calidad de la educación, por ejemplo, y no sobre constructos institucionales, de dudosa efectividad respecto de mejorar esa calidad.

No tengo claro si esto es un deseo o un pronóstico, pero me resisto a creer que los cambios que el país necesita para mejorar y progresar -el verdadero progresismo -, no se hagan sobre los pisos ya construidos, que son sólidos y claramente mejores que los que tenía este edificio que se llama Chile.

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