La vigilia de las 33
<P>Las mujeres de los mineros rescatados en la mina San José fueron parte del milagro, pero después que se apagaron las luces y se fueron las cámaras de TV quedaron a puertas cerradas con sus esposos y padres. A dos años del derrumbe que les cambió la vida, se reunieron para esperar el aniversario. Algunas quisieron contar su historia familiar tras el rescate. Esto es lo que han vivido.</P>
En una reunión en el Sernam de Atacama se juntan unas 20 mujeres, todas familiares de los 33 mineros. La situación es tensa. Están ahí con el fin de organizar la vigilia para esperar el 5 de agosto, día en el que el Presidente de la República conmemorará, junto con ellas, el segundo aniversario del derrumbe que les cambió la vida. Pero ninguna quiere contar su historia, principalmente porque la película que harán de los 33 está cerca de ser filmada y ellos no quieren que se filtre nada.
Atrasada llega a la reunión Carolina Lobos, la hija de Franklin, el minero ex futbolista. Dice que no tiene problemas en hablar. Teresa Cañas, la directora regional del Sernam, le explica a todas que son libres de elegir. Cañas es quien organiza la vigilia, que será en su casa, y a la que el año pasado llegó la primera dama, Cecilia Morel, de sorpresa. Al final de la reunión, dos mujeres se acercan. Dicen que hablarán. Una dice que quiere sacarse un peso de encima. Que nunca contó su historia. La mujer se llama Cristina Núñez.
Perderlo otra vez
Cristina Núñez vivía junto a su novio y sus dos hijas, en dos piezas de madera de seis metros cuadrados, en el patio trasero de una iglesia evangélica, en la población Juan Pablo II de Copiapó. Cuando él tenía turno en la mina San José, ella salía a esperarlo a una de las esquinas de la población. Pero un día, su novio no llegó.
Ese día fue un 5 de agosto de 2010. En las horas siguientes, a Cristina le dijeron que no se sabía si estaba muerto o vivo, que Claudio Yáñez, el hombre que ahora es su marido, estaba junto a otros 32 hombres. Atrapado. Cristina Núñez decidió dejar a sus hijas Arlenne y Madeleine, en ese entonces de ocho y un año, a cargo de una amiga. La madre le dijo a Arlenne que su padre estaba de viaje por asuntos de trabajo. Con Claudio abajo, Cristina decidió pedirle matrimonio. En la mina, ella se dio cuenta rápidamente de que, para todos los temas legales, era una mujer de segunda categoría, a pesar de vivir con Claudio y de tener hijos en común.
Al salir con vida de la mina, Claudio Yáñez le pidió a Leonardo Farkas que fuera su padrino de matrimonio en una comida en honor de los 33 mineros, en Caldera. Farkas le preguntó a Cristina qué quería de regalo. "Le dije que una casa y me respondió que no quería nada. Pero aceptó". Cristina siempre quiso vivir en el Palomar, un barrio a 10 minutos del centro de Copiapó, lleno de pasajes de viviendas sociales pareadas, de material sólido y de dos pisos. Pasaron de vivir en dos piezas de madera, a una casa con cocina amplia, living-comedor y tres piezas.
-Negra, ¿estás conmigo? -le preguntaba Claudio a Cristina cada vez que él tenía una crisis.
Cristina, su negra, le decía que sí. No podía dejarlo solo. Al volver de la mina, estuvo cuatro meses con licencia. Lo dieron de alta, como a muchos, al no seguir con el tratamiento sicológico que se hacía en Santiago. "Varios de los que viven en Copiapó lo fueron dejando", cuenta Marta Contreras, jefa del departamento social de la Intendencia de Atacama.
El problema es que Yáñez estaba lejos de poder dejar atrás los días de la mina. "Cuando salió, despertaba gritando. Llegó más agresivo: varias veces lo tuve que amenazar con dejarlo si no cambiaba. Me levantó la mano, pero se arrepintió a tiempo".
Recién, hace cuatro meses, pudo encontrar trabajo en la CAP, donde es operador de terreno, labor que le evita tener que entrar a un yacimiento. El trabajo le ha ayudado a despejar sus fantasmas y dar estabilidad a los suyos. A las dos niñas se sumó Andrew, de un año.
Cristina admite que le tiene miedo al dinero; que antes, cuando vivían en la Juan Pablo II, eran más felices. Si pudiera elegir, dejaría de lado la casa propia en El Palomar, a cambio de que lo de los 33 nunca hubiera ocurrido. "Con la película puede llegar plata. Y yo temo que Claudio vuelva a cambiar si eso pasa".
Cumpleaños
La reincorporación laboral de los 33 mineros es lenta. Marta Contreras dice que la inserción ha aumentado en comparación con el primer año tras el rescate. "Catorce mineros quedaron con una pensión de gracia del gobierno que bordea los $ 250 mil mensuales", cuenta. "En ese grupo hay cuatro cesantes. Y dentro de los 19 restantes hay cuatro cesantes también". En total, ocho sin trabajo.
Uno de los primeros en reinsertarse fue el ex futbolista Franklin Lobos, quien, en enero de 2011, asumió como coordinador técnico de las inferiores de Deportes Copiapó, cargo en el que duró un año, cuando Copiapó descendió a Tercera División. Hoy transporta al personal de la mina Hierro Atacama.
Al momento de quedar atrapado en la mina, Lobos llevaba nueve años separado de su esposa, Coralia Alarcón, una agente previsional de Habitat. Al enterarse de que su ex esposa estaba pendiente de su suerte, se propuso recuperarla. Comenzó a escribirle cartas de amor desde el fondo del pique, mientras Coralia mantenía la distancia. "Cuando salió y lo vi en el triage, me di cuenta que podíamos intentarlo", dice Coralia.
La vida no sólo le dio una segunda oportunidad a Lobos, sino que, también, una tercera. En lugar de regresar a su casa solo, volvió a la casa de su ex esposa y sus dos hijas. Su hija Carolina cuenta esta historia camino a la iglesia de La Candelaria, la santa patrona de los mineros. Dentro de la iglesia ve recortes de la gesta de los 33. Recuerda esos días, cuando nada se sabía de los mineros. Carolina fue a la mina y pidió que abrieran su casillero. "No sólo estaba el celular, también estaba su ropa, su almuerzo descompuesto. Se decía que habían visto fotos del camión con mi padre muerto y yo sentía el olor de la ropa de él".
Su esposa, Coralia, agrega que en febrero de este año agarraron el auto y fueron a la mina. Solos. Allí, Lobos por primera vez entró en detalles más profundos sobre esos 70 días en la mina San José. "Me dijo que cuando ocurrió el accidente chocó muchas veces manejando su camión mina abajo. Por eso, quizás, cada vez que se encuentran dos o tres mineros, hablan de los 17 días en que no sabían si vivían o morían. Y por eso, el 22 de agosto, el día en que los encontraron con vida, el año pasado lo celebramos como el cumpleaños de Franklin. Este año va a ser igual".
La "hija" de José
Es sábado en la noche. En la casa de José Ojeda, el autor de la frase "Estamos bien en el refugio los 33", su sobrina Elizabeth Steger se prepara para la vigilia en casa de Teresa Cañas. Mientras Steger se arregla, Ojeda habla. Su vida después del rescate no ha sido fácil. Estuvo un año y medio con licencia médica y su pareja murió de una enfermedad fulminante. Antes, hace unos años, había enviudado de su primera mujer. "Las mujeres a uno lo ven como yeta. Ya ni siquiera tiro currículum", dice en su casa del sector de Punta Negra.
Por varios meses luego del rescate, Ojeda empezaba durmiendo en la habitación del segundo piso de su casa y terminaba durmiendo en el piso de cerámica blanca del primer piso de su casa. "El piso se parecía al que había en el refugio y por eso llegaba a dormir ahí, sin saber cómo".
Su único apoyo durante los 70 días en la mina fue su sobrina Elizabeth, quien viajó desde Puerto Varas para estar pendiente de Ojeda. En Copiapó y en el circuito de las mujeres de los mineros, Elizabeth es conocida como "la hija de José". Los problemas de su tío hicieron que Elizabeth se trasladara desde Puerto Varas cuatro meses después del rescate para vivir con él y poder cuidarlo.
"Lo más complicado han sido los cambios bruscos de genio", cuenta Elizabeth. "El tema de dormir sobre el piso lo cortó cuando llegué porque él sabe que a mí no me gusta. Mi idea es vivir un año más con él, hasta que esté lo más estabilizado posible".
Elizabeth está en Copiapó junto a sus hijos, además de su pareja. Su idea es formar una familia y para eso hace un curso para el manejo de retroexcavadoras. Por ahora, José Ojeda sigue tomando la medicación que le ha dado el siquiatra. Cada vez que va a trabajar a la mina Tambillo, en Ovalle, se toma una pastilla antes de entrar al yacimiento. De a poco quiere ir perdiendo el miedo.
Elizabeth Steger llega a la reunión en la casa de Teresa Cañas. Esta vez las mujeres de los mineros se ven más relajadas. Comen pizza y hablan de si Iván Zamorano es feo o bonito. La mayoría concluye en que es feo, pero que les gusta su billetera. La vigilia es más bien una celebración. Se abre una botella de champagne. Todas saben que se cumplen dos años del día más trágico de todos. Pero también saben, a pesar de que sus maridos llegaron cambiados , que la tragedia dio paso a un milagro al que no terminan de adaptarse.
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