Lanzan la novela que David Foster Wallace no pudo terminar

<P>Antes de finalizar <I>El rey pálido</I>, el autor de <I>La broma infinita</I> se suicidó. Trabajó en el libro por al menos una década. </P>




La idea de instalar un refugio para perros vagos se cruzó por la mente de David Foster Wallace a mediados de 2003. Fue una idea fugaz, pero ahí estuvo, quitándole espacio a las cavilaciones sobre una novela que no terminaba de cuajar. Quería tirar la toalla. El autor de La broma infinita (1996), un clásico instantáneo de la literatura americana contemporánea, evaluaba una decisión definitiva: abandonar la ficción. Prefería salir a golpear las puertas de sus vecinos y convencerlos de que no votaran de nuevo por George W. Bush, a volver a esa novela que venía creciendo sin dirección hacía ya demasiados años.

Pero volvió. Foster Wallace siguió escribiendo sobre un puñado de funcionarios de una Agencia Tributaria en la mitad de EE.UU., dando forma a una suerte de tratado sobre el aburrimiento. Un relato fragmentado, sin una historia principal ni verdaderos protagonistas en el que el tedio tiene un poder redentor. El la llamaba "the big thing". Hoy la conocemos como El rey pálido. Nunca pudo salir de ahí: antes de siquiera vislumbrar un final, el 12 de septiembre de 2008 se suicidó.

Depresivo y con al menos dos intentos de suicidios fallidos en sus 46 años, pocos meses antes de ahorcarse Foster Wallace abandonó el medicamento que por casi 20 años lo mantuvo a flote. Y aunque difícilmente la guerra que dio contra El rey pálido motivó su decisión final, según su amigo Jonathan Franzen, la novela reflejó sus frustraciones: "Dave constantemente me decía que el libro no tomaba forma, y ciertamente creo que si lo hubiera hecho, él probablemente aún estaría vivo", dice a La Tercera el autor de Libertad.

Publicada el año pasado en inglés en medio de elogios transversales de la crítica, El rey pálido llegará a las librerías chilenas la primera semana de marzo. No vendrá solo. Editorial Mondadori sumará al paquete dos títulos esenciales para entender a Foster Wallace: nuevas ediciones de La broma infinita -por años inubicable en Chile- y Hablemos de langostas, volumen que recoge sus mejores reportajes.

El tedio

"Aquí el autor. Quiero decir el autor de verdad, el ser humano de carne y hueso que sostiene el lápiz, no una máscara narrativa abstracta", se lee sorpresivamente en la página 83 de El rey pálido. Se identifica como Dave Wallace, explica que el libro está basado en el año -de 1985 a 1986- en que trabajó en la Agencia Tributaria de Peoria, Illinois, e insiste en que la novela es una "autobiografía sin ficción". La tomadura de pelo de pronto se vuelve central, no sólo para la novela, sino para mirar al Dave Wallace de carne y hueso: en ese supuesto año en la agencia aprendió algo del tedio.

"Puede que el aburrimiento esté asociado con el dolor síquico, porque algo que resulta aburrido no consigue suministrar bastante estímulo como para distraer a la gente de otra clase más de profunda de dolor que está siempre presente, aunque sea solamente a un nivel ambiental muy bajo, y que la mayoría de nosotros nos pasamos casi todo nuestro tiempo y energía intentando distraernos para no sentir", escribe Foster Wallace.

Hablaba de él mismo. Esquivo, arrastró siempre una incomodidad. Estuvo internado varias veces en centros siquiátricos, dos veces recibió electroshock y por 22 años lo acompañó una droga llamada Nardil. Ni el ascendente reconocimiento crítico le bastó. Después de publicar su primera novela, The broom of the system (1987), intentó suicidarse. Luego de lanzar La broma infinita, le dijo a Don DeLillo que ya no sentía placer al escribir ficción. Peor: tenía miedo.

El rey pálido fue el último trauma. Quizás el peor. Convencido de que la ficción debería ser "sobre lo que significa ser un maldito ser humano", Foster Wallace empezó a trabajar en la novela a fines de 1997. La investigación lo llevó a estudiar con obsesiva acuciosidad la legislación fiscal de EEUU. Seis años después, pensó en abandonarlo todo. En 2005, le escribió a Franzen: "Estoy cansado de mí mismo: cansado de mis pensamientos, asociaciones, sintaxis, hábitos verbales que empezaron como descubrimientos, pasaron a ser un técnica y ahora son tics".

La novela avanza: Claude Sylvanshine, Lane Dean Jr., David Cusk, Leonard Stecyk y Dave Wallace son algunos de los personajes que se topan en la Agencia Tributaria de Peoria. En una nota personal, Foster Wallace escribe que la novela debe ser "una serie de situaciones organizadas para que pasen cosas, pero en realidad nunca pasa nada". Teme que se trate de un "tornado que se caerá antes de que pueda distinguir lo que sirve".

A fines del 2007, Wallace decidió dejar el Nardil. No sólo creía que afectaba su escritura, la droga probablemente iba a afectar su presión arterial. Estuvo algunos meses limpio, trató con otras drogas, a mediados de 2008 se metió en un motel e intentó suicidarse. En septiembre lo logró: se ahorcó en el patio de su casa. Poco antes, fue a su escritorio y dejó en un lugar visible 200 páginas corregidas la novela. Junto a cientos de notas y textos dispersos, su editor Michael Pietsch le dio la forma final a El rey pálido, una novela tan sorprendente como triste: el magnífico eco literario de una derrota definitiva.

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