Las acosadoras de los acosadores
<p>Piropos no solicitados y con contenido sexual. Toqueteos en la calle, el metro o la micro. Cosas que les pasan a las mujeres en Chile y que las creadoras del Observatorio Contra el Acoso Callejero quieren que sean condenadas legal y culturalmente. </p>
EN NOVIEMBRE del año pasado, Francisca Valenzuela (24), licenciada en Sociología de la Universidad de Chile, llevaba un mes de vuelta en Chile luego de hacer su práctica profesional en una ONG en Uruguay que estudia la violencia de género. Tomó el teléfono y llamó a Nicole Sepúlveda, Tamara González y Paula Bell, tres compañeras de carrera cercanas para que se juntaran en un café del barrio Bellas Artes. “Quiero hacer algo en contra del acoso callejero. ¿Se unen?”, les preguntó. Ninguna puso cara de asombro. En la universidad les había tocado hacer una larga investigación sobre el Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena y tenían más que claro cómo pensaba cada una acerca de ese tema. “Francisca sabía a quién llamar para hacer esto”, cuenta Nicole. En esa reunión se gestó la idea de crear el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC).
El primer acercamiento de Francisca con este tema fue a los 14 años cuando un tipo la siguió en la calle camino a la casa de su abuelo y le mostró los genitales. Cuando entró a la casa no supo qué hacer ni a quién contarle. Se guardó la historia para ella con mucha impotencia y sólo atinó a llorar. “Mi mamá nunca me advirtió que los hombres eran capaces de hacer esas cosas en la calle, sino que me enseñó que tenía que salir bien tapada porque algo me podía pasar. Esa fue la educación que yo recibí y que ahora cuestiono porque deriva en que la culpa es de la víctima. Es como cuando te dicen ‘si andas vestida así, te mereces que te digan algo’, cuando no tiene por qué ser así”, dice.
Las mujeres viven constantemente este tipo de agresión. Bocinazos en la calle, manoseos desde un auto, en el metro o en la micro. Según un reciente cuestionario que hicieron en su web en la que invitaron a participar a afectadas y afectados por este problema, el 40% de quienes lo respondieron (el 96% de ellas eran mujeres, pero el acoso también ocurre a hombres, homosexuales y transgéneros) pasa por estas situaciones al menos una vez al día. Y en la mayoría de los casos ni siquiera los testigos de las agresiones se dan por enterados.
Las integrantes de este observatorio consideran que la legislación chilena es blanda. Un botón de muestra: la semana pasada se conoció el caso de José Reyes, un hombre de 51 años que esperaba a una escolar de 13 años en una de las entradas de la estación Plaza Egaña del metro, la seguía hasta el andén, se acercaba por la espalda hasta llegar a centímetros de distancia, se agachaba simulando guardar algo en un maletín y comenzaba a grabarla con su celular por debajo de la falda. Reyes fue detenido y formalizado bajo el artículo N° 373 del Código Penal, que sanciona las conductas que ofenden el pudor, la moral y las buenas costumbres. Su castigo: prohibición de acercarse a la niña que grababa en el metro mientras dura la investigación. ¿Es lo que hacía Reyes sólo una ofensa al pudor o a las buenas costumbres? “Eso es una forma de acoso y violencia hacia una menor de edad y demuestra que no tenemos una norma legal suficientemente clara que permita sancionar como corresponde”, dice Francisca. A ella le gustaría que un caso como ése, donde existen testigos y pruebas fotográficas, fuera sancionado con, por ejemplo, un mes de reclusión para que lo piense dos veces antes de volver a hacerlo.
En la agrupación saben que el término “acoso callejero” puede parecer exagerado, ambiguo y jabonoso. Por eso, uno de sus objetivos es dejar claro de qué hablamos cuando hablamos de acoso en la vía pública, además de desterrar la idea de que algunas de esas conductas “son parte de nuestra cultura” o “están arraigadas en nuestra idiosincrasia”, como se escucha habitualmente cuando se habla del piropo, sobre el cual existen libros y hasta premios institucionalizados socialmente. De hecho, en su página de Facebook han recibido muchos comentarios de rechazo con frases que lo menos que les dicen son “minas exageradas”, “agradezcan que les dicen algo” o “deben ser todas feas y nadie las piropea”. De ahí el tono empieza a subir.
Según el observatorio, estamos frente a un caso de acoso callejero cuando una persona con la que no se tiene ningún vínculo hostiga, agrede o ataca a otra a través de comentarios halagadores o groseros, manoseos, toqueteos... De acuerdo al cuestionario que realizaron y fue respondido por más de tres mil personas, las formas de acoso más comunes son silbidos, ruidos, bocinazos o jadeos (95%), miradas muy lascivas (93%), piropos agresivos con alusiones al cuerpo de la mujer o al acto sexual (72%), acercamiento intimidante -tocar cintura, acercarse al oído, etc.- (60%), piropos suaves (halagos) (57%), tocaciones (38%), persecución (34%) y exhibicionismo (28%).
¿Dónde está el límite entre un mal rato y el acoso? Para Francisca, eso depende de la afectada. “¿Te parece bien que un señor de 60 años le diga ‘mijita linda’ a una niña de 14? Yo no quiero que una persona que puede ser mi abuelo me diga eso y en la medida en que no lo deseas no tienes por qué pasar por eso y es una agresión”.
El cuestionario también muestra que la edad promedio en que les había ocurrido el primer episodio de hostigamiento en la calle a las personas que lo contestaron era a los 14 años, lo que evidencia que los acosadores buscan objetivos de alta vulnerabilidad y que pueden tener más dificultad para defenderse. Por otra parte, las emociones que más se repiten luego de un episodio así son asco (60%), rabia y culpa (ambas 53%) e inseguridad (35%).
La agrupación chilena no es un proyecto aislado. En los últimos dos años han surgido iniciativas similares en Perú, Colombia, Paraguay y Brasil. No es coincidencia. “Hoy vemos una tendencia al empoderamiento de las mujeres y de visibilización de las desigualdades de género. Hace tiempo que la mujer está saliendo al espacio público, que era tradicionalmente masculino, y existe la necesidad de redefinir los roles. Hoy tenemos la capacidad de decir lo que no nos gusta”, dice Nicole Sepúlveda.
El observatorio virtual “Paremos el acoso callejero”, de Perú, nació hace tres años y se dedica a registrar los casos de hostigamiento para luego clasificarlos en distintas categorías de acuerdo a su gravedad. De esa manera muestran un tema que no está en la política pública. En Paraguay, por su parte, se presentó hace un año un proyecto de ley que castiga con pena de hasta 180 días de cárcel a quien “dirija palabras o acciones con connotación sexual a una mujer con quien no mantiene relación de ninguna índole, en lugares o espacios públicos”. Aún no es ley. En Colombia se creó hace tres meses un organismo similar al OCAC chileno que tiene el mismo nombre. El temor a denunciar es un tema sensible en ese país. Natalia Giraldo, socióloga y una de las fundadoras de OCAC Colombia, cuenta que se han encontrado con jueces que, frente a una denuncia, hacen comentarios como: “Pero ¿por qué iba usted sola a esas horas de la noche por ese lugar” o “¿Cómo sale a la calle vestida de esa manera?”. Natalia agrega que a veces los mismos policías abordan de forma morbosa a las chicas y les silban en la calle como si nada. “La pregunta, entonces, es qué hacer si quienes deberían protegerte ejercen ese tipo de violencia hacia ti”.
Según Francisca Pavez, abogada y asesora legal de OCAC, uno de los temas más delicados al momento de pensar en una legislación es precisamente convencer a la sociedad de que se trata de hechos denunciables, condenables y que no son una exageración. Si bien en la agrupación hablan de incluir penas de cárcel en el cuerpo legal, la abogada estima necesario incorporar penas accesorias que sirvan para modificar conductas, como la exigencia de que el acosador se someta a algún tratamiento sicológico, la prohibición de trabajar con menores de edad o multas de cuantía mayor. “Por ejemplo, 10 UTM (más de 400 mil pesos) es una multa donde un agresor lo pensaría dos veces antes de hacerlo de nuevo”.
El observatorio está conformando un equipo de abogados que se encargará de redactar un proyecto de ley, desde tipificar las faltas hasta fijar penas, porque la idea también es aminorar los riesgos de denuncias falsas. Luego buscarán el patrocinio de parlamentarios para ingresarlo a tramitación en el Congreso. “A mí me parece que un piropo grosero ya es sancionable”, dice Francisca.
Sólo una vez ella disfrutó un piropo. La recuerda bien porque, justamente, fue una excepción: la gran mayoría de los “halagos” que recibe tienen una connotación sexual. Esa vez, en cambio, hace cuatro años, un tipo que repartía poesía a la salida de una estación de metro le dijo: “Estai pa’ Yingo”. Ella se rió. Se dio vuelta y le dijo: “¡Buena!”.
El cuestionario de OCAC también indagó sobre las reacciones de quienes sufren acoso callejero. Entre las personas que rechazan estas actitudes, el 66% pone cara de enojo, 29% increpa verbalmente al agresor y sólo 2% lo acusa públicamente. También hay gente que no responde: 36% porque se siente intimidado, 21% ignora la agresión porque dice no importarle y al 1% le agrada. Lo curioso, dice Francisca Valenzuela, es que después de una respuesta de la víctima en la mayoría de los casos el acosador retoma su actitud. “Eso da cuenta de que saben que esta sociedad no los castiga”, explica.
De acuerdo a los relatos que llegan a la página de OCAC, se puede reconocer cuatro respuestas tipo de los acosadores.
b El insistente: "Ya, si igual te ves rica", dice y persisten en el acoso.
b El que insulta de vuelta: "Loca, qué te pasa, deberías dar las gracias...".
b El agresivo: "Ya te voy a encontrar sola en la calle".
b El indiferente: no reacciona. Pero son los menos, dice Francisca.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.