Las brujas-madres
No sólo salen hoy, que es noche de brujas, sino que la nueva superproducción de Vin Diesel y un libro lanzado este año en Argentina reinventan el mito que nunca muere: esas señoras que en las sombras de la noche vuelan, conspiran, ríen y a veces matan.
"Hay mujeres dañinas que saben todos los trucos y giran en la noche desordenando el mundo". Esa es la penúltima línea de "Un velorio", la breve pero inquietante historia que el argentino Jorge Accame extracta del Satiricón de Petronio. La frase es una verdadera declaración de principios en el contexto de Antiguos cuentos de brujas, el libro que Accame publicó este año en editorial Edhasa acompañado por hermosas ilustraciones de Fernando Falcone. El libro se mueve desde el episodio de Ulises con Circe en La Odisea hasta las brujas de Macbeth, pasando por la visión sobrenatural que un viajero tiene de una cueva mágica al interior de una choza en la frontera norte del Uruguay. El mérito de Accame y Falcone es conseguir devolver a esas viejas leyendas y ficciones anónimas su perturbación original casi olvidada en estos tiempos de internet y viajes espaciales: las hechiceras de Antiguos cuentos de brujas no son las de los filmes de Disney o las figuras sabias y tutelares del cine japonés de Miyazaki. Son criaturas diabólicas que convierten hombres en cerdos, mutilan cadáveres, roban tumbas y castran reyes para cultivar futuros ejércitos de demonios. Se describen como servidoras de poderes oscuros y, por cierto, no son personalidades con las cuales se pueda negociar o parlamentar alguna clase de paz.
Las brujas del libro de Accame son más bien fuerzas incontrolables a las que es mejor hacerles el quite con el mismo terror que los creadores originales de sus historias debieron sentir respecto a sus poderes. Como dice el prólogo, estos son "antiguos cuentos compuestos por hombres que hablan de mujeres (…) un homenaje a estos narradores magníficos y honestamente perplejos". Un buen apunte, que por supuesto no es novedad: desde el amanecer del tiempo, pocas cosas han espantado más al sexo masculino que la idea de féminas capaces de sobrepasar su control. El mismo Dios del Antiguo Testamento despacha al respecto (en Éxodo 22:18) una orden taxativa y gangsteril: "A la hechicera no dejarás que viva".
Esa es precisamente la moral de castigo que está detrás de El último cazador de brujas, el filme de aventuras y fantasía recién estrenado en salas que hace por las señoras de la magia lo mismo que Van Helsing (2004) hizo por los vampiros. Es decir, convertirlas en villanas de videojuego. La superproducción, que protagoniza un Vin Diesel resucitado y bendecido por el éxito de Rápido y Furioso, imagina que la guerra contra ellas nunca terminó y que entre su reino de oscuridad y nuestro mundo sólo se interpone un guerrero inmortal forrado en cuero.
Por suerte las hechiceras chilenas nunca han tenido la vocación sindical y las ambiciones geopolíticas que lucen las enemigas de Vin Diesel en la película. En nuestro país, la figura de la bruja, importada desde Europa con la invasión española, se confunde en la tradición con la machi, la curandera y la meica. Todas ellas figuras maternas -terribles, todopoderosas- que a menudo en nuestras leyendas usurpan los roles que se reservan a las madres biológicas, como proteger, sanar y castigar. Los nombres que se les dan a las brujas y brujos en Chile abundan tanto como sus apariciones en el saber popular: kalkus, médicos de tierra, nocheros, artistas, conocedores y -escalofrío- pelapechos. Este último apodo proviene de la tradición que indica que los chalecos que los hechiceros chilotes usan para volar se fabrican con la piel de un muerto.
Según la leyenda, Catalina de los Ríos y Lisperguer, la Quintrala, fue acusada de bruja y de pactar con el diablo. Y no se puede hablar de brujas en este país sin mencionar a la Recta Provincia, la jerarquía de hechiceros chilotes que salió a la luz durante una investigación oficial ordenada en 1880 por el intendente Luis Martiniano Rodríguez, mientras al otro lado del territorio se peleaba la Guerra del Pacífico. El juicio a los brujos fue una instancia singular en la historia nacional: tras un año de proceso, una docena de locales terminaron condenados por asociación ilícita, robo, estafa y asesinato. Esencialmente, el objetivo del intendente Rodríguez y los jueces implicados era desarticular y desacreditar a un poder paralelo cuya influencia se había vuelto indeseable para el Estado. La idea era presentarlos no sólo frente al tribunal, sino también frente a sus coterráneos como una pandilla de estafadores indignos del temor reverente que se les profesaba.
Sin embargo, de los testimonios recogidos en el proceso emergió el rostro de la Recta Provincia, una organización secreta fundada en su origen por Chilpila, una mujer de Quetalco. Aquí es donde la leyenda se confunde con la realidad. Chilpila fundó el grupo luego de batirse a duelo con un "mago español" que de hecho es una persona real: el cartógrafo español José Manuel de Moraleda y Montero, que visitó la zona del archipiélago entre 1786 y 1793. Vencido por el enorme poder de la bruja, Moraleda se va dejando como regalo un libro de magia que sería la base de los ritos y reglas de la organización. Desde ahí, la figura de la mujer que derrota al invasor y luego funda un país secreto se pierde en las leyendas. Durante el proceso, a uno de los acusados le preguntaron quién era Chilpila. "Ella es la madre del arte", contestó.
Y en oposición a la imagen de la matriarca que inventa e instruye, está la bruja sometida, la sirvienta, generalmente conectada con el mundo indígena. Dentro de esa máquina de pequeñas grandes historias que es El obsceno pájaro de la noche, José Donoso incluyó la que debe ser una de las mejores leyendas de brujería jamás contadas en la literatura chilena. Un latifundista del norte del río Maule tiene nueve hijos varones y una hija menor a la que adora. Esta hija, huérfana de madre, ha sido criada por una vieja nana que le ha enseñado toda clase de artes femeninas. Pero la tranquilidad del patrón se rompe cuando a sus oídos llega la acusación de que su hija regalona es en secreto una bruja. Y, una noche terrible, sus peones escuchan ladrar en el campo a una perra fantasmal que, según dicen, corre bajo la luna siguiendo a un pájaro maldito. El patrón irrumpe en el dormitorio donde su hija y la nana duermen. Lo que ve ahí le horroriza tanto que extiende los brazos para que su manta esconda la escena de otros ojos que no sean los suyos. Sobre la cama yace el cuerpo de la vieja sirvienta, su alma en suspensión a medio camino entre ella y el cuerpo de la perra que es sacrificada en el acto.
El cuerpo dormido de la mujer, escribe Donoso, es amarrado a un árbol y azotado sin resultados. Temerosos de envenenar para siempre sus campos si entierran a la bruja en ese suelo, el patrón y sus hijos cortan el árbol sin desatar a la hechicera y lanzan el tronco a la corriente del Maule. Siguen a caballo durante días el madero que lleva el cuerpo maldito flotando río abajo hacia el mar. De noche acampan en la orilla y retienen al tronco con garfios para evitar perderlo de vista en la corriente. Con el tiempo se les suma una legión de campesinos de los alrededores. Hacia el final, el cuerpo de la bruja luce podrido y maltrecho, rodeado de los cadáveres de los peces que se envenenaron al morder su carne. Los nueve hermanos acompañan el tronco hasta que sale al mar y cruza la línea de olas hacia el horizonte. La tierra se ha salvado y el patrón ha recuperado el respeto de sus peones. A la hija adorada el padre la encierra en un convento de la gran ciudad y nadie vuelve a saber de ella.
Es una historia de tres páginas que Donoso convierte en semilla de buena parte de los devaneos góticos del resto del libro. También es un relato que evoca la misma clase de perturbación primaria que busca Jorge Accame en su libro de relatos dos veces contados, la inquietud frente a un poder que no se puede controlar y que puede ser expulsado, pero jamás destruido. Es, como toda gran leyenda, una imagen que funciona al mismo tiempo como espejo y puerta de salida. Una imagen que nos dice que vivimos en un país donde los hombres mandan, pero las mujeres saben.T
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