Las causas y azares del último documental de Ignacio Agüero
<P>En el Festival de Valdivia se estrenó <I>El otro día</I>, donde el director visita las casas de quienes tocan el timbre de la suya.</P>
"Usted toca mi timbre, yo puedo ir a tocar el suyo". Si Ignacio Agüero no sabe quién llamará a la puerta de su casa en Providencia, quienes tuvieron la ocurrencia de hacerlo durante el año completo en que rodó El otro día, no anticiparon lo que iba a venir: uno de los mejores documentalistas de Chile les devolvería la visita.
El último filme del director de Cien niños esperando un tren se estrenó hace una semana en el Festival de Cine de Valdivia y allí Agüero presentó la cinta medio en broma, afirmando que los asistentes empezarían a desalojar la sala conforme avanzara la exhibición. Pero nadie se movió. Y el aplauso que asomó junto a los créditos finales fue bastante más allá de la cortesía.
La película, después de todo, navega a contracorriente de las modas y es un gran aporte a la no ficción local.
El mapa y el territorio
La trayectoria de Agüero (60) es singular. En No olvidar (1982) se metía en los hornos de Lonquén. Después, entre otras experiencias, intruseó en los rodajes de cinco películas chilenas (Como me da la gana, 1985), constató la expansión inmobiliaria (Aquí se construye, 2000) y hurgó en la historia de El Mercurio (El diario de Agustín, 2008). Aunque, de seguro, su cinta más reconocida es Cien niños… (1988), sobre un taller poblacional de cine de Alicia Vega.
Para El otro día, en tanto, no había un plan de ruta. "Alguien decía que un documental es la organización del azar", comenta Agüero. "En mi caso, estaba preparado para incorporarlo a la película. Estaba, como quien dice, al aguaite". Y el azar incorporó una doble mirada: al mundo que hay más allá de su puerta, con una cámara que registra a todo quien llega -a pedir comida, a dejar una carta, a buscar trabajo-; y al mundo interior, que va apareciendo en off, pero también en fotos antiguas o en la furtiva aparición del hermano gemelo. Con paciencia, nostalgia, un pudor que sobrecoge y no poco sentido del humor.
"Me interesó dar forma a la contradicción entre el impulso hacia el relato en primera persona y la tradicional tercera persona", explica el cineasta. Y añade que quiso "trabajar con materiales que están en la propia casa, y que son por lo tanto muy conocidos, y al mismo tiempo con materiales desconocidos que están fuera". Todo, con un timbre como frontera.
En un momento, el director despliega en una pared un plano del Gran Santiago y marca los puntos donde viven quienes llaman a su puerta: Pedro Aguirre Cerda, Lo Espejo, San Joaquín. Luego, se encuentra con esos otros mundos: con un ex reo, con un escritor, con un cartero, con una porteña que terminó integrando el staff de la película. El documentalista, sin perder el pudor, dice que le atrae la idea de "tomar la realidad por asalto, trabajar con ella, acompañarla en su flujo natural y jugar por quién tiene el control: ella o yo".
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