Las historias del clásico Cine Arte Normandie a 30 años de su creación

<P>Comenzó en 1982, tuvo un cambio de sala en 1991 y fue un hito cultural en los 80. </P>




Filas de público que se extendían por cuadras. La policía interrumpiendo alguna proyección, buscando sospechosos en tiempos de dictadura. Bergman y Tarkovsky en funciones de medianoche. Un cierre llorado por todos y amenazas de quiebra.

Si la vida del Cine Arte Normandie fuera una especie de reality moderno, sin duda sería uno cargado al dramatismo. Uno con olor a peligro, pero repleto de momentos inolvidables. Rincón obligado de la cultura santiaguina de los años 80, la sala más paradigmática de la ciudad cumple 30 años en el que es quizá su mejor momento histórico: su público ha crecido después de tiempos críticos, han obtenido Fondos de Cultura (el último, esta semana) y su programación se anota algunos hits del último tiempo. Pero, por sobre todo, es la historia de un puñado de personas con un amor al cine que resiste cataclismos.

Creado en 1982 por Alex Doll, su hermana Mildred y el fallecido Sergio Salinas, la historia comenzó cuando en el verano de ese año se hicieron cargo del Cine Arte de Viña, la mítica sala creada por Aldo Francia. En abril partieron con la marcha blanca del Normandie, luego de que el cine estuvo a punto de quebrar con su anterior administrador, Carlos Velasco. Justamente, Velasco los instó a hacerse cargo de la sala de Alameda. Su primer filme oficial fue El caballo del orgullo, de Claude Chabrol.

"Velasco distribuía películas en el Normandie y le había ido mal. Le propusimos arrendarle los equipos de proyección y partimos. Pero la empresa dueña del cine estaba intervenida y no podíamos arrendar por más de un año, entonces siempre estábamos con el miedo de que nos teníamos que ir", recuerda Doll.

Comenzaron con reposiciones, pero en 1984 lograron su primer hit: La ley de la calle. La vanguardista cinta de Francis Coppola no tenía cabida en la cartelera comercial y llegó a la sala. Seis semanas con funciones llenas y el público preguntándose si ese era el cine contemporáneo. "Un año después, la tuvimos otras cinco semanas a tablero vuelto", recuerda Doll.

Se la jugaron con más estrenos: Haz lo correcto y Cuanto más, mejor, de Spike Lee, y Stanley e Iris, de Martin Ritt. El estreno de Haz lo correcto fue a sala llena, en una función calurosísima que descubrió a un cineasta que filmaba con fuego. En los trasnoches se abrieron a los géneros como el terror. Consciente de que el público cambiaba por la noche, Salinas programó Christine o cintas de zombies de George Romero. "Cuando el toque de queda se corrió a las 2 a.m., hubo espacio para programar a las 12. Y estas películas arrasaron", recuerda Mildred.

En el 85 trajeron al director español Basilio Martín Patino, sin saber que su cinta Canciones para después de una guerra estaba prohibida. "Quisimos darla y no pudimos", cuenta Alex. "Después de mucho negociar, nos autorizaron a exhibirla un domingo a las 10 de la mañana. Pensamos que no iba a ir nadie, pero la cola llegó hasta Plaza Italia. Fue tanta gente, que tuvimos que agregar otra función a las 12. Esa vez metimos a 2.000 personas. El más asombrado era Patino", recuerda.

Y estaba el tema político. Nunca fue explícito, pero la sala se convirtió en un símbolo de la resistencia cultural y refugio de artistas y políticos. "Del régimen militar no creían que no era un lugar político", recuerda Alex. "Varias veces, los carabineros nos hacían parar las funciones para ver dónde estaban los de las marchas", recuerda.

Entre 1985 y 1986, una millonaria multa con Impuestos Internos los tuvo en las cuerdas. "Sumado al arriendo del proyector, hizo que esos años fueran de pagar y pagar. Por eso no crecimos", recuerda Mildred.

En esos años, entre el público frecuente del cine estaban Los Prisioneros, por eso a Mildred le extrañó tanto que los aludieran en la canción Por qué no se van (1986). "Los veía siempre, y cuando conocí la canción, pensé: 'Estos cabros patudos, qué malagradecidos son'", recuerda entre risas.

En 1988 lograron un hito con el reestreno de Bird, de Clint Eastwood, la biografía del saxofonista Charlie Parker. Invitaron a Roberto Lecaros y su grupo a tocar antes de la función, creando un clima único. El mismo año, durante el plebiscito del Sí y el No, programaron El gran dictador y mandaron a hacer un gran lienzo, detalle que aún se recuerda.

Ese año fue clave. La sala salió a remate y no hubo interesados. Entonces apareció el empresario cinematográfico José Daire y la compró. Con ello, les anuncia que el arriendo subiría. "Eso nos mató", recuerda Alex. "Y decidimos cerrar. Nos atrasamos en el arriendo, pese a que la sala andaba bien. Hasta que Daire cambió de opinión: puso una instrucción de que nadie debía cobrarnos nada. De todas formas, le fuimos pagando y cuando cerramos el cine, en 1991, pagamos lo que faltaba", cuenta.

El cierre, ocurrido en agosto de 1991, convocó hasta al alcalde de Santiago, Jaime Ravinet. Y al final de la última función apareció el grupo Las Yeguas del Apocalipsis, para hacer una performance en que imitaban a las estrellas de Hollywood, pasando por una alfombra roja. La salida de libreto indignó a Salinas, que se fue casi a los golpes con los irreverentes artistas.

Los siguientes 20 años la han pasado en la sala de calle Tarapacá, una antigua iglesia evangélica. Y si antes el arriendo, las deudas y los cambios de dueños les afectaron, ahora la llegada de las multisalas fue el principal enemigo. Hasta un incendio del telón sufrieron en 1992.

Uno de los hitos de la nueva etapa fue la creación de la Corporación Cultural Cinemateca (1996), la que alberga los más de 2.000 títulos que hay en sus bodegas.

Pero el mayor problema fue cargar con el peso del Cine Arte de Viña, el que arrojaba sólo números rojos. "Del 2000 al 2004 nos dejó un hoyo gigantesco, estuvimos a punto de cerrar", cuenta Alex. Con los años, Doll salió de la sociedad y Salinas murió en el 2007. Mildred tomó las riendas, y ha logrado reducir deudas y modernizar la sala. Con sucesivos Fondos de Cultura han adquirido un proyector 2K y esta semana se adjudicaron la compra de un moderno proyector DCP, igualando en tecnología la proyección de las multisalas. Además, han renovado la mitad de las butacas y preparan la instalación de un telón nuevo.

¿Y los antiguos espectadores? "La mayoría se fue", dice Mildred. Ahora el fuerte lo hacen los estudiantes y uno que otro asistente fiel. Entre ellos, Patricio Aylwin, que sigue visitando la sala, en compañía de sus nietos.

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