Las siete vidas de Sherlock Holmes
<P>El próximo año se estrena una película donde Ian McKellen interpreta al detective más famoso de la cultura occidental. El último de más de setenta actores que han encarnado al personaje en cine, televisión, radio y teatro.</P>
Arthur Conan Doyle murió en 1930, obsesionado con el mundo del espiritismo, el contacto con otras dimensiones y la predicción del futuro. Lo que es irónico, ya que ni siquiera él previó que 84 años después sus herederos estarían embarcados en batallas legales para seguir ganando dinero a costillas de su máxima creación, el personaje de Sherlock Holmes. La más reciente ocurrió en junio, cuando los herederos perdieron la apelación en una corte estadounidense para evitar que el autor Leslie Klinger editara un volumen con nuevas historias del personaje sin pagarles derechos intelectuales. El argumento de los herederos fue que el personaje de Holmes era demasiado "complejo" para que Klinger simplemente tomara elementos de las historias originales publicadas antes de 1923 (por lo tanto, pertenecientes ahora al dominio público), ya que la "esencia" de Holmes cubría no sólo esos relatos, sino los diez restantes que Conan Doyle publicó luego de ese año.
El tribunal consideró que el argumento era absurdo: significaría, en términos prácticos, que Estudio en Escarlata, la primera novela del ciclo, estaría protegida por copyright privado durante 135 años, hasta el 2022. Pero este pequeño conflicto de vacíos legales y codicia humana es sólo uno de los tantos vericuetos de las reinvenciones que el detective inglés ha tenido en su existencia ficticia.
"Espero que me permita ofrecerle mis felicitaciones por las muy ingeniosas y muy interesantes aventuras de Sherlock Holmes". Esta carta, enviada a Arthur Conan Doyle el 5 de abril de 1893, venía firmada por Robert Louis Stevenson, autor de La isla del tesoro y a esa altura uno de los escritores más famosos de la lengua inglesa de su generación. El mensaje hoy tiene valor por dos aspectos. El primero, claro, es que funciona como prueba A de que el atractivo de las historias del detective de Baker Street siempre estuvo claro, incluso para los escritores "serios". El segundo es que Stevenson aprovecha de preguntar en la siguiente línea si Holmes está inspirado en un amigo suyo llamado Joseph Bell.
Este señor Bell era, de hecho, un cirujano de Edimburgo que había empleado a Conan Doyle como secretario en su juventud y sería -según autores como el biógrafo Andrew Lycett- una referencia capital en la cabeza del autor a la hora de inventar al personaje, si bien no la única. También habría sido uno de los modelos físicos de Holmes, descrito en el papel como delgado, alto, de facciones aguileñas, de ademanes enérgicos y mirada penetrante. Es una buena lista de características para una criatura literaria, pero el tiempo ha demostrado que deja mucho espacio a la hora de preguntarse qué aspecto tendría el personaje en el escenario de un teatro o en la pantalla de un cine.
Ya en pleno 1900, cuando el cine sólo tenía media década de vida, se estrenó un corto de 30 segundos llamado Sherlock Holmes Baffled y que sería la puerta de entrada del detective a un público mucho más amplio que los lectores de la Strand, la revista donde publicaba Conan Doyle. Es un corto de tono humorístico donde vemos a Sherlock confundido por un ladrón que desaparece gracias a la primitiva magia del montaje en cámara.
Y en ese corto olvidado, que ni siquiera ofrece los nombres de sus actores, partieron las siete vidas del detective.
El próximo año llega al cine el drama Mr. Holmes, dirigida por Bill Condon, quien reclutó para el papel nada menos que a Ian McKellen. Cuando se estrene, McKellen pasará a integrar un selecto club, formado por los más de setenta actores que han encarnado a Sherlock Holmes en las pantallas. Es una lista que partió con Mack Sennett en 1911 y que tiene nombres clásicos y reconocibles (Basil Rathbone, que de 1939 a 1946 protagonizó trece películas de Holmes) y otros que sorprenden, como George C. Scott (They might be giants, 1971) o Roger Moore (Sherlock Holmes en Nueva York, 1976). Y entre ellos, el galés Clive Merrison, que ostenta un récord singular: es el único actor que ha interpretado a Holmes en las adaptaciones de todos los relatos originales de Conan Doyle, a lo largo de una serie de radioteatros para la cadena BBC.
Holmes ha tenido también larga vida en papel. Tras la muerte de su creador, se han seguido publicando libros que se consideran no-oficiales o que aluden a él sin nombrarlo, incluyendo uno co-escrito por Adrian Conan Doyle, hijo del fallecido Arthur. Y dos de los mejores homenajes que haya tenido una criatura de ficción vinieron de lugares inesperados. El primero es del guionista Alan Moore, quien en su serie de cómic La Liga de los Caballeros Extraordinarios imagina que en 1904 Mina Murray -la mujer que sobrevivió a Drácula- visita en Sussex a un detective retirado que dedica sus días a la apicultura. El segundo también omite decir nombres, pero se trata de la novela de Michael Chabon La solución final, una de las vueltas más astutas a la historia del detective. Ambientada en Inglaterra en 1944, sigue la pausada investigación que un octogenario detective jubilado (y al que nunca nadie llama por su nombre) hace sobre el misterio de un niño judío mudo y su mascota, un loro que tiene la perturbadora costumbre de recitar números en alemán cuando lo llevan a ver los trenes.
¿Por qué la invención de Conan Doyle ha tenido tan larga vida en otras manos? La respuesta dejaría feliz a sus herederos y es: porque el sujeto inventó un género completo. En estos tiempos en que la literatura policial es una selva poblada de subcategorías que ocupan anaqueles completos en las bibliotecas, puede ser difícil de entender, pero hacia fines del siglo XIX no existía algo parecido a un género policíaco. Había panfletos supuestamente basados en hechos reales que narraban crímenes espeluznantes (el propio Holmes era adicto a leerlos, como nos enteramos en la novela Estudio en Escarlata), y estaban los testimonios de detectives como los de la agencia Pinkerton en Estados Unidos. Y, por supuesto, estaban Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Roget y La carta robada, las tres historias que Edgar Allan Poe escribiera sobre la figura de Auguste Dupin.
Pero las reglas del mundo de la aventura detectivesca todavía eran mínimas. Había un crimen inexplicable, un cuerpo de policía perplejo y un razonador o un intelectual (siempre un civil) que resolvía el caso a partir de la observación de detalles pasados por alto. Lo que hizo Conan Doyle no fue inventar la fórmula que ya estaba por completo trazada en los relatos de Dupin, sino hacerla eternamente flexible y repetible a partir de los recursos del melodrama.
El autor de El mastín de los Baskerville entendió que el detective de mente privilegiada necesitaba un Sancho, un amigo fiel de inteligencia promedio que fuera testigo de sus hazañas y que tendiera un puente entre el genio deductivo y el lector común. El doctor Watson aparece como una estupenda excusa para que Holmes explique sus conclusiones y para que sus misiones tengan la narración de tono dramático que la ficción exigía.
El propio Holmes le recrimina a Watson la manera en que romantiza sus casos a la hora de escribirlos, un toque de autoconciencia que sería recuperado en varias películas sobre el personaje hasta llegar a la reciente serie inglesa estrenada el 2010 y que el domingo pasado ganó la mayor cantidad de galardones en la ceremonia de los Emmy con un total de siete, superando por uno a la famosa Breaking Bad.
De la misma forma, a lo largo de las cuatro novelas y 56 relatos cortos que Conan Doyle escribió sobre el personaje, Holmes nunca dejó de aparecer como un misántropo, un solterón empedernido y un consumidor casi compulsivo de drogas como la cocaína. Era Watson quien lo humanizaba a ojos del lector, ya fuera tratando de explicarse a sí mismo las conductas de su compañero o alabando deslumbrado el tamaño de sus dotes.
La fórmula estaba completa y era exitosa. Luego que la revista inglesa Strand comenzara a publicar los relatos de Sherlock Holmes, la popularidad del personaje y su autor creció al punto de que era normal ver filas afuera de las oficinas de la revista esperando el último número. Y entonces, cuando el detective y su fiel amigo se habían convertido en héroes nacionales, cuando iban a camino a volverse los personajes más queridos en la historia de la literatura inglesa, cuando el legendario ilustrador Sidney Paget había ya modelado la figura icónica del Holmes con su abrigo y su gorra de cazador, Conan Doyle decidió matar a su criatura.
La historia se llama El problema final y se publicó originalmente en la revista Strand en diciembre de 1893. Cuenta el enfrentamiento del detective con su enemigo más peligroso, el profesor Moriarty, en las alturas de las cataratas de Reichenbach, Suiza. La reacción de los lectores fue tan negativa y la presión sobre el autor alcanzó ribetes tan excesivos, que en 1901 se publicó El mastín de los Baskerville, una novela ambientada antes de los eventos de El problema final. Y Holmes reapareció entre los vivos en el cuento La aventura de la casa vacía (1903), donde Watson se entera de que su compañero ha fingido su muerte para desarticular la extensa red criminal del fallecido Moriarty. Como el Walter R. Davis que inventara Jenaro Prieto en El socio, Sherlock Holmes había demostrado ser un personaje de ficción más duro de matar que la mayoría de los seres humanos.
Los últimos 15 años han visto dos reencarnaciones bastante singulares del héroe deductivo en cine y televisión. La primera fue el Sherlock Holmes de Guy Ritchie, convertido aquí en un sexy, deslenguado y audaz protopunkie victoriano que habla y luce como el Robert Downey Jr de Iron Man. Y la segunda -la más interesante, quizás la mejor del lote- fue la que inventó Steven Moffat para su serie televisiva de la BBC. Sherlock (2010) imagina al personaje en el Londres de hoy. Es un Holmes que usa celulares, que administra su propio sitio web (La ciencia de la deducción) y cuyas aventuras son conocidas por el público gracias a que el doctor Watson las escribe en un blog. Las tres temporadas de la serie se han beneficiado de varios factores, entre ellos la calidad e ingenio de su escritura y también la presencia de Benedict Cumberbatch, quien ha creado el que tal vez sea el Holmes definitivo de esta generación: un ermitaño arrogante, levemente histérico, autodefinido como un "sociópata funcional" y la clase de hombre que salta de alegría cuando le informan de un horrible homicidio. Es un Sherlock cruel, mordaz y alejado de la ternura. En muchos sentidos, es un reflejo bastante fiel de la criatura que Conan Doyle escribiera hace más de un siglo. Y es la vara que deberá superar próximamente Ian McKellen en Mr. Holmes, una película que vuelve a preguntarse qué fue del detective en sus últimos años de vida como apicultor en Sussex, cuando ya todos sus grandes casos estaban resueltos y sólo le quedaba sentarse a recordar la época de gloria donde la simple huella de una bota en la alfombra le permitía calcular el peso, la edad y la cojera del asesino.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.