Las solitarias fortalezas de Claudio Bravo en Marruecos

<P>El pintor, fallecido el sábado, pasó sus últimos años en una gran finca en pleno desierto marroquí.</P>




El documentalista Hugo Arévalo no tenía referencias amables de Claudio Bravo. Le habían dicho que era inaccesible y que no le gustaba la prensa. Era 1994 y Arévalo tenía el objetivo de conseguir una entrevista con el pintor chileno, convertido en un fenómeno tras la exposición que en el Museo de Bellas Artes reunió la cifra récord de 180 mil visitantes.

El realizador dejó atrás los resquemores y le escribió una carta a Bravo, a su residencia en Marruecos donde vivía desde 1972, proponiéndole grabar nada menos que un documental sobre su vida. La respuesta le sorprendió. "Me escribió muy rápido, diciendo que se sentía halagado. Al año siguiente aterrizó en Chile y comenzó la aventura", cuenta Arévalo, quien se convertiría en unos de los primeros visitantes de las mansiones que el pintor tenía en las ciudades de Tánger y Marrakesh. El resultado fue el documental Claudio Bravo: en la pupila del alma, un recorrido por el entorno del pintor fallecido este sábado en Marruecos, a los 74 años. La cinta, realizada para TVN y nunca exhibida en su totalidad en ese canal, reveló por primera vez las excentricidades del artista.

A principio de los 70, el pintor estaba hastiado de su popularidad en España, y a que su obra se limitara a retratar a la aristocracia europea: la hija del mismo Franco sería una de las privilegiadas por su pincel. Bravo buscaba un lugar para dar rienda suelta a su propia obra y en Marruecos encontró el país ideal: se enamoró de la luz dorada mediterránea y en el desierto podría levantar sus grandes mansiones y aislarse del mundo.

Al igual que otros grandes artistas e intelectuales, como Delacroix, Matisse o William Burroughs, el pintor chileno encontró la inspiración en Tánger, ciudad marroquí donde instaló su primera mansión. "Del porte del Cerro Castillo", dice Arévalo. "Bravo se paseaba por su mansión en túnica chilaba y babuchas, la vestimenta árabe típica. Vivía con cerca de 40 empleados. El espacio era tan gigantesco que necesitaba atención", agrega.

Su amiga Ana María Stagno, directora de la galería AMS Marlborough, visitó la mansión de Bravo en Tánger por primera vez en 1998. "Claudio tenía un sentido de la estética muy refinado. Decoraba sus casas con piezas romanas y contemporáneas. Tenía obras de Warhol, Francis Bacon, esculturas de Rodin y Botero. La arquitectura de su casa era una especie de monasterio inspirado en la cultura marroquí".

Los que lo conocieron se sorprendían además, de su pulcritud, que a veces rondaba la manía. "Es un hombre ordenado. Tiene un sentido del orden que se extiende de su persona a todo lo que le rodea. En los remotos rincones de las habitaciones de su casa se encuentra uno los muebles y los objetos cuidadosamente dispuestos, casi como esperando a ser pintados", escribió alguna vez sobre él el fallecido escritor Paul Bowles.

En 2008 levantó su última finca en Taroudant, un pueblito al sur de Marruecos, de donde no salió más. "Llevaba una vida introvertida y a pesar de que era visitado por figuras como el rey de España, Claudio lograba abstraerse y encerrarse en su taller para pintar hasta 10 horas diarias. Solo salía para almorzar", cuenta Stagno. "Era un gourmet, disfrutaba del placer de la comida típica de Marruecos".

En los tiempos libres, el pintor salía a dar caminatas por sus cultivos de olivos y naranjos, para luego visitar su criadero de caballos árabes, que mantenía en sociedad con la ex emperatriz de Irán Farah Diba, de quien era gran amigo. "Más que montar, le gustaba dar paseos con sus caballos y observarlos. Era un amante de la literatura y la música e iba mucho a las tiendas de antigüedades de Marruecos, siempre queriendo descubrir una nueva pieza para su colección", cuenta la galerista.

Sobre su vida personal, ya en 1996, luego de visitar su casa en Tánger, el escritor Mario Vargas Llosa, lo retrataba como un ermitaño: "Es una curiosa mezcla de monje laico; aristócrata solitario y artista de vida ascética y paleta sensual. Está rodeada de jardines que ascienden y se desparraman por las faldas del cerro, interminablemente".

El artista vivía con sus sirvientes. Su brazo derecho era Bashir, un árabe con cinco hijos, que administra su campo. "Recuerdo que Bravo adoptó a Teté, hijo de Bashir, a quien le hizo estudiar arte. Ahora debe tener unos 20 años ", dice Arévalo. Dentro de su casa, Bravo hizo construir una mezquita, donde sus sirvientes podían acudir a orar varias veces al día. Fuera de esa fortaleza, el pintor también era una celebridad, aunque no precisamente por su pintura.

La gente de Taroudant lo reconocía como el hombre que les había construido una escuela y un hospital con tecnología de punta, el mismo lugar al que este sábado en la noche no alcanzó a llegar tras sufrir dos infartos.

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