Las viudas del antiguo imperio textil

<P>La ex fábrica Yarur, que luego fue Machasa, pronto será ocupada por Chilevisión. Era una especie de ciudadela que marcó la vida de sus operarios. Cuatro de ellas vivían a dos cuadras y confiesan que ahí no sólo aprendieron un oficio, sino que también a bailar, a practicar deportes y a desfilar en concursos de belleza. Adentro, dicen, pasaron los mejores años de sus vidas. </P>




La fábrica textil Yarur llegó a ser una de las más modernas de Sudamérica en los 50. Con 100.000 m2, la industria emplazada al sur del Club Hípico era una pequeña ciudad -creada en 1936 por Juan Yarur Lolas, un empresario radicado en Santiago y oriundo de Belén- que tenía salones de baile, canchas de tenis y fútbol, un policlínico, una sala cuna y una biblioteca.

Sus jardines recibían diariamente a más de 4.000 trabajadores y las calles aledañas se convertían en un flujo de operarios durante cada cambio de turno.

Dos silbatos de la fábrica avisaban el inminente comienzo de la jornada, a las 7 y media de la mañana. Apenas los oían, Yolanda Carrizo, Iris Palma, Aurelia Gajardo y Matilde González , quienes vivían a dos cuadras en la población Yarur, sabían que faltaban 20 minutos para entrar. En la década del 50, todas tenían entre 15 y 16 años, menos Aurelia, que había entrado a los 14, en 1939.

Una vez adentro, iban a los vestidores. Ahí, se quitaban la mayor cantidad de prendas antes de ponerse el uniforme. Al interior de los galpones, era tanto el calor que se sentía por las máquinas, que era mejor entrar livianas de ropa. "Era grueso, verde, con mangas largas y puños blancos, como parvularias", recuerda Aurelia sobre su indumentaria.

Pese a que sólo unas cuadras separaban la fábrica de su casa, Iris dice que siempre se maquillaba, se arreglaba el pelo y corría con tacones apresurados a trabajar. Incluso, mandó a arreglar ese grueso delantal para que le quedara "acinturadito". También se cubrían la cabeza con un pañuelo, para que una de las máquinas no les fuera a arrancar el pelo. Como le sucedió a una de sus compañeras, que perdió el pelo en un accidente.

Ya uniformadas, cada una se dirigía a su sección. Aurelia e Iris, a "Hilado", Matilde a "Conos" (donde enrollaban el hilo en bobinas), y Yolanda a "Telares".

Entre los operararios existían extraños ritos de iniciación. Aurelia recuerda que, días después de haber entrado a la fábrica, la llamaron a una sala. "Había otros compañeros y un mantel sobre una mesa con un crucifijo y una calavera. Debía jurar lealtad a la fábrica y no meterme en sindicatos", cuenta. Tiempo después esa práctica se perdió. Fue la única de las cuatro en realizar ese juramento.

Entre los cambios de turno había tiempo para el ocio. Una orquesta sonaba en el casino de juegos para que los operarios bailaran mambo, cumbia y chachachá. Si lo preferían, los hombres jugaban brisca o dominó. O bien, peleaban en un cuadrilátero de boxeo mientras otros apostaban.

Apenas salían de su turno, tres de estas funcionarias salían directo a las mesas de ping pong. Ahí se quedaban un par de horas antes de volver a casa. Matilde, por su lado, formaba parte del equipo de básquetbol y no eran pocas las veces en que tenía que competir por la fábrica.

La vida giraba en torno a la empresa. Eventos no faltaban. En noviembre, se realizaba la Fiesta de la Primavera, cuyo objetivo principal era elegir a una reina. Para acercarse al triunfo, las secciones organizaban distintas actividades masivas para vender los votos de su representante. En esas instancias también, las candidatas desfilaban en carros alegóricos para mostrar su belleza.

Aurelia llegó a ser dama de honor de "Hilado", el segundo lugar. "Igual la reina tenía que trabajar, si todas eran obreras", dice Yolanda. Era la época del año que más les gustaba, pero la tradición terminó en 1953 cuando falleció Olombi Banna, la esposa de Juan Yarur.

Otra de las fiestas era la de San Juan, que se celebraba en honor al patrón. El evento se extendió hasta que él falleció, un año después que su esposa. En honor su padre, Amador -quien le sucedió en la fábrica- mandó a esculpir una estatua que lo recordara en uno de los patios de la industria.

En los telares, no se podía hablar por el ruido ensordecedor. Las máquinas convertían la escena en una película muda. Algunos operarios y mecánicos optaban por hablarse al oído. "Así los lunes olíamos las farras de algunos compañeros", ríe Yolanda.

Amador Yarur acostumbraba a pasearse para visitar las faenas. No podían oír sus pasos ni su voz. Pero sí olían su perfume. La primera que lo sentía traspasaba el mensaje a las demás.

El trabajo no estaba exento de accidentes. Iris tenía unos 20 años cuando mientras instruía a un nuevo grupo de operarios perdió la falange de un dedo. "Pretenciosa yo, usaba mis uñas largas y no quise ponerme guantes de seguridad. Para no ensuciarme me envolví la mano con unos hilos y la acercó a la máquina. Sólo sentí un tirón en el índice derecho". Amador Yarur le regaló dinero para que se lo arreglara. "¡Qué no hice con esos billetes! Compré una pila de cosas", comenta entre risas.

Cuarenta años después, con cambios de dueños y el nuevo nombre de "Machasa", los años 90 fueron el inicio de la decadencia. Aurelia, ya jubilada, veía cómo los camiones salían con telares y entraban los contenedores de telas compradas en Asia. Yolanda fue despedida en 1995, año en que Machasa dejó de funcionar.

Hoy, las cuatro operarias viven aún en la población Yarur. Ya no oyen el silbato de la fábrica, sino las máquinas de la constructora que transforma el lugar en la futura sede de Chilevisión.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.