Lectura de columnas




HAY LECTORES que frente a opiniones que aparecen en la prensa como que mantienen la guardia y ventean su visceral rechazo. Resienten al columnista, cuestionan su idoneidad, en el fondo le disputan el espacio. Parecieran no entender que a lo que se les invita es a algo más condicional, simplemente leer y reflexionar. No leen. Al contrario, creen estar frente a un espejo, quieren verse reflejados y si no se reconocen -no encuentran afinidades o prejuicios compartidos- estallan sin filtro, con ventilador. Es cosa de ver tuits y blogs. Una reacción extrañísima, porque en el mundo en que nos movemos, tambaleante, sin ejes, ¿qué tan certeros son los que dicen tener la razón y fuerza? Hemos estado presenciando estas semanas cómo un gobierno que parecía tenerlas todas a su favor, se confunde y desdice todos los días, y eso que cualquier gobierno y sus ministros, si no son ejecutivos, ¿qué son?: ¿improvisadores, meros opinantes, “agitadores ideológicos” (Tironi dixit refiriéndose a Eyzaguirre)?

Una de las gracias de muchos que escriben en los diarios es que pueden mantener en pie la conversación dentro de márgenes de tolerancia y buena crianza. Permiten seguir pensando en este país, no siempre en concordancia con sus interlocutores, pero sí juntos en voz alta sin tener que irse derecho a la yugular. Suelen también informar, analizar, ensayar puntos de vista, mostrar cuán complejo es lo que está en juego y en debate, no es que sólo opinen. Para sólo opinar están las redes sociales (que no reconocen reglas de discusión), las encuestas (que proporcionan las preguntas y, de paso, condicionan las contestaciones), y, si bien en las columnas se opina y en ocasiones tendenciosamente (uno que otro columnista es lobista), al menos éste es un medio que exige fundamentación, de lo contrario no convence ni ilustra.

Pienso en aportes de diestros columnistas como Hermógenes Pérez de Arce, quien acaba de publicar El Gobierno de Piñera (según el blogdehermogenes.blogspot.com). Escribe con facilidad y elegancia, se lee como si nos estuviera hablando al oído, tiene humor (se ríe de sí mismo), no se pasa citando a Kant, y aunque dice una serie de barbaridades, su incorrección política es a veces tan provocadora como incisiva. Es de derecha, pero suficientemente irreverente como para confesar que su sector a menudo es “penca”, tacha a Piñera de “segundo Kerensky” además de conceder que “es Chile” (“el 90% de los chilenos es igual a él”). Constantemente le recuerda a Aylwin y demás democratacristianos sus inconsecuencias (“¿Qué es un típico discurso DC? Uno que, primero, procura quedar bien con Dios y con el Diablo, pero especialmente con el segundo…”). Y si “Pinochet vive”, dice, es porque la Concertación y la izquierda lo han convertido en una suerte de comodín “fenicios”, recurso útil cuando no se sabe nada de historia. Hermógenes podrá no ser gusto de todos sus lectores, pero su ironía es  antídoto contra la gravedad, y él, prueba clara de que el pluralismo es sano.

Alfredo Jocelyn-Holt
Historiador

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