Libro de cartas muestra la difícil relación final de Gabriela Mistral con Chile y Latinoamérica

<P>En marzo se lanzará <I>Epistolario americano</I>, con correspondencia inédita de la Premio Nobel.</P>




Era mucho lo que el escritor y político mexicano José Vasconcelos envidiaba de su amiga Gabriela Mistral, pero para 1955 había una cosa en particular: "Haber logrado independizarse de los alacraneros del nacionalismo hispanoamericano, para vivir donde le acomoda: a distancia de los 'furores criollos'".

Era cierto. La Mistral se había independizado de sus raíces latinas. Quizás hasta había arrancado. Para mediados de los 50, la poeta chilena estaba instalada en EEUU, después de toda una vida nómade, entrando y saliendo de Latinoamérica al alero de su pasaporte diplomático. De Chile ni hablar: dejó el país a mediados de los 20, sólo para volver en 1954 en una visita flash. Cuando a inicios de los 50 pudo decidir su domicilio, le cerró la puerta a la región.

"No querría volver a la lucha de vivir dentro de mi gente criolla", le escribió a su amigo y compadre, el político Rodomiro Tomic. Y siguió: "No es por comodonería por lo que yo esquivo ir a Chile; es por el estado de histerismo, de calentura, de adolescencia sin tino que palpo en gentes de algún tamaño cuando los oigo".

Desconocida, las correspondencia entre la premio Nobel chilena con Vasconcelos y Tomic dan forma a Epistolario americano, libro que recoge el incesante carteo de la Mistral con intelectuales y políticos latinoamericanos y que en marzo será publicado por DasKapital Ediciones. Hay más destinatarios y remitentes: Salvador Allende, Ciro Alegría, Ezra Pound, Alone, Eduardo Frei Montalva y Pablo Neruda, entre otros.

Curado por Camilo Brodsky, Tania Encina y Gustavo Barrera, el material de Epistolario americano proviene del legado de la Mistral, ese enorme archivo de manuscritos, inéditos, fotografías, etc. de la poeta, que desde 2007 conserva la Biblioteca Nacional tras 50 años en EE.UU. Este nuevo volumen suma otro par de piezas al aún incompleto retrato de la autora de Desolación: aparecen nuevas facetas de la profesora, late constante la diplomática, suma temas la intelectual y se cristaliza la enemiga de Carlos Ibáñez del Campo.

El Caballo Ibáñez

Poco antes de que Ibáñez regrese a La Moneda, en 1952, Mistral entra en pánico: "¡Ibáñez está a las puertas!", le escribe a Tomic asustada. Teme lo peor: que el "Caballo" retome la presidencia y una a Chile a una operación en conjunto con dictaduras de Brasil y Argentina. "Yo no he querido hasta ahora aceptar esta realidad", dice.

Mistral cree que volverá a repetirse la ingrata experiencia que vivió en la dictadura que encabezó Ibáñez en 1927: la poeta fue cesada de sus funciones diplomáticas por seis años. "Me suprimió la jubilación misma dejándome en la situación de comer de la paga -escasa e irregular- de mis articulejos", le cuenta a la poeta Dulce María Loynaz.

Ante sus sospechas, la poeta mueve todos sus contactos. Delia del Carril le pide tranquilidad, Alone le entrega detalles de la campaña presidencial, Tomic le asegura que su cargo diplomático es intocable y, por fin, Eduardo Barrios, en su calidad de ex ministro de Educación, la deja tranquila: a fines de 1952 le escribe diciéndole que puede escoger libremente su destino en el mundo. Será Nueva York.

Aunque marcada por una historia personal, en la enemistad con Ibáñez Mistral pone en juego su mirada política: "¿Por qué han nacido tan tarde los demo-cristianos?", pregunta retóricamente a Alone en 1953. Algunos años antes, le decía a Luis Oyarzún: "El comunismo europeo se parece a las inundaciones de los ríos tropicales. Falta una cosa: Dios. Pero no sabemos si El está cansado de nosotros".

Más allá de sus creencias políticas, Mistral mantiene una cordial relación con comunistas del tamaño de Pablo Neruda y Pablo de Rokha. De Epistolario americano surge otra faceta: los escritores son su familia. Sin conocer ni haber leído a la novelista María Carolina Geel, le escribe a Ibáñez pidiéndole "indulto cabal" por haber disparado a su amante en 1955. "Sea usted feliz, querida colega, y no olvide mandarme lo que escribe", le dice Mistral a Geel cuando es liberada.

Más allá de la anécdota, la autora de Tala mantiene un intenso carteo con Humberto Díaz Casanueva, Vasconcelos, Marta Brunet, Rómulo Gallegos, etc. Van y vienen conversaciones políticas, literarias y personales. Allá y acá, Mistral recordará a Yin Yin, el sobrino que adoptó y se suicidó a los 18 años. También hay temas más ligeros: Ciro Alegría le pregunta, atormentado, qué posición ocupa para escribir. Sentarse a un escritorio tiene enfermo al peruano.

La Mistral también padece lo suyo. Tal como se leía entre líneas en Niña errante, el volumen que recoge sus cartas con Doris Dana, en Epistolario americano la escritora sistemáticamente pone en la mesa sus dolencias: "Estoy en cama, con una ciática fuerte", escribe. "Mi vieja diabetes, la vista dañada por infecciones, la flaqueza de un corazón viejo y padecido", anota. Delia del Carril le envía un remedio conseguido por Neruda. El correlato de fondo de estas cartas es lo inevitable: la Mistral envejece. Quiere calma.

"El valor que tiene para mí esta vida americana -gringa- es el vivir en mi casa con paz absoluta. Eso lo pierdo en cuanto llego a las urbes criollas", escribe cuatro años antes de morir en Nueva York. Pero regresará a Chile: en 1954, bajo el gobierno de no otro que Ibáñez, será recibida con vítores en un recital en el Estadio Nacional. Pese a todos los conflictos, en su ir y venir por el mundo jamás olvidaba a Chile. Era más que su carácter diplomático. "Si es posible, Dr., hágame la gracia de una paginita con alguna noticia sobre el momento chileno en relación con la paz mundial", le escribe a Salvador Allende, en 1949.

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