¿Líder? ¿Tímido? ¿Alegre? Todo viene en su cerebro
<P>La ciencia ha probado que usar más o menos el hemisferio izquierdo o derecho del cerebro no dice nada sobre nuestra personalidad. El carácter de cada persona radicaría en otro origen: el grado de control de la parte superior (racional) o inferior (emocional) del cerebro sobre nuestros actos. </P>
AMIGOS, tests de internet y hasta libros siguen masificando un conocimiento científico que se sabe errado. "¿Qué lado de tu cerebro usas más?" es la pregunta que siempre abre la discusión. Si la persona tiene mayores inclinaciones artísticas suele decirse que trabaja más su lado derecho, mientras que si tiende a ver las cosas desde una perspectiva más racional, se cree que utiliza más el derecho.
Hace décadas que los expertos en la materia corroboraron que la actividad en cada uno de los hemisferios no tiene relación con la personalidad, ya que ambos participan en la coordinación de todo tipo de habilidades, desde la motricidad fina hasta el lenguaje. Sin embargo, la neurociencia moderna ha desentrañado en los últimos años otra forma de organización cerebral que sí explicaría el origen de nuestra personalidad.
"Arriba" y "abajo" son los nuevos lugares donde los científicos buscan el origen de los diferentes rasgos del carácter. Así lo explican el neurocientífico Stephen M. Kosslyn y el escritor G. Wayne Miller en su reciente libro, Cerebro superior, cerebro inferior: hallazgos sorprendentes sobre la forma en que usted piensa. En éste, detallan cómo las diferentes formas de interacción entre los sistemas localizados en la parte superior e inferior del cerebro comandan la forma en que razonamos, en cómo reaccionamos ante cada situación y cómo nos relacionamos con los demás.
Una interacción que no está regulada sólo por la fisiología: otros autores sostienen que la vida moderna es capaz de alterar la forma en que ambos sistemas se relacionan, lo que está ocasionando que cada vez actuemos con menos racionalidad. Nicholas Carr escribió hace un par de años el libro The Shallows: Lo que internet está haciendo a nuestros cerebros, el último de una serie de publicaciones en que analiza y critica el impacto de la tecnología en nuestras habilidades cognitivas. En una columna reciente en The New York Times, Carr reseña el libro Enfoque: El conductor oculto de la excelencia, de Daniel Goleman, que detalla cómo los cambios tecnológicos y la vida acelerada que propician, moldean esta interacción.
En conversación con Tendencias, Carr explica que al bombardearnos con interesantes bits de información, los medios digitales apelan a nuestro deseo instintivo de responder inmediatamente a los estímulos del ambientes. "Y eso, evidentemente, promueve el control emocional y hace difícil pensar racionalmente", dice.
El escenario es el siguiente: aunque no nos demos cuenta, nuestro cerebro realiza sus funciones coordinando dos grandes áreas con objetivos distintos. Toda la parte inferior del cerebro, donde se aloja la amígdala y el tálamo (entre otras estructuras) corresponde al cerebro "antiguo", encargado del procesamiento emocional de los estímulos. De esta zona, también conocida como sistema límbico, depende el instinto sexual y la detección instantánea de las situaciones de peligro, clave en la supervivencia de nuestra especie desde hace millones de años.
La región superior, en cambio, corresponde a la neocorteza y evolucionó a medida que el pensamiento humano se fue volviendo más sofisticado. De esta zona dependen todas las funciones cognitivas superiores, como la planificación, la evaluación racional y el cálculo. Obviamente, estas dos regiones siempre trabajan juntas: el cerebro superior usa información del inferior para formular planes de acción y entre los dos evalúan si son eficientes.
Lo que los autores han descubierto es que no todas las personas coordinan de la misma forma estos dos sistemas cuando se trata de acciones voluntarias. Porque frente a una situación de emergencia, donde no hay tiempo para pensar, todos actuamos igual: si alguien grita "¡fuego!", invariablemente corremos. Pero cuando no hay amenaza y podemos elegir entre quedarnos o no en un lugar, hablamos de un acto voluntario. Y es ahí donde la organización cerebral de las personas difiere.
Frente a estas situaciones, algunas personas tienden a apoyarse muy fuertemente en ambos sistemas cerebrales; otras en el sistema cerebral inferior y no en el superior; mientras otras tantas confían mucho en el superior, pero no en el inferior. Y algunos no dependen preponderantemente de ninguno de los dos sistemas.
Estos cuatro escenarios definen cuatro modos cognitivos básicos (formas generales de pensar que determinan cómo una persona se aproxima al mundo e interactúa con otras, ver recuadro).
Sin embargo, en su libro, el conocido sicólogo Daniel Goleman explora la idea de que, si bien en ciertos momentos es muy ventajoso que la parte inferior o emocional del cerebro asuma la conducción, debido a que actúa con más rapidez y nos defiende del peligro, muchas de nuestras decisiones podrían ser mucho mejores si propiciáramos que la parte superior o encargada del razonamiento lógico tomara la conducción.
El problema es que cada vez es más difícil. La culpable es la vida moderna. Goleman asegura que el constante bombardeo de información al que estamos sometidos, a través de redes sociales que no descansan, tiende a quitarnos todo el espacio mental que normalmente le dedicaríamos al análisis, dejándonos a merced del funcionamiento más básico de nuestro cerebro. El sicólogo explica en su libro: "Somos más proclives a una conducción emocional cuando nuestras mentes están divagando, estamos distraídos o superados por la información". Es decir, cuando estamos en el estado mental que más nos distingue en la modernidad.
"Las distracciones digitales han disminuido nuestra capacidad para la atención voluntaria y han hecho que nuestro razonamiento sea más de 'abajo hacia arriba', más automático que intencional", comenta Goleman a Tendencias.
El problema, agrega, está en las consecuencias de esta jerarquización: "Dejarse guiar por la parte inferior del cerebro funcionaba bien para la supervivencia durante la prehistoria. Y en gran parte de la vida moderna este sistema antiguo aún sirve, pero algunas veces también actúa en contra: vivir con demasiada velocidad, las adicciones y manejar a exceso de velocidad son señales de que ese sistema se sale de toda proporción en algunas ocasiones".
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