Life de Keith Richards: los pasajes del libro más duro en torno a The Rolling Stones
<P>Esta semana salió a la venta en Estados Unidos y Europa la autobiografía del guitarrista. A Chile llegaría en 2011.</P>
La advertencia está incluso antes del prólogo y la primera página: "Créanlo o no, no he olvidado nada", se anuncia en una de las solapas plegadas a la portada de Life, la esperada autobiografía de Keith Richards (66), el legendario guitarrista y corazón de The Rolling Stones y el músico que mejor ha encarnado todos los clichés de excesos del rock and roll.
Porque de eso se trata el texto que llegó esta semana a librerías europeas y estadounidenses, y que arribaría a Chile en 2011: un relato en primera persona que contiene una de las versiones más duras y pormenorizadas en torno a la vida, pasión y obra del conjunto que convirtió el pecado en música y luego en negocio.
Quinientas 47 páginas de un libro colosal escrito bajo la impronta de Richards -a medio camino entre la catarsis, los dardos contra amigos cercanos y lejanos, el humor colegial de alguien que interpretó al padre de Jack Sparrow, y la voluntaria mitificación de historias pasadas- y por el que la editorial Little, Brown & Co. le dio un adelanto por US$ 7 millones. Además, muestra parte de las mejores fotos en la historia de la banda.
A tanto llega el detalle y la obsesión por mezclar polémica con cierta cuota de humor, que las memorias ni siquiera parten con la génesis familiar del británico: el primer capítulo, de un total de 13, se sitúa en 1975, cuando el músico es llevado a la policía por un caso de drogas en Arkansas. "Todo empieza en el tour que llamamos la gira de la cocaína y el tequila sunrise de STP, Stones Touring Party. Fue el principio de reservas de pisos enteros de hoteles sin que estuviera permitido que nadie más subiera, así todos podíamos tener la certeza de que, cuando decidiéramos parrandear, podríamos controlar la situación", escribe el músico. Luego sigue: "Cuando nos arrestaron por llevar un cuchillo en el auto, pudimos sacarnos el castigo y convencer al juez a través de lo más burdo: ofreciéndole una foto conmigo. Incluso, el cuchillo aún está enmarcado en ese tribunal".
El segundo capítulo es el retroceso a su pasado familiar en Dartford, la localidad donde nació. "Durante muchos años dormí, en promedio, dos veces por semana", cuenta en el inicio del episodio, como un preludio del amor por la bohemia que ha marcado su personaje. Luego habla de una crianza maternal que jamás fue estricta, de sus días como boy scout en el colegio y del escaso apego a la fe cristiana inculcada por sus padres ("siempre nos mantuvimos lejos de Dios y de sus organizaciones", confiesa). Su madre, Doris, ocupa un rol protagónico en sus inicios y también en el final, cuando describe las últimas palabras que le dirigió antes de morir: "Estás fuera de tono".
Pero donde las líneas adquieren un carácter menos amable es en las varias páginas dedicadas a Mick Jagger. "El tenía muchos más contactos que yo y también algo de mierda. Yo era un patán en comparación con él", recuerda en torno al primer encuentro con el cantante. Pero las malas palabras tienen más veneno a medida que profundiza sus lazos: a fines de los 60, ambos se disputaron el amor de la modelo italiana Anita Pallenberg, con quien Richards finalmente tuvo dos hijos. "Este lío nos distanció más que cualquier otro asunto en la vida. En todo caso, más por parte de Mick. Y creo que para siempre". A partir de esos conflictos, abundan los detalles en torno a las orgías levantadas con otros músicos, los morbosos detalles comparativos de tamaños y los apodos asignados al vocalista ("la perra Brenda" o "su majestad"). "A veces no soportaba estar con un tipo cercano a la reina y amigo de algunos políticos", dice.
Tampoco hay elogios para otros insignes de la agrupación: a Brian Jones, el Stone que murió en extrañas circunstancias en 1969, lo califica de "frío", "medio vago" y "vicioso". A Mick Taylor, el guitarrista que reemplazó a Jones en los 70, le achaca que "no hizo nada importante tras abandonar el grupo".
En los episodios dedicados a su adicción a las drogas, es tajante: "Era el momento en que mi cuerpo era un verdadero laboratorio, porque entraba de todo, todos los fármacos imaginables. Durante años me sentí solo y hasta los 80 vi que la muerte estaba muy cerca. No me pude recuperar por 30 años".
Hay mucho material de selección para los tabloides, pero los melómanos también encontrarán ricas descripciones de su pasión por Elvis, los viejos bluseros y cómo fraguó el sonido que inmortalizó el conjunto en himnos como Satisfaction, Ruby Tuesday o Street Fighting Man. Es Keith Richards en su expresión más honesta. "Es lo más difícil que he hecho nunca", confesó a The New York Times. Si así fue, el dolor valió la pena.
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