Los calzoncillos de Parisi

<P>Si luego de largos y profundos estudios realizados por los políticos, se decide votar favorablemente las leyes y mecanismos que hacen posible, bajo diversos encabezados, que la sociedad les devuelva a los candidatos los gastos en que incurrieron, ¿quién es uno, simple ciudadano de a pie, para emplazarlos? </P>




Perfeccionar la democracia tiene sus costos. Como dicen los yanquis, en ningún ámbito de la vida hay "un almuerzo gratis". Mala costumbre nacional es, en cambio, esperar siempre gratuidad en todo, incluyendo la gratuidad en los esfuerzos y la gratuidad de responsabilidades. Esa demanda está de moda, pero si en verdad se desea que la soberanía del pueblo tenga la voz cantante, entonces debe dársele a quienquiera desee representarla una oportunidad auténtica y para eso debe costeársele su lista de lavandería. Debemos asegurarnos que no se pierda ninguna idea, ninguna voz, ningún sentimiento, ninguna voluntad y ningún viaje a Francia. En otras palabras, la democracia protegida o limitada por reglas impuestas por la elite y su fastidiosa y mezquina teoría de que cada quien ha de correr con sus gastos es bueno arrojarla, de una buena vez, a un estante del Museo de la Historia Política.

Así entonces, por una cuestión de mínima coherencia, la democracia de verdad y una auténtica vocación por el pueblo y sus derechos soberanos tiene que estar dispuesta a pagarles los calzoncillos al candidato Parisi y las sesiones de peluquería al candidato Ominami y los viajes a París al candidato Sfeir y todo lo que sea necesario a cada uno de ellos y a los otros. Además y desde el punto de vista del decoro, la estética y de un mínimo de pompa republicana el asunto es bastante razonable; no puede esperarse que en un país con nuestro ingreso per cápita un fulano buena pinta como Parisi se mueva por este mundo con el taparrabos de un candidato de una tribu perdida del Africa, como tampoco sería admisible que Ominami no cuide su estampa de galán, tan cercana a la de Rodolfo Valentino en "El Sheik", ni que deje de someter su delicado cutis a los cuidados de una maquilladora. Hay algo que muchos olvidan y se llama la "dignidad del cargo". Y ser candidato a la Presidencia es un cargo, uno muy duro por lo demás. Odiaría, en virtud de eso, imaginar a Parisi desplazándose de una población popular a otra con calzoncillos ásperos y toscos que mortificaran sus partes pudendas. Que en cambio use de la marca Box, en cuya caja aparecen, publicitándolos, musculares gimnastas de generosa genitalidad, es lo menos que se puede exigir y lo menos que un candidato se merece.

Financiamiento

¿Debe el Estado pagar esas mínimas decencias para preservar y promover la democracia? Sin duda. Por eso el hecho de que ahora venga el Servel a rechazar dichos ítems no nos parece nada de lógico. Si luego de largos y profundos estudios realizados por los políticos, quienes entienden mejor que nadie los gastos y sacrificios que impone su apostólica misión ciudadana, se decide votar favorablemente las leyes y mecanismos que hacen posible, bajo diversos encabezados, que la sociedad les devuelva a los candidatos los gastos en que incurrieron, ¿quién es uno, simple ciudadano de a pie, para emplazarlos? Si Sfeir necesitaba con urgencia ir a París a ver unos amigos del movimiento ambientalista, ¿por qué no creer en la necesidad imperiosa de ese viaje para el bien de Chile? Y lo mismo con los demás y sus respectivas listas de gastos.

Habrá ahora, podríamos apostarlo, gente irreflexiva y seguramente también fascista criticando en los más duros términos el haberse llegado a una situación en la cual los nueve candidatos a la Presidencia aparecen con gastos rechazados, pero, ¿acaso olvidaron quiénes hicieron posible este nuevo paso en el perfeccionamiento de la democracia?

¿Quién acogió los incesantes llamados a "perfeccionarla" multiplicando el poder de la clase política bajo el alero conceptual de su presunta capacidad para representar así mejor a la nación?

La ciudadanía.

¿Quién puso y pone en el Congreso a los que gritaban y gritan más fuerte "democracia"?

La ciudadanía.

¿Quién los ha votado en las alcaldías y los pone a docenas en los llamados consejos municipales, donde tampoco faltan las generosas listas de gastos y viajes?

La ciudadanía.

¿Quién mantiene y elige una y otra vez a políticos cuyo currículo más bien parece un prontuario?

La ciudadanía.

¿Y quién se cree "la narrativa" de que el "perfeccionamiento de la democracia" es equivalente a la multiplicación de los cargos electivos y los feudos de poder?

La ciudadanía.

Sabiduría

La ciudadanía, esto es, el pueblo. Y bien es que así sea pues la sabiduría popular nunca se equivoca. El pueblo no se equivoca ni al equivocarse, mientras los iluminados que postulan buenas razones contra dicho juicio popular se equivocan siempre. ¿Quién dijo que la elección democrática de autoridades es una suerte de Prueba de Aptitud Académica? De ser así es evidente que el voto del filósofo T…. o del ingeniero M…. debiera valer cinco o 10 veces más que el voto de un ignorante. De ser una elección democrática similar a como era la antigua P.A.A., entonces parecería preferible un voto censitario a base de la inteligencia, pero aun así hacer tal cosa sería de la más cabal estupidez porque el valor del voto democrático no consiste en su contenido, sino en su número; la mayoría tiene la razón no porque sepa más, sino porque son más; más manos capaces de empuñar un cuchillo o un revólver si nos vamos a ir a disputar de ese modo. La paz social, siempre precaria de todos modos, se compra dejando que la mayoría vote que la Tierra es plana.

También es muy sabio que el pueblo, ya sea a tientas o a sabiendas, les permita toda laya de licencias a los políticos. Que en Chile se les sufraguen las dietas más altas del mundo, se les paguen sus viajes, sus secretarias bilingües, sus gastos de representación y también sus corbatas y peinados es preferible a dejar espacio a una oligarquía espartana, puritana y arrogante en su pureza, a cientos de incorruptibles Robespierre o a docenas de Hitler que ni comen rico ni beben ni tienen sexo. Es gente peligrosa.

Corrupción funcional

Por esas razones demos gracias al cielo por los calzoncillos de Parisi y los oleaginosos cabellos de Ominami hijo. Un grado de irregularidades, de corrupción, de frescuras y chanchullos es lo que le permite a una sociedad, a costo bastante razonable, estar protegida de los bárbaros poco amantes de la mesa, de la cama y de la buena ropa, pero que en subsidio cranean guerras, fallidos saltos al cielo, reformas brutales, demoliciones al por mayor, masacres de "elementos contrarrevolucionarios", etc. ¡No hay que darles bola a esos ascetas resentidos! Bien dijo el Julio César de Shakespeare que había que andarse con cuidado con los tipos delgados y de catadura mal humorada.

Hay incluso otras ventajas: para el ciudadano es más fácil reconocerse e identificarse con quien se compra una corbata de 600 lucas que con quien rechaza toda comodidad y urde en su melancólica mente quién sabe qué planes atroces. Eso, dicha comunidad de pequeñas ambiciones y miserias entre ciudadano y representante, le presta legitimidad al régimen. Al ciudadano común y corriente le es más fácil perdonar a quienes estén encaramados en el poder disfrutando sus privilegios si demuestran ser iguales a dicho ciudadano en la vulgaridad y avidez de sus apetencias; gracias a eso se dan cuenta que bien podrían ser ellos quienes estuvieran en ese lugar. Lo imperdonable no es que un tipo mediocre esté en un alto puesto, sin merecerlo, sino que esté uno capaz con pleno merecimiento. Esto último nos deja en nuestro lugar subsidiario y oscuro sin razón ninguna para consolarnos con una crítica valedera.

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